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La petición de mano y la chaperona

chaperona

En mi pueblo, como en todos los pueblos del país, era una regla imprescindible el realizar la petición de mano de la novia, los viejos no tragaban otra forma. Yo, como todos, pasé ese momento.

Recuerdo que ese día cayó un diluvio por la noche; pero el suegro me estaba esperando y había que cumplir. Llegué y no sabía qué decir, ni qué hacer. El suegro estaba serio, me aceptó, pero me hizo muchas advertencias. Esa misma noche comenzó el noviazgo, se viraron los sillones, uno para allá y el otro para acá y la suegra ocupó su lugar en el portal; comenzó su labor de chaperona.

Dondequiera que fuéramos, allá iba ella: al cine, al baile, a todas partes. Aquello duró cuatro años, ¡el matrimonio terminó con el chaperoneo! La boda y el arroz que tiraron sobre nuestras cabezas al salir para tomar el auto que nos llevaría a la luna de miel, selló la etapa de vigilancia familiar. Desde el carro miré y vi el piso de la acera y la calle casi blancos y me dije: ¡Pero tanto arroz desperdiciado y la falta que hacía, pero la tradición era bonita!

Este tema me hace recordar el caso de Serafín y Catalina. Estuvieron veinte años de novios. Catalina vivía en la calle Sol y él en la loma. Serafín era alto, más bien delgado, de unos cuarenta y cinco años o quizás más, era chofer de un camión de su propiedad, y siempre venía a visitar a Catalina con su levita y corbata a colores. Ella era bajita, algo regordeta y de pelo corto.

Dicen que como a los diez años de noviazgo falleció la vieja Tomasa y como esta señora era la única que vivía con Catalina, al morir, la hija quedó sin chaperona. El percance no impidió el noviazgo; diez años más pasaron antes del matrimonio Estuvieron una década dándose balance en el portal, a la vista de todos los que pasaban. Serafín nunca traspasó el umbral de la sala. Este fue un hecho insólito, diez años sin chaperona y sin hacer el amor. Después, algo viejos, se casaron y tuvieron una hija.

La Chaperona