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¿Cuánto vale eso?

Lineamientos. Foto: EFE/Alejandro Ernesto

Lineamientos. Foto: EFE/Alejandro Ernesto

Las medidas socioeconómicas que se están desarrollando en la sociedad cubana a partir de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución implican un espacio mucho mayor para las relaciones mercantiles como nunca antes en el más de medio siglo de experimento socialista en Cuba.

Se fundamentan en la necesidad de recuperar y fomentar en la conciencia de los cubanos el trabajo como un valor social a partir de la recuperación del valor del propio trabajo, cuya ponderación se basa en el intercambio de equivalentes entre personas y grupos diferentes, que ocupan distintas posiciones en la división social del trabajo.

La división social del trabajo representa entonces la estructura de las diferentes posiciones de las personas en el sistema de producción y reproducción de la vida, estructura que es relativamente independiente del movimiento en ella de quienes participan en los procesos de trabajo.

La división social del trabajo existente en la sociedad cubana actual, es ya radicalmente distinta de la heredada del capitalismo dependiente de la etapa prerrevolucionaria, tanto por sus contenidos como por sus formas, pero al igual que la anterior representa la estructura socioeconómica del aparato productivo de la sociedad y en el proceso de interacción de sus diferentes componentes prima también un acuerdo tácito, inercial, natural entre sus elementos referido a la aceptación práctica de las normas que rigen sus relaciones, ya que la interdependencia múltiple e integral de estos componentes es factor básico de la reproducción vital de la sociedad. Estas normas pueden estar codificadas o no, y su existencia no significa que de hecho serán cumplidas en cada circunstancia tal como exigen la ley y la moral.

Es algo elemental que el desarrollo ulterior de la división social del trabajo no hará sino reproducir y ampliar estas relaciones de interdependencia, de ahí que sea un factor esencial para el desarrollo socialista que esta ampliación mantenga el predominio decisivo de la propiedad social y el papel del plan y del control social en sus diversas vías y formas (estatal, popular participativo, mediático, político institucional, etc.) y la educación basada en los valores socialistas.

El propósito de lograr un socialismo próspero y sustentable, como sintetiza la consigna hoy generalizada, requiere promover a través de la práctica social y la educación una nueva ciudadanía capaz de valorar mejor el significado de las conquistas sociales, la importancia de cuidarlas y renovarlas y el imperativo de conservar los valores que representa la justicia social en el socialismo, de entender la importancia del aporte de cada quien a la sociedad, para que la sociedad pueda retribuirle la tranquilidad y seguridad que significan directa e indirectamente las políticas sociales del país.

La necesidad de un cambio de mentalidad hoy convertida en un reclamo generalizado no puede venir sino de la mano de cambios en la estructura y organización del sistema socioeconómico del país, pero es algo particularmente presente en la sociedad cubana desde los tiempos del proceso de rectificación de errores y tendencias negativas y luego revelada con mayor urgencia con los esfuerzos para superar el período especial.

En un trabajo publicado en el periódico Granma el 19 de marzo de 1994, titulado Firmeza de principios y cambio de mentalidad, se plantea: “Las medidas económicas que se requieren para el funcionamiento cabal de este principio (se refiere al principio socialista que reza: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”) reclaman a su vez un cambio de mentalidad. Su aplicación hace emerger desigualdades reales, ya que las capacidades, habilidades, inteligencia y laboriosidad de la gente son objetivamente diferentes, aun cuando existan oportunidades iguales para todos.”[i]

Se trata entonces de valorar mejor las conquistas sociales de la revolución, valorar mejor el patrimonio que tiene hoy en sus manos la sociedad, valorar mejor la importancia del trabajo, y naturalmente crecer económicamente en la medida en que ese crecimiento estructuralmente respaldado cubra las necesidades de la sociedad desde una perspectiva racional, saludable y responsable, que preserve el equilibrio ecosocial, o sea, “próspero y sustentable”..

Sobre el valor

Cuando un maestro de primaria va al mercado agropecuario y pregunta al vendedor “¿Cuánto vale eso?”, la persona que está detrás del mostrador no pregunta quién es, cuáles son sus ingresos, qué problemas tiene, qué importancia social tiene la labor que realiza, preguntas que de hecho tampoco hace el maestro de primaria al vendedor. En ese acto de compra – venta entre dos personas desiguales lo que media es el intercambio de equivalentes.

Pero habitualmente cuando preguntamos así “¿Cuánto vale?” no nos estamos refiriendo al “valor”, sino al precio, y este -que juega el papel de medida- no siempre es una representación que pueda asimilarse como justa para el valor real que tiene el objeto que es portador de esa relación.[ii]

El valor de algo y el precio de las cosas son conceptos y contenidos diferentes, solo que en el mercado, en el intercambio de equivalentes, el precio aceptado o no por aquél a quien corresponde pagarlo, es lo que en ese momento y en esa relación aparece como medida del valor y obviamente, a escala de la sociedad en su conjunto para ámbitos diferentes de la economía (y del comercio) o para toda la actividad económica y comercial en su conjunto, pueden encontrarse promedios.

El término valor es polisémico. Su comprensión depende del contexto en que se revela en un momento dado el fenómeno tangible o intangible que denomina, y dentro de ello, de los diferentes esquemas de apreciación que le otorgarán sentidos diferenciados a su significado, a su valor.

Ahora bien, cuando hablamos del valor de algo, ya sea tangible o intangible, aún dentro de un mismo concepto general, por ejemplo, el valor de una mercancía o el valor cultural de una obra plástica, hay que diferenciar el valor en sí como concepto de la intensidad con que ese valor concreto (en su expresión y sentido social) existe para personas diferentes.

Significa entonces que los objetos tangibles e intangibles tienen propiedades que aportan significados diferentes a diferentes personas y grupos humanos, pero solo en el medio social es donde único esas propiedades se convierten en valores. Suele afirmarse, por ejemplo, que el agua es indispensable para la vida, pero ¿cómo se pondera el valor del agua en una zona desértica y en otra donde esta es abundante?

La seguridad ciudadana que se ha mantenido en la sociedad cubana -un importantísimo valor social que es preciso preservar y afianzar evitando que la ampliación de las relaciones mercantiles en el país lo desafíe y debilite- constituye un elemento fundamental de la calidad de vida del cubano, un valor presente en su cotidianidad.

Si se trata de una mercancía, su valor de uso es tal no solo en virtud de sus propiedades generadas a partir del carácter concreto del trabajo, sino y fundamentalmente porque media prácticamente en las relaciones entre las personas. El valor de uso se realiza al servir para satisfacer necesidades humanas.[iii]

Hay valor porque hay subjetividad humana vinculada con los objetos tangibles e intangibles, pero en ambos está presente en su propia esencia la subjetividad, la conciencia, los valores, la orientación de las personas como componente inseparable de su existencia. Los propios objetos tangibles, tanto los que hay en la naturaleza como los generados culturalmente y en los que por tanto hay presentes valores incorporados, existen en un universo complejo en el que no pueden aislarse de la subjetividad, de los valores.[iv]

La actividad humana genera también valores intangibles que son subjetivos por su contenido, pero cobran existencia material en las acciones de las personas a partir de sus decisiones, asociadas naturalmente a sus intereses, estos últimos determinados por su práctica social, por su cultura.[v]

El valor del trabajo es diferente también en dependencia del contexto en el cual tiene significado. Un experimentado cirujano, un hábil pelotero o un inspirado músico que realizan su actividad con una calidad reconocida, más allá del valor cultural y humano de su desempeño, pueden obtener diferente retribución monetaria en diferentes contextos socioeconómicos, en dependencia de cómo se valora la cultura artística, el deporte y la salud en cada uno. Cómo aprecia su trabajo ese cirujano, ese pelotero o ese músico dependerá de su escala propia de valores, de lo que consideren importante, de cuáles son sus aspiraciones personales y cómo procuran satisfacerlas, pero compete a la sociedad en su conjunto cultivar valores solidarios y humanistas, misión en la que la ideología, la política, la organización, la juridicidad y la economía deben marchar en armónica articulación.

De lo anterior se desprende la relatividad del valor de los objetos tangibles e intangibles, en dependencia de los contextos y condiciones en que existen y se manifiestan y que la racionalidad que debe acompañar el desarrollo de una sociedad de orientación socialista no puede ser igual que la racionalidad capitalista, y que, por tanto, la ley del valor no puede dejarse librada a su propia dinámica.

La cultura socialista es imprescindible

La sociedad cubana de orientación socialista no puede girar sus conceptos sobre el significado del trabajo y de los bienes y servicios que éste produce para sintonizarlos con los prevalecientes en el mundo capitalista; y tal principio implica la acción política, organizativa, jurídica normativa, cultural, revolucionaria, la educación y la defensa de los valores solidarios del socialismo. Hay que trabajar de un modo socialista y vivir de un modo socialista.

Los fundamentos de la racionalidad económica del capitalismo tardío siguen siendo los mismos: la propiedad privada y la ganancia. Esa racionalidad que impulsó el desarrollo socioeconómico y científico tecnológico ha desembocado hoy en catastróficas consecuencias  para la naturaleza y el ser humano, no solo ha mantenido y consolidado la psicología del intercambio de equivalentes instaurada por las relaciones mercantiles y vigente hoy, sino que ha incrementado el afán de lucro, la desconfianza entre los seres humanos, la intolerancia, la desigualdad y la jerarquización social en dependencia del poder económico.

El sistema capaz de superar esa racionalidad del capitalismo no puede evitar la psicología del intercambio de equivalentes por lo que no puede hacer sino procurar conciliar la persistencia de esa psicología con la acción consciente para evitar que se imponga la lógica general capitalista. En efecto, las acciones políticas, jurídicas, económicas y organizativas del sujeto de la transformación socialista de la sociedad pueden controlar la amplitud de la propiedad privada, poner límites a las ganancias, alcanzar altos niveles de igualdad social, pero no pueden en el corto plazo eliminar la psicología del intercambio de equivalentes, ni pueden lograr sus objetivos sin educación, sin la ideología revolucionaria. Lo prueba el hecho de que esa psicología no ha podido ser superada luego de más de medio siglo de transformaciones socialistas, como demuestra también la relativa rapidez con la que han surgido y siguen surgiendo los pequeños emprendimientos privados y las cooperativas y asociaciones que ahora permite la ley en correspondencia con los Lineamientos.

A la racionalidad económica sembrada en la humanidad por el capitalismo hay que enfrentarla con una racionalidad social, humanista y ecológica orientada por la ideología de la transformación revolucionaria de la sociedad cubana, cuyo concepto del valor del trabajo y del producto del trabajo humano se fundamenta en su papel para el bienestar y la felicidad de las personas, aun reconociendo que en ese proceso jugará un papel fundamental por mucho tiempo el intercambio de equivalentes.

Las relaciones mercantiles generan y reproducen inevitablemente los sujetos que les resultan funcionales, o sea, con las propiedades y características que su accionar necesita.

En el marco de las relaciones mercantiles capitalistas, el valor de uso interesa solamente en la medida en que este permite acumular más valor en forma de ganancias. La contabilidad y el dinero se convierten aquí en instrumentos de una finalidad en sí misma: incrementar el patrimonio individual; de ahí el individualismo, la discriminación, el egoísmo, el afán de lucro, la promoción ilimitada e irresponsable del consumo y otras nefastas consecuencias sociales y ecológicas.

Las relaciones mercantiles en una sociedad de orientación socialista deben funcionar a la inversa, la contabilidad y el dinero deben ser instrumentos para una más justa distribución del producto social y para generar valores de uso para satisfacer necesidades de los seres humanos a través de un consumo que debe ser saludable, responsable y racional.

Para no caer presa de la fuerza centrípeta del mercado y de sus patrones consumistas es imprescindible la educación en una vida sana, culta, humanista y solidaria que contrarreste el encantamiento perverso del modo de vida que promociona el capitalismo tardío. No se trata, naturalmente, de un rechazo a los adelantos científicos y tecnológicos que ha logrado y logra el intelecto humano, sino de no asumir sus productos mercantiles de modo acrítico, sino teniendo en cuenta su impacto en la salud humana, en la sociedad y en la naturaleza.

El desarrollo tecnológico es un elemento principal de la vida humana moderna, es una realidad insoslayable y determinante, pero eso en modo alguno significa una fe ciega en las tecnologías como panacea para todos los males, como fin en sí misma, como un demiurgo ante el cual el ser humano, que es su creador, está condenado a quedar sin defensa, sin capacidad de control.

Los mayores avances científicos y tecnológicos los tienen los países del llamado primer mundo que amasaron sus fortunas a costa de la miseria del resto del planeta y muchas veces se objeta que para alcanzar el desarrollo y la excelencia tecnológica no hay otro modo que caer en la órbita de las transnacionales, pero si bien esta es una realidad del mundo de hoy, ello no significa que no haya poder de negociación con el capital transnacional, siempre y cuando haya en la sociedad cubana, y en otras, la capacidad política para asegurar la unidad de la ciudadanía en torno a los intereses mayoritarios, es decir, mientras se preserve y fortalezca el poder del pueblo.

El crecimiento de los pequeños emprendimientos privados, de las cooperativas y asociaciones, tiene lugar en un entorno en el que persiste la protección de toda la ciudadanía por las prestaciones sociales universales en materia de educación, atención médica y hospitalaria y seguridad social, y por las diferentes formas de subsidio que persisten en el país (por ejemplo en las viviendas, la energía eléctrica, la distribución normada de alimentos, el pago de los círculos infantiles, etc.).

En el contexto de la lógica socialista, los sujetos, los emprendimientos privados, las cooperativas, las asociaciones, que generan ingresos diferenciados en condiciones de la acción de la ley del valor y cuyos integrantes reciben los beneficios universales de la solidaridad socialista institucionalizada deben tener límites razonables a su crecimiento y en esa condición formar parte del plan de toda la sociedad, en el que la columna vertebral debe seguir siendo el predominio de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción de bienes y servicios, su actividad planificada y formas socialistas de distribución del producto social.

La necesidad del plan capaz de imponer una racionalidad social y no simplemente económica, exige a la vez a la planificación un nivel de flexibilidad que nunca se ha logrado eficientemente en los países que han emprendido el experimento del socialismo, y que cuando han intentado su flexibilización han caído a la larga dentro de la fuerza centrípeta del mercado capitalista mundial. Ahí radica uno de los mayores desafíos para la política, la ideología revolucionaria y la educación ciudadana.

El plan en consecuencia no debe verse como algo “técnico”, como un asunto de “especialistas”. Sin negar que el plan necesite de esos técnicos y especialistas, la planificación tiene un lado cultural que compete a toda la sociedad, a los colectivos laborales, a las comunidades, a los diversos nodos organizativos de la división social del trabajo y sus objetivos deben ser, primero que todo, sociales. Sin esa participación real de los trabajadores, sin ese poder  y responsabilidad reales no podrán prosperar y consolidarse las convicciones socialistas, escudo y espada de la defensa de la justicia social del socialismo.

Por ello no es posible avanzar en dirección al socialismo, o lo que es lo mismo, dejar atrás en cada nuevo paso algo del capitalismo, si no se apela a la educación desde los fundamentos ideológicos y políticos del cambio revolucionario de la sociedad, para entender que ese intercambio de equivalentes no es absoluto y que la sociedad misma que lo reconoce está llamada también a imponer fórmulas consensuadas de redistribución del producto social que vayan gradualmente compensando las desigualdades en los ingresos, proceso que el sujeto de la transformación revolucionaria está llamado a sintetizar, explicar y explicarse sistemáticamente, en cada momento.

Si no se actúa con una nueva racionalidad, podremos el año entrante y los siguientes avanzar económicamente, pero ser menos socialistas, menos solidarios.

La desconfianza, la discriminación, el individualismo, el afán de lucro que vienen de la mano del mercado necesitan de la educación cívica de la ciudadanía, de construir una ciudadanía responsable con valores humanos que consideren el significado de la existencia humana de modo radicalmente diferente a como la ha deformado el capitalismo, que tenga conciencia de la importancia de su aporte a la sociedad en la cual vive y el imperativo de ser como diría el poeta: “...un poco menos egoísta”.

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Notas.

[i] Ver Darío L. Machado Rodríguez, “Firmeza de principios y cambio de mentalidad”, Periódico Granma, 19 de Marzo de 1994, p.4. En este mismo trabajo se plantea más adelante: “Todos no podemos recibir lo mismo tanto porque no habría cómo hacerlo, como porque si lo pretendiéramos ello conduciría al inmovilismo y a la ineficiencia… Debemos fijar en nuestras conciencias que las circunstancias han cambiado radicalmente y que el modo en que debemos continuar los objetivos socialistas y comunistas deben adaptarse a la nueva situación.”

[ii]El mercado, la práctica de las relaciones mercantiles a lo largo de siglos ha ido asimilando ambos términos al punto que en el uso habitual valor y precio se emplean como sinónimos. Cuando alguien dice “Eso es algo no tiene precio” está asimilando el concepto de valor al de precio; cuando se dice que una mujer es preciosa se alude a un valor estético; la primera de una larga lista de acepciones del término “valor” que da un prestigioso diccionario de la lengua castellana es “Grado de utilidad o estimación de las cosas, en cuya virtud se da por poseerlas un precio”; tal es el grado de sedimentación social de la igualación precio-valor. (Ver Martín Alonso, Diccionario del Español Moderno, Editorial Aguilar S.A., Madrid, 1982, p. 1038).

[iii]Sin embargo, un objeto puede tener un escaso valor mercantil, pero significar para alguien un importante valor sentimental, relación en la cual ese objeto es apenas su medio tangible y esa particularidad hacer que esa persona esté dispuesta a realizar un cambio nada equivalente en términos mercantiles.

[iv] Una montaña es un objeto tangible en el paisaje, cuya existencia no se debe a la existencia de la sociedad humana, pero la montaña no es solo un objeto material con propiedades, es también un accidente geográfico, un valor patrimonial, un valor estético, un valor ambiental, etc.

[v] Un litro de leche es un objeto con determinado valor de uso y valor. En Cuba se asegura a cada niño hasta los 7 años un litro diario cuyo valor mercantil es muy superior al que representa el precio de venta al por menor a la familia cubana, precio que es prácticamente simbólico. Constituye, sin embargo, un importante valor social, moral y material incomparablemente superior a su valor mercantil, tanto por su significado fisiológico para la salud y el crecimiento corporal y desarrollo mental del infante, como por la carga de justicia social que entraña como medida universal de protección a la niñez sin distinción alguna, y se sustenta en la cultura solidaria de la sociedad cubana que ha desligado por décadas de las reglas del mercado ese producto considerando su valor social por encima de su valor económico. Tal relación constituye hoy un valor cultural de la sociedad cubana, expresado en el consenso casi universal que respalda esa prestación.