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Otro vecino que voló a una dimensión desconocida

Santiago FeliúTemprano en la mañana de este miércoles 12 de febrero, mi amigo Joaquín Borges Triana me llamó: “Paca ¿es verdad que Santiaguito se murió?...Yo supongo que sea Santiago ¿Qué sabes tú?”. No le pude responder coherentemente, acababa de salir del sueño. Dije que averiguaría y en minutos lo llamé para decirle: “Sí, murió por la madrugada”. El Juaco me dice que era hipertenso y que un tiempo atrás ya había tenido un fututazo en “la bomba”.

Santiaguito no era mi amigo cercano en este enorme barrio vertical en el que tengo la suerte de ver o acompañar a Fernando Pérez a comprar viandas, o pedirle botella a Nancy Morejón, o entablar un dialogo con Francisco López Sacha… Por esos artistas que viven en Infanta y Manglar, la chispa popular calificó a principios del 2000 al edificio como “Fama y aplausos”, por un programa televisivo que entonces estaba en boga.

El menor de los Feliú se mudó tiempo después de inaugurado el inmueble. Orgulloso para algunos, tímido para la mayoría que lo conocíamos un poco mejor, saludaba con un corto “¿Qué hay?”. Su proverbial gaguera se manifestaba cuando el diálogo era más largo. Pero lo que más me llamaba la atención de Santiaguito era su inclinación a jugar con los niños. Su rostro se transformaba, aunque quienes bajamos a menudo a jugar en el parqueo cuando avizorábamos su carro, agarrábamos a los “chamas” y me decía a mí misma: ¡candela! Dueño del timón doblaba por la esquina como si fuera por una carretera de cuatro vías, y sin embargo, ¡nunca le dio un golpe a un perro, mucho menos a una persona!

Ahora andaba feliz. Su muchacha exhibía el embarazo. Santiaguito no verá al bebé, pero disfrutó de su otro hijo que quiso venir a vivir con él.

Ese es (era) mi vecino, el mismo que compuso canciones como “Para Bárbara”, “Vida” y “Ay, la vida”, entre otras melodías que lo hicieron ser parte del movimiento de la trova, aunque en un momento junto a Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Frank Delgado constituyó la punta de una vanguardia en la entonces novísima trova.

Compartió escenario junto a Frank Delgado, Luis Eduardo Aute, Luis Pastor, León Gieco, Silvio Rodríguez, y su hermano Vicente, entre otros cantautores. Lo hizo también con Noel Nicola, otro vecino que voló a una dimensión desconocida desde este barrio vertical, como Teresita Fernández, Humberto Arenal, Raúl Eguren, Lázaro Ross, Cholito, Moraima Osa, Francisco de Oraá y quizá algún otro artista que no recuerdo en este instante.

Me pongo en el lugar de Vicente y Santiago: hermanos mayores, hasta cierto punto protectores, del muchachito gago que quiso cantar y lo logró al imponer sus letras y esa forma única de dar a conocer sus piezas.

El bebé que está por nacer conocerá a su padre a través de lo que le cuenten los que compartimos un pedacito de su vida. Realmente en la lógica de la existencia, con sus 52 años y la esperanza de vida en Cuba, no le tocaba morir, pero cuando el corazón dice que no camina más, todo acaba. Lo único que me consuela es que mi vecino murió de la forma que creo merecen las personas buenas: sin sufrir. Además, acaso no estará vivo Santiaguito cuando se escuche: “La vida es otra cosa,/ si con las mismas ganas/ te la sucedes/ sin esperar más nada./La vida es diferente,/ si la paciencia gana/ cuando la soledad/ colma a la soledad.”

(Tomado de La Jiribilla)