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Un continuo carnaval

CARNAVAL DE SAO PAULOEn este carnaval quiero un baile de fantasía, y la locura insaciable de los que ponen a desfilar en bloques sus anhelos irreprimibles. Arrancaré del corazón una por una
todas mis máscaras: la del cínico, la del farsante y la del pusilánime.

Me quiero presentar desnudo en la pasarela en la que exhibiré por detrás: aversiones y prejuicios, contradicciones y mezquindades. Saldré desfantasiado del barro y el soplo, tal como Dios me puso en el mundo.

Seré anónimo en la euforia de la escuela de samba que tendrá como enredo la triste señal de la alegría desgraciada. Embriagada de nostalgias, contemplaré desde la avenida el brillo sideral de las carrozas alegóricas que atraviesan en carrera la Vía Lactea.

Cantaré marchas en el coro de los ángeles y gritaré a voz en grito todas las palabras con efe de la hartura brasileña: fe, fiesta, frijolada, farina (harina) y futbol.

Le susurraré al abanderado el ritmo de mi respiración acompasada y compasiva. Desligado de todas las alegorías, entraré en meditación en pleno apogeo del espacio oculto de la batería.

Cesado el estrépito de las calles, apagadas las luces, adormecidos los festejos, atravesaré solo el sambódromo y recogeré del suelo las sombras de las tristezas enmascaradas de júbilo, de las lágrimas contenidas en el ritual de la risa, de las ilusiones defraudadas por la realidad.

Depositaré allí los retazos de esa insatisfacción que atolondra mi espíritu, con la esperanza de que la magia del próximo desfile exhiba, con pompa solemne, esa refrenada voracidad amorosa.

Si por casualidad me cruzare con Momo le voy a sugerir que se jubile. El carnaval ya no es la fiesta de la comilona que llena el estómago. Son ojos glotones para engullir, voraces, senos y bíceps, muslos y nalgas, brazos y piernas, sedientos de un reconocimiento narcisista, imprimiéndole al espíritu un irremediable fastidio, tan empalagoso como la certeza de que, de las cenizas del miércoles no renace el ave fénix de la esbeltez.

Si la batería sigue resonando en mis oídos llamaré a Orfeo para que me preste su lira y me permita bucear en los mares subterráneos del inconsciente. Aspiro el canto embriagador de las musas, y prefiero la agonía imponente del órgano y la suavidad femenina del arpa a los sonidos desmadejados de esa parafernalia que traduce muy bien mis tribulaciones.

El carnaval se compone de momentos y tormentos. ¿Tengo que huir a alguna isla desierta, remota, embarcado en el mar revuelto de mi plexo solar, o fingir en la avenida que los dioses del Olimpo vendrán a coronarme? ¿Por dónde andarán las jóvenes mulatas de mi bienvivir y el mayordomo de mi destino?

Ay quién pudiera cambiar de humor con cada ropa nueva, rasgar los mantos lúgubres que no me protegen del frío, creer en ese rol invertido que me lleva a la apoteosis exactamente cuando el espectáculo está a punto de terminar.

Me dejaré bañar en los papelitos de colores de la locura y me enroscaré en serpentinas para encubrir esa ansia mía de desnudar impúdicamente el alma.

Al amanecer, cuando el ejército de barrenderos comience su labor, me encontrarán tirado en el asfalto, repartido por diversos rincones, a la espera de que junten basuras a mis despojos, se cicatricen mis articulaciones, se energicen mis huesos e hinchen mi carne, hasta que yo intente hacer lo más difícil: fantasiarme conmigo mismo.

Entonces ingresaré al baile de la transparencia, exhibiré las vísceras en el bloque de la sensatez, sacaré del fondo de mi ser la fuente de una alegría para inaugurar el imperio del silencio.

Quedaré tan leve que, con toda seguridad, volaré sin alas, embriagado por la euforia que suscita el carnaval.

Sí, quiero más, quiero un carnaval que no termine nunca y que sea tan ilimitado que haga que los muertos del cementerio salgan por las calles en inacabable cortejo, entonando loas a la vida. Y que el brillo del corazón irradie tanta luz que consiga que mis ojos queden ciegos para lo transitorio.

En este carnaval sean tiernas y eternas mis alegrías, distantes de los melindres furtivos, entregados a las más puras melodías, a las más inefables poesías.

Frei Betto es escritor, autor de "Aldea del silencio", entre otros libros.
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Traducción de J.L.Burguet