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Nueva cita con los libros, y más

Niños en la Feria del Libro. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.

Niños en la Feria del Libro. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.

A menos de dos meses de haber sido sede y organizadora de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, da vida Cuba a su Vigésima Tercera Feria Internacional del Libro, cita que, desde hace algunos años, una vez clausurada en la capital se extiende a las otras provincias del país, incluso en zonas montañosas. No es necesario embriagarse en el hermoso simbolismo de esos hechos para disfrutar lo que ellos confirman y aquí apenas se roza por su vinculación más directa con el tema de los presentes apuntes: el experimento político cubano ratifica en las actuales circunstancias la conciencia de lo responsabilizado que está con seguir siendo fiel a los ideales cultivados durante la lucha por la independencia y la liberación nacional de la patria.

El tramo de esa historia iniciado el 26 de julio de 1953 se proclamó acto de homenaje, en el año de su centenario, a José Martí, quien fue concentración de los ideales encarnados en dicha lucha, y fuerza impulsora para darles continuidad hacia el futuro. En el legado martiano se reconoció desde aquella fecha ígnea lo que años después de triunfar el 1 de enero de 1959 la etapa llamada por antonomasia Revolución Cubana, su líder histórico, Fidel Castro, llamó el fundamento moral de las transformaciones emprendidas en el país. Para llevarse a cabo debían ellas comenzar —y comenzaron, atendiendo a la vez otros propósitos medulares— por la consumación de la independencia que desde 1898 el naciente imperialismo estadounidense frustró, durante seis décadas, con su intervención en la guerra que el pueblo cubano alzado en armas libraba contra el colonialismo español.

La gesta iniciada el 10 de octubre de 1868 sufrió casi diez años después la interrupción contra la cual se levantó, encabezada por Antonio Maceo, la Protesta de Baraguá. En lo que esa década tuvo de honor y de gloria fundó Martí el proyecto revolucionario en virtud del cual se desató, el 24 de febrero de 1895, una nueva etapa de empeño bélico liberador. Este no se dirigía ya solamente contra el colonialismo español, sino —a la vez, o sobre todo— contra los planes del voraz imperialismo que desde los Estados Unidos amenazaba con extenderse por toda nuestra América, y con romper cada vez más, para provecho de sus arcas, el equilibrio del mundo. Mercado y guerras serían sus recursos para conseguirlo.

La lealtad de la Revolución Cubana a los ideales emancipadores abonados por esa historia —durante la cual se sembraron las luces de una civilidad republicana burlada por la injerencia imperial y sus secuelas, con la complicidad de celestinos vernáculos— se probó en la equidad social que desde los primeros momentos estuvo entre sus principales afanes, y ha de seguir estando. No fue obra de la casualidad el hecho de que en 1961, poco más de dos años después del triunfo de la Revolución, Cuba protagonizara dos victorias indisolublemente vinculadas entre sí: del 17 al 19 de abril enfrentó y aplastó, en Playa Girón y sus inmediaciones, la invasión de tropas mercenarias que reforzó los actos terroristas que el país siguió sufriendo y encarando junto con un férreo bloqueo comercial, económico y financiero; y el 22 de diciembre, con una concentración multitudinaria en la Plaza de la Revolución José Martí, celebró la erradicación del analfabetismo, gracias a una Campaña Nacional, masiva, que ya estaba en marcha al producirse la invasión mercenaria.

Seguirían caracterizando a Cuba la firmeza antimperialista y el tesón por desarrollar, entre otros logros públicos, una obra educacional que beneficiaría a todo el pueblo, incluidos los miles y miles de personas alfabetizadas por aquella Campaña, que hoy sigue mereciendo la admiración del mundo: a comarcas de distintos continentes se han extendido frutos de la experiencia que en ella se fraguó. Para entonces la Revolución había dado pasos decisivos hacia el logro de un movimiento editorial sin precedentes en el país. En marzo de 1959 se fundó la Imprenta Nacional, que en 1960 tuvo su gran bautismo con la publicación de cien mil ejemplares de Don Quijote de La Mancha comercializados a un precio simbólico.

Quedó abierto así el camino que llevó sucesivamente a la fundación de la Editorial Nacional y del Instituto Cubano del Libro, y que desde los primeros momentos dio un creciente apoyo a empeños que —elevando en índices cualitativos y cuantitativos afanes similares pero aislados que habían tenido lugar antes de 1959— se consumaron en los Festivales del Libro. Estos constituyeron antecedentes directos del apogeo ferial que se aproxima a un cuarto de siglo.

El valor de las Ferias como promotoras del hecho editorial y de la lectura, y la importancia que el país ha sabido ver en ellas, se aprecian con solo apuntar que el tamaño y el peso de su historia se decidió en un contexto marcado por el desmontaje del campo socialista europeo. De golpe, la desaparición de este representó para Cuba la pérdida de la mayor parte —para no decir de casi todo— su mercado internacional, y de las ventajas que le venían del tipo de transacciones mantenidas con aquellos países.

La repercusión de tales pérdidas se agravó porque la debacle del llamado socialismo real alimentó en el mundo la euforia de los capitalistas. Aunque contrariada en parte por la crisis sistémica del capitalismo, y por el surgimiento de proyectos emancipatorios en varios países, señaladamente en nuestra América —donde se renuevan las banderas del socialismo, asociado a la creación heroica, como reclamó en su tiempo José Carlos Mariátegui, no al dogma estancadizo—, esa euforia dio paso al presunto éxito irreversible de un pensamiento único, frenesí del pragmatismo.

No por gusto esa corriente ideológica es la expresión distintiva de las prácticas imperialistas, y como corriente filosófica tiene certificado de nacimiento en los Estados Unidos. Desde esa potencia, infundido por ella y por instrumentos suyos como el Fondo Monetario Internacional, se propalan orgánicamente concepciones y prácticas neoliberales que arruinan a pueblos y refuerzan el sometimiento de gobiernos a las redes del imperio.

Que en medio de esa realidad Cuba haya mantenido empeños de los cuales forman parte las Ferias del Libro, habla de la importancia que el país reconoce a la formación y al cuidado de valores culturales. Con ello ratifica su fidelidad al ideario de Martí. Él, en un artículo de 1884 —“Maestros ambulantes”, que pudiera tomarse como plataforma de la revolucionaria Campaña de Alfabetización de 1961—, sostuvo que, “en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. Intuía, o sabía, que las penurias materiales pueden generar deformaciones indeseables en el plano moral; pero la significación de sus palabras se entiende rectamente si se conoce que él, lejos de sucumbir al culto de la riqueza, renunció a la que pudo haber alcanzado con su laboriosidad y su talento proverbiales, y echó de veras su suerte con los pobres de la tierra. Es necesario valorar aquella cita en su contexto, donde está inmediatamente precedida por máximas cardinales que encarnan el pensamiento y la actitud de Martí: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso” y “Ser culto es el único modo de ser libre”.

Cuando Cuba se empeña en alcanzar la eficiencia económica necesaria, y se lo propone enarbolando las banderas de un socialismo próspero y sustentable, no puede hacerlo al margen de un legado que la responsabiliza con saber que, si bien no cabe ignorar el mercado, tampoco se le debe brindar el servicio de someterse resignadamente a él. La economía, en proyectos como el que esta nación debe seguir abrazando, defendiendo, en correspondencia con su historia, no es un fin en sí misma. Los esfuerzos que en torno al hecho económico aspiren a tener plena validez, se acometerán para garantizar la existencia de una sociedad caracterizada por un funcionamiento de veras humano, signado por la vocación de equidad, a la que sería criminal renunciar porque se reconozca la inviabilidad práctica del igualitarismo, que no todos entienden y repudian con las mismas motivaciones y perspectivas.

Solo con tales premisas la finalidad de salvar los logros alcanzados con el afán de construcción socialista —que no se ha consumado en ningún paraje del planeta—, podrá contribuirse a mantener viva la posibilidad de llegar al socialismo, que será un fruto profundamente cultural, o no será. De ahí que a Cuba no le esté dada, y menos aún como derecho, la comodidad de la desprevención ante los peligros del pragmatismo, un mal que en determinadas circunstancias, sobre todo si lo auxilian la inercia y la resignación, no digamos ya la manipulación dolosa, pudiera enmascararse como inocente o aséptico, e insoslayable, sentido práctico.

Al Martí que en su discurso del 10 de octubre de 1890 sentenció “el verdadero hombre [cabe leer ser humano] no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre, el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”, rinde homenaje en hechos la CELAC. En medio de una diversidad compleja y retadora, esa organización ha situado los ideales martianos de integración continental, opuestos a los designios imperiales, en planos de realización nunca antes alcanzados —a fines del siglo XIX podían parecer un sueño—, y para su Segunda Cumbre, en La Habana, escogió comenzar sus sesiones el 28 de enero, natalicio del héroe de nuestra América.

También le rinde homenaje a Martí la Feria del Libro, que, además de asumir su legado en el determinante plano conceptual, iniciará su nueva cita habanera, preludio de su marcha por el resto de la nación, el 13 de febrero, y la terminará en la víspera del 24 de febrero. En esa fecha de 1895 se levantó en varias localidades del país el plan insurreccional que, en medio de severas adversidades, preparó Martí al frente del Partido Revolucionario Cubano.

Mucho habría que decir sobre las Ferias del Libro, llamadas a perfeccionarse como contribuciones para asegurar la permanencia del hábito de la lectura, no solo con textos impresos. De ahí que también dé cabida a soportes digitales. Pero lo que ellas significan en el fomento de prácticas y valores culturales, en la siembra de la espiritualidad y en concepciones que, como norma, pueden ser datos carentes de interés para pragmáticos, basta para dar la bienvenida entusiasta a la Feria Internacional del Libro Cuba 2014.

(Tomado de Cubarte)