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Desde la derrota (+ Video)

A mi familia
Para mi padre, que seguro se ha vuelto a enamorar allá Arriba.
Para M, por el imán y todo aquello del magnetismo.
La historia se basa en el video donde el poeta Oscar Cruz lee su poema “La derrota”

El poeta santiaguero Oscar Cruz. Foto tomada del sitio web de la AHS

El poeta santiaguero Oscar Cruz. Foto tomada del sitio web de la AHS

Oscar Cruz ha leído ya varios poemas en Medellín. Entiéndase a Medellín como espacio y olvídese como ciudad. Léase Medellín como alcance o como separación. Medellín como casualidad.

El poeta habla como si no existiera. Una rubia, a su lado, mira a cualquier parte. Cualquier parte, dentro de aquella casualidad, bien podría ser el techo de una catedral, o un anuncio de neón. Pero no. Llueve. Baja la cabeza momentáneamente.

Uno no se mata por el amor de una mujer, lee Oscar Cruz. Alguien mueve su sombrilla de lugar. Se acomoda. Ese alguien cree haber escuchado un cliché apóstata, quizás barato. Al parecer no. Le pide a un hombre a su lado que haga silencio. Casi escampa o puede que ni siquiera esté lloviendo ya.

Escribió Césare Pavese en su Diario, a manera de adiós, después de llamar a varias putas, prosigue el poeta. La palabra “puta” en una ciudad casual puede que le dé giro a esta historia. La palabra “puta” es cualquier cosa menos casual. Como la ciudad de Medellín. Como Oscar Cruz. Como la rubia impaciente y díscola. Como la persona que movió la sombrilla de lugar.

Uno se mata porque un amor, cualquier amor, te revela tu desnudez, tu miseria, y tu nada. Las palabras retumban de forma timorata: como cuando se lee un testamento inconcluso. La rubia lo mira. Sonríe sutilmente. La sutileza, cuando las historias pasan de casuales a reales, pueden ser síntomas de hipocresía.

Horas después se suicidó, en la misma habitación donde lloraba. Decía Lezama que poeta era el que tocaba como posibilidad, el espacio resistente entre la progresión de la metáfora y el cubrefuego de la imagen. Cuando un poeta se suicida hay resistencias que se desvanecen; ciudades que se vuelven reales; rubias apuradas e impacientes…

Es esto lo que importa tal vez: ni el mundo, ni las putas, lo recuerdan… Muchas gracias, concluye Oscar Cruz. Aplaude una multitud insaciable, recóndita incluso, tan recóndita como los labios. Todos se mueven. Los gestos se vuelven biológicos, puede que intencionales.

Una persona parece inmóvil: una prostituta ya se cansó de mandar a callar a la gente. Ahora piensa encontrarle un antepasado a aquella tarde. Sería, según ella, la misma tarde, pero sin lluvia. Con el mismo poeta. Con el mismo poema. Logra resolverlo todo con una lágrima y un movimiento lascivo. Hace varios minutos dejó de llover.