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Punto Penal: Todos a una (+ Video)

Müller, depredador.

Müller, depredador.

Hambre de gol: Si algo le he ponderado siempre a Joachim Low, es que sus equipos se solazan en el juego de ataque. Van de cara a la puerta rival como una horda organizada y temeraria, y a su tradicional pegada en el contragolpeo han agregado ahora, una vez que Guardiola tomó el timón en Munich, cierta predilección por el fútbol de toque y la búsqueda de superioridad en las bandas. La candidatura alemana, que hace rato contaba con millones de fieles, se afianzó hace una hora con una predecible exhibición de poderío.

El ogro Müller: Volante y delantero en una sola pieza, el “13” de los Panzers anotó un hat-trick y apuntó a la revalidación del liderato que logró hace cuatro años en Sudáfrica. El dudoso penal decretado a los 11 minutos lo cobró con el sello de la casa germana: duro, rasante y ajustado al poste, casi una copia del que Andreas Brehme le regaló a Sergio Goycochea en el Mondiale del 90. Apto para gritar como Tarzán y disculparse con la afectación de un ‘niño bien’, Thomas Müller cerró su gran jornada con una clase de ética deportiva al no celebrar ninguna de sus dos últimas dianas a costa de un contrario que, a esas alturas, ya estaba tumbado en la lona, con la pizarra claramente adversa y un elemento menos en la cancha.

Ay Pepe: Es posible que el colegiado serbio Mazic haya sido riguroso con Pepe al expulsarlo. El sentido común dice que los árbitros deben ir al seguro con las determinaciones radicales, como el caso de esa roja directa que le dio el tiro de gracia al desvaído sueño lusitano. Pero aunque no me atrevo a asegurarlo, también es muy posible que el zaguero portugués sepa que la Regla 12 establece la máxima condena contra los culpables de “juego brusco grave” y “lenguaje ofensivo, grosero y obsceno”. No contento con pegarle a Müller en la cara, el villano se le acercó, sabe Dios qué amenazas le escupió en unos segundos, y le impuso un generoso cabezazo como souvenir. Acostumbrado a que los árbitros de España consientan cada una de sus otomías, Pepe anduvo por el filo de la navaja –como siempre- hasta que un militante antifascista lo despachó con cajas destempladas del terreno.

Orden y caos: Luego de la primera diana, Portugal no encajó el mazazo con pies firmes y en sus filas se abrió espacio, a zancadas inmensas, la anarquía. Fue entonces que Alemania comenzó a asociarse en el rectángulo, encontrando el sentido del juego en cada compás y subiendo la autoestima por minuto. Así, de un lado había concierto (Götze hacía de Beethoven; Özil iba de Wagner); del otro, desconcierto. En medio de ese desastre apareció, salido de un laboratorio que propone acertijos en cada saque de esquina y tiro libre, el testarazo de Mats Hummels, embalado como toro de lidia sobre el capote rojo que supuso la Brazuca.

El fantasma de Eusebio: CR7 necesita halar al grupo hasta una instancia meritoria para que en su país, donde adoran al Eusebio de 1966, le concedan el lugar que reclaman su ego y su talento. Y Brasil es un magnífico escenario para eso: allá hablan su idioma, hay vínculos históricos estrechos, las muchedumbres colapsan taquillas en el campo de entrenamiento, y hasta Miss Bum Bum –una chica elegida como el mejor trasero del país- le dio la bienvenida en su momento. Pero los choques mundialistas le han traído mal fario a Cristiano, que llegó al compromiso con cierta avería en el rotuliano de la rodilla izquierda, y hoy pareció tener también algún padecimiento anímico. Inclusive, en algunos pasajes dio la impresión de que su rostro de galán en primer plano iba a decirnos, como el sufrido Werther, que “todo nos falta cuando nos faltamos a nosotros mismos”. A la postre, la escena de su bravata absurda al referee resumió la impotencia portuguesa en el partido.

11 es mayor que 1: Alemania acaba de borrar a Portugal del campo por puro y elemental apego a las reglas de los deportes colectivos. Sobre el césped hirviente del mediodía en Salvador, con casi 30 grados y la humedad de fiesta, Die Mannschaft, El Equipo, apostó como siempre al esfuerzo de 11 jugadores. En la trinchera opuesta, Der Mann, El Hombre, enfundado en su camisola roja y estrenando dos flequillos en la frente, muy poco pudo hacer. Venía CR7 empecinado en mejorar la imagen de Mundiales anteriores -solo dos goles en diez juegos, uno a Corea del Norte y otro a Irán de penalti-, pero en vano lidió con los molinos. Que eran enormes, imponentes. Eso es: mucha Alemania y poco Portugal, donde el talento desbordante de Cristiano Ronaldo es una golondrina insuficiente para hacer verano.

EL SEGUNDO GOL DE MÜLLER