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Cosas del Mundial

Cristiano Ronaldo, de Portugal, durante el partido ante Alemania celebrado en el Arena Fonte Nova, en Salvador de Bahía, Brasil, el 16 de junio pasado. Foto Xinhu

Cristiano Ronaldo, de Portugal, durante el partido ante Alemania celebrado en el Arena Fonte Nova, en Salvador de Bahía, Brasil, el 16 de junio pasado. Foto Xinhu

Un deportista –cualquier deportista– es un ser competitivo por naturaleza. Si no, haría otra cosa en la vida. Contemplación meditativa, o acatar voto de castidad y silencio, o alguna otra rareza que les parezca perfectamente natural.

En el caso de los jugadores de futbol, el instinto, la necesidad de competir es inherente, no importa si con la pelota o sin ella. Y, en esa disputa paralela, muchos se empeñan en demostrar la misma habilidad para crear, improvisar, dejar su marca singular y única, como lo hacen en la cancha.

Por ejemplo: el peinado del portugués Cristiano Ronaldo. A veces me sorprendo dedicando minutos de atención para tratar de entender cómo es posible que sus pelos, cuidadosamente esculpidos y sostenidos gracias a generosas y reforzadas dosis de gomina, se mantienen inalterados durante prácticamente todo el partido. Y me pregunto: cuando cabecea la pelota, ¿la cantidad de gomina no facilita que ella deslice con más velocidad? ¿No sería un caso de dopaje capilar explícito?

Otro modelito instigador es el ostentado por el brasileño David Luiz y el belga Fellaini. Me refiero a una mezcla rara de cabellera black power y nido de tucán. ¿Será que el cabeceo de ellos no amortigua la pelota, haciendo con que una jugada tarde más de lo que sería deseable? En futbol, como sabemos todos, décimas de segundo pueden ser esenciales o fatales.

Deslealtades del futbol

También me pone curioso la desatención de las autoridades del futbol para otros trucos empleados por jugadores que, evidentemente, actúan de manera muy poco leal.

Sería el caso del italiano Balotelli. Independiente de sus calidades de atleta, evidentes y concretas, me sorprende el truco que usa para confundir a los adversarios. Tengo sinceras dudas si no se trata de una actitud muy poco deportiva, casi una falta de respeto a sus colegas de oficio. ¿Cómo marcarlo de cerca, poniendo atención total a sus pies, si cada uno de ellos tiene una zapatilla de color distinta? ¿Cómo tratar de anticipar por una décima de segundo con cuál de los pies tratará de patear, si todavía no me fijé bien cuál es el derecho y cual el izquierdo: el de zapatilla roja o el de azul?

Competitivo por competitivo, más discreto y sobrio ha sido el argentino Messi, que logró del fabricante que creara zapatillas con los colores patrios –azul y blanco–, pero en ambos pies, en una clara señal de que se trata de un deportista que sabe respetar su oficio y al distinguido público. Claro que cuando baraja los pies a la hora de salir en estampida, la agitación de los colores hace con que todo se quede un tanto borroso y mezclado, pero al menos los dos pies aparecen del mismo color.

Otra vertiente de la competencia capital se da en los cortes y tinturas de pelo. ¿Alguien sería capaz de explicar, en pocas palabras, qué diablos significa el ostentado por el portugués Raul Meireles? Eso, claro, para no mencionar al brasileño Neymar, que parece haber ido a un peluquero, consultado todas las sugerencias contenidas en un álbum de posibilidades e, indeciso, pidió al artista de la tijera y la navaja que hiciese un poco de todo, lo que incluye estiramiento, picoteo y tintura. Nuestro compatriota Daniel Alves podría ser considerado un ejemplo de sobriedad capital, al aparecer precozmente canoso. Pero esa impresión se deshace cuando uno observa la cantidad de sus tatuajes. Nada que se compare, y vale otra vez mencionarlo, al luso Meireles, que en el tópico de las extravagancias parece ser el más competitivo de todos. Pero hay japoneses güeros, nigerianos pelirrojos, y se ve que los mohicanos tienen fuerte influencia en el futbol africano.

Antes que alguien me diga que hay cosas más importantes para mencionar en una Copa del Mundo, me anticipo diciendo que no es exactamente así. Por ejemplo: observando el corte de pelo de varios uruguayos (que, a propósito, hoy hicieron un partido electrizante, dramático, frente a los ingleses), se ve la verdadera influencia de Cristiano Ronaldo en el futbol mundial. Había varios de ellos que, quizá por no poder emular a su ídolo con la pelota en los pies, tratan de hacerlo a la hora de peinarse.

También se observa en el actual Mundial disputado en Brasil –y creo que ese debería ser el tema de más de un profundo estudio académico– otra clase de competencia, la trabada entre los aficionados de las más distintas nacionalidades. Me refiero a los medios de transporte.

Los holandeses, por ejemplo, tan simpáticos y cordiales, trajeron nada menos que un autobús color naranja, para honrar a uno de los símbolos patrios. Vino en barco, y –vaya a saber cómo, ya que las distancias brasileñas son continentales– aparece en distintas ciudades. ¿Quiénes lo conducirán entre un partido y otro, para que esté donde esté la selección y alegre a sus compatriotas?

Ya los latinoamericanos también sabemos mostrar nuestra osadía. Que por las calles brasileñas se vean automóviles con matrículas de Uruguay y Argentina, ninguna sorpresa. Son países vecinos. Pero cuando uno empieza a observar de qué puntos del mapa argentino vinieron ciertos coches, la cosa cambia de figura. De la Patagonia a Belo Horizonte son como 7 mil y pico de kilómetros.

Eso, para no mencionar a los que vinieron de Chile o Colombia. Me dijeron que varios vinieron, en caravana, desde México. No vi a ninguno, pero la verdad es que desde el jueves trato de evitar salir a la calle.

Cada, sin embargo, comparable a un más que antiguo Citroën 2Cv que llegó a Brasil, manejado por dos franceses, desde Canadá. Su motorcito de solamente dos cilindros aguantó bien. Ya el holandés Ben Oude Kamphuis vino de un poco más cerca –California– manejando una camioneta Chevrolet del año 1964, bastante más potente. Curiosidad: Ben es sicoterapeuta.

Exodo mundialista

Pero cuando se piensa en ser competitivo a la hora de viajar, los chilenos se mostraron insuperables. Para el Mundial de Brasil armaron una caravana de nada menos que 800 vehículos, entre motos, coches, camiones y cualquier cosa que se mueva sobre ruedas. Al menos 3 mil de ellos vinieron a Brasil por tierra.

Sí, son muchas las cosas de un Mundial, y ni todas se refieren solamente a lo que pasa entre las cuatro líneas de la cancha.

Pensar en ellas puede ser, a veces, una buena manera de eludir otra clase de pensamiento. Por ejemplo: ¿Luiz Felipe Scolari mantendrá a Paulinho contra Camerún, el lunes? ¿Fred sabrá, finalmente, rencontrar su juego espléndido que nadie vio en los dos primeros partidos? Y a Hulk, ¿qué le pasa: lesión muscular, como él intenta convencernos, o inseguridad a la hora de entrar a la cancha, como cree el severo Scolari?

Mejor dejar para meditar sobre esas cuestiones un poco más tarde. Mañana o pasado, quizá.

(Tomado de La Jornada)