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El golpe

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Tengo vivos recuerdos del cuartelazo de 1964. Desde 1962 yo había cambiado Belo Horizonte por Rio de Janeiro. Janio Quadros, en  agosto de 1961, había renunciado a la presidencia de la República. Jango, su vice, le sucedió.

El Brasil clamaba por reformas de base: agraria, política, tributaria, etc. En Rio Grande do Sul el diputado federal y exgobernador de aquel estado, Leonel Brizola, cuñado de Jango, advertía sobre el peligro de un golpe de Estado.

En Pernambuco, Miguel Arraes contrariaba a los empresarios y terratenientes e imprimía a su gobierno un carácter popular.  En Amgicos (RN), Paulo Freire gestaba su pedagogía del oprimido. El MEB (Movimiento de Educación de Base) daba sus primeros pasos apoyado por el ala progresista de la Iglesia Católica. La UNE multiplicaba por todo el país los CPC (Centros Populares de Cultura). El adjetivo “nuevo” identificaba al país: nuevo cine, bossa nova, nueva poesía, nueva capital…

La lucha heroica de los vietnamitas, el éxito de la Revolución Cubana (1959) y el fracaso de los EE.UU. al intentar invadir Cuba por Bahía Cochinos (1961) inquietaban a la Casa Blanca. “América para los americanos”, dice la Doctrina Monroe. La mayoría de los yanquis no entiende que ya en el término “América” está incluido todo nuestro continente,  aunque sólo ellos se consideran “americanos”.

Era necesario poner un ¡Basta! a la influencia comunista, incluso en el Brasil. Y todo lo que no coincidía con los intereses de los EE.UU. era tachado de “comunista”, incluyendo a obispos como Helder Camara, que clamaba por un mundo sin hambre. Fue tildado de “obispo rojo”.

Trajeron de los EE.UU. al P. Peyton, párroco de Hollywood. Con el rosario en la mano y protegido por la CIA, arrastraba multitudes en las Marchas de la Familia con Dios por la libertad. Se manipulaba  el sentimiento religioso del pueblo brasileño como caldo de cultivo favorable al cuartelazo.

El 13 de marzo de 1964 Jango propició un megacomicio en la Central del Brasil, en Rio, frente al Ministerio del Ejército. Allí, ovacionado por la multitud, firmó los decretos de apropiación por Petrobras de refinerías privadas, y desapropiación, con miras a la reforma agraria, de tierras subutilizadas. A las élites brasileñas les entró el pánico.

El 31 de marzo, martes, las tropas del general Olimpo Mourão filho, con sede en Minas, ocuparon los puntos estratégicos de Rio. Jango, después de pasar por Brasilia y Porto Alegre, depuesto de la presidencia, se refugió en el Uruguay. Ranieri Mazzilli, presidente de la Cámara de Diputados, asumió el mando del país y, presionado por los militares, convocó a elecciones indirectas. El 11 de abril el Congreso Nacional eligió al mariscal Castelo Branco presidente de la República. El golpe se había consolidado.

La máquina represiva comenzó a funcionar a todo vapor: por todo el país se instalaron  Investigaciones Policiales Militares;  la interrupción de los derechos políticos alcanzó a sindicalistas, diputados, senadores y gobernadores; una simple sospecha era considerada como denuncia y servía de motivo para que un ciudadano fuera apresado, torturado o incluso asesinado.

Los estudiantes y algunos segmentos de la izquierda histórica resistieron en las calles, pero fueron tratados a balazos.  La reacción de la dictadura sumió a sus opositores en la única alternativa viable en aquella coyuntura: la lucha armada.  En diciembre de 1968 el gobierno militar firmó el Acta Institucional n° 5, suprimiendo el poco espacio democrático que todavía quedaba y legitimando la prisión, la tortura, la deportación, el secuestro y el asesinato de quien le hiciera oposición o fuera sencillamente sospechoso.

Son muchos los indicios de que vivíamos bajo una dictadura. Éste fue insólito: en el centro de Rio hay una región conocida como Castelo. Y en la zona norte un barrio llamado Muda (porque antiguamente se cambiaban allí las parejas de caballos que arrastraban los tranvías que unían la Tijuca con el Alto da Boa Vista). En 1964, en el letrero de una línea de autobuses carioca se leía esta indicación: Muda-Castelo.  Pues a los militares no les gustó y nada menos que llegó el mariscal a averiguar. Presionada, la empresa invirtió el letrero: Castelo Muda. Quedó peor. Entonces cancelaron  la línea…