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Marzo de 1964

dictadurabrasil

En 1964  vivía yo en Rio de Janeiro, en un apartamento en la esquina de las calles Naranjos con Pereira da Silva. Allí se reunían los jóvenes dirigentes de la JEC (Juventud Estudiantil Católica) y de la JUC (Juventud Universitaria Católica), movimientos ambos de la Acción Católica. Allí se hospedaban con frecuencia los líderes estudiantiles Betinho, Vinicius Caldeira Brant y José Serra.

Yo había ingresado a los cursos de Periodismo en la Universidad del Brasil (la actual UFRJ) y entre mis profesores destacaban Alceu Amoroso Lima, Danton Jobim y Hermes Lima. Por la derecha, Hélio Vianna, profesor de historia, cuñado del mariscal Castelo Branco.

Desde que llegué a Rio, procedente de Minas Gerais, el Brasil entró en una etapa de turbulencia política. Despertaba el gigante adormecido en espléndida cuna. Todo era nuevo bajo el gobierno de João Goulart: la bossa, el cine, la literatura...

La Sudene, dirigida por Celso Furtado, aliada del gobernador de Pernambuco, Miguel Arraes, rediseñaba un Nordeste libre del mando coronelístico de industriales y terratenientes. Francisco Julião defendía a las Ligas Campesinas, que luchaban por la reforma agraria.

Paulo Freire implantaba, desde Angicos (RN), su método de concientización política de los pobres a través de la alfabetización. Daba a conocer lo que se llamó pedagogía del oprimido.

En el Sur, Leonel Brizola enfrentaba a los monopolios extranjeros y defendía la soberanía brasileña. Los marinos y los sargentos del Ejército se organizaban también, en Rio,  para reivindicar sus derechos.

“Verás que un hijo tuyo no rehuirá la lucha”. Sin embargo los hijos no tenían suficiente lucidez para percibir que, desde la  renuncia del presidente Jânio Quadros, en 1961, estaba siendo golpeado, por las clases dominantes, el huevo de la serpiente.

La embajada estadounidense, instalada todavía en Rio, y enfrente del Lincoln Gordon, se movía en la sombra para azuzar a los militares brasileños – muchos de ellos entrenados en los Estados Unidos – contra el orden democrático (véase “Taking charge: the Johnson White House Tapes – 1963-1964”, de Michael Beschloss).

Quien conoce la historia de los golpes de Estado en América Latina sabe que todos fueron patrocinados por la Casa Blanca. De ahí la famosa charada: nunca hubo un golpe en los EE.UU. porque en Washington no hay embajada yanqui...

Los EE.UU., inconformes con el éxito de la Revolución Cubana en 1959, temían el avance del comunismo en América Latina. El presidente Lyndon Johnson (1963-1969) estaba convencido de que el Brasil era tan vulnerable a la influencia soviética como el Vietnam.

Se destinaron ríos de dinero a preparar las condiciones para el golpe del 1° de abril de 1964. A los pobres, que tanto ansiaban las reformas estructurales (llamadas en aquella época “reformas de base”, y hasta hoy no llevadas a cabo) los EE.UU. les destinaban las migajas de las canastas básicas distribuidas por la Alianza para el Progreso. Mientras el empresariado se articulaba en el IBAD (Instituto Brasileño de Acción Democrática) y en el IPES (Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales).

Los EE.UU. no admitieron siquiera que el Brasil se pareciera al Egipto de Nasser, un país independiente de las órbitas yanqui y soviética. Los barcos estadounidenses de la Operación Brother Sam pusieron rumbo en dirección a nuestros puertos.

Jango convocó el megacomicio del 13 de marzo de 1964, en la Central del Brasil. Yo hubiera querido estar allí, pero el p. Eduardo Koaik (más tarde obispo de Piracicaba {SP} y colega de seminario de Carlos Heitor Cony) decidió que aprovecháramos el feriado para participar en un día de estudios de la dirección nacional de la JEC, de la cual yo formaba parte, en Itaipava (RJ).

El 29 de marzo, con pasaje donado por el Ministerio de Educación (léase: Betinho, jefe de gabinete del ministro Paulo de Tarso dos Santos), embarqué para Belém. En la capital paraense me sorprendió el golpe militar el día 1º de abril de 1964. Llegué a creer que el presidente Jango, constitucionalmente elegido, se había refugiado en Uruguay.

Esperé la tan ansiada reacción popular. El PCB (Partido Comunista Brasileño), con quien la JEC mantenía alianzas en la política estudiantil, había garantizado que, en caso de golpe, Prestes convocaría a miles de trabajadores en armas.  La Acción Popular, movimiento de izquierda surgido de la Acción Católica, prometía movilizar a sus militantes para defender el orden democrático.

Esperé en vano. Algunas reacciones aisladas, inclusive de altos oficiales de las Fuerzas Armadas, fueron rápidamente sofocadas sin necesidad de un solo disparo de arma de fuego. Nadie creía que la dictadura iba a durar, a partir del 1° de abril de 1964, 21 años.