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La escuela y mis maestros

Ceremonia de graduación de Kindergarten en La Habana, Cuba. Foto: Autor desconocido.

Ceremonia de graduación de Kindergarten en La Habana, Cuba. Foto: Autor desconocido.

“La educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre con muchas ramas”. José Martí

Asistí por primera vez a la escuela cuando tenía 6 años. Comencé por lo que entonces llamábamos el Kindergarden, hoy preescolar. Mi maestra era Dulce, de nombre y trato. Compartía la atención de los más pequeños con Mary. Esta última era más joven y hermosa. Los niños a esa edad se enamoran locamente y yo me enamoré de Mary.

La escuela era el local del viejo fuerte español. Sus paredes eran muy gruesas y sus puertas y ventanas muy altas, todas de madera dura. El piso era de losas de barro y el techo de madera y tejas criollas. Las ventanas todas tenían una reja de gruesos balaustres. En el patio se conservaban las caballerizas y era ese el lugar de mi preferencia para los juegos. Este edificio donde radicaba mi escuela fue construido en 1843 y allí se fijó la Comandancia de Armas del Ejército Español.

Después de Dulce, mi maestra fue Otilia. Una mujer flaca y fea, pero muy cariñosa y buena maestra. Ella se preocupaba mucho por la educación de sus alumnos. No se me olvida que a cada rato se aparecía al aula el policía del barrio Gorrín. Este hombre vestía impecablemente, el azul de su uniforme lucía más azul, con el brillo de aquella botonadura plateada, con los escudos, que subía por su chamarreta hasta el mismo cuello. También había botones como aquellos en los cuatro bolsillos. La gorra era de plato con su brillante escudo. Sus botas negras parecían espejos. Usaba gafas oscuras para el sol. Era un hombre de mediana estatura, regordete, muy blanco y con un pelo canoso que lo hacía más distinguido. No recuerdo que pasara de policía a pesar de sus muchos años de servicios. No llegó ni a cabo, pero jamás descuidó su porte y aspecto. Todos lo respetaban. No se respetaba sólo por su porte y aspecto, se respetaba por su eficiencia policiaca, el tenía un control, creo que mental, de todos aquellos que habían cometido algún delito o habían violado la ley de cualquier forma. Cuando le informaban de algún delito, por ejemplo, un robo, él ya comenzaba a actuar, sabía a quién interrogar, partiendo de la forma en que se había llevado a cabo el hecho. Así mismo se ocupaba de lo referido a la educación, como ya vimos, también era objeto de su trabajo, la higiene en general, se interesaba y comprobaba si en cada establecimiento público existía una escupidera, con creolina dentro de cada una de ellas, y así en todos los aspectos legales, tales como licencias y patentes. No olvido que era la única autoridad de orden interior del barrio, incluyendo los repartos colindantes.

Guardias rurales, 1925. Foto: Autor desconocido.

Guardias rurales, 1925. Foto: Autor desconocido.

Desde luego teníamos además de Gorrín, la pareja de Guardias rurales que pasaban montados en aquellos enormes caballos con su largo machete y su fusil, para si hacía falta éste. El tránsito frente a la escuela también era su preocupación. ¡Gorrín era también un orgullo de mi pueblo! En esa ocasión, como muchas otras, Gorrín llegó al aula, traía agarrado por el cinto a un negrito que era mucho más viejo que todos nosotros. Se llamaba Lázaro. Él se iba a comer mangos o a cazar pájaros todos los días y no iba a la escuela. Ese era el motivo de su retraso escolar. Creo que nunca llegó a pasar del primer grado.

En el segundo grado mi maestra fue otra mujer, ésta era trigueña, más bien gorda, bonita y con un genio que se las traía. Se llamaba Catalina. La vi una vez dar una tremenda tunda con una regla larga a un alumno que hizo alguna maldad. En el cuarto grado conté con un magnífico profesor, Laureano. Era un mulato fuerte, que siempre vestía de traje y corbata. Tenía un alto nivel y daba buenas clases. Con él aprendí bastante y creo dejó una buena huella en mi formación.

En aquella escuela, en su patio tuve que enfrascarme en muchas peleas. Yo era muy genioso y eso lo sabían los otros y me cuqueaban, me decían nombretes o se metían con mis dos hermanas y allá iba la pelea. Casi siempre llegaba a la casa con la ropa rota o sucia de las revolcadas. Lo mismo me fajaba con uno de mi tamaño que con uno más grande.

Algo que me produce un agradable recuerdo de aquellos tiempos de escolar, son los días de lluvia. Esos días habría aventuras, saltos de piedra en piedra, un trapo por la cabeza o la alegría de quedarme en la casa porque el agua no me dejaba salir.

Recientemente escuché una versión, que no he confirmado, que ese local donde estaba mi primera escuela y que había sido un fuerte español, se planificó para tomarlo por el General Antonio Maceo cuando éste se disponía atacar a Marianao. Años después esta edificación fue demolida y desapareció por completo. ¡Yo nunca la podré olvidar!

Posteriormente mi escuela pasó por varios locales. Eran siempre casas de viviendas que se adaptaban, hasta que después en 1944 se construyó allí el actual centro Escolar “Manuel Sanguily”. Este fue siempre el nombre de mi escuela.

La escuela Manuel Sanguily, de Arroyo Arenas.

La escuela Manuel Sanguily, de Arroyo Arenas. Foto: Pedro Urra Medina.

En esta edificación concluí la primaria. Aquí tuve mi mejor maestra, la más completa, la más martiana, la más formadora, la mejor educadora que yo conocí, Ester Valdés Cuevas. Ella me enseñó a amar a Martí y a todos los mártires y héroes de la Patria. Ella contribuyó de forma especial a mi formación revolucionaria. Eso lo hizo conmigo y con todos los alumnos que pasaban por sus manos.

En Video, Escuela de La Habana en los años 20 del Siglo pasado