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Strike 3: La ley del "garabato"

odelín

Foto: Miguel Gutiérrez / EFE.

A mi amigo Sebastiano

Vicyohandri Odelín lanzó su mejor juego (y también el de un pitcher cubano en la arena foránea en mucho tiempo), se confirmó como verdugo contumaz de Puerto Rico, y Villa Clara conservó la posibilidad de recibir el alta médica luego de varios días con respiración asistida.

El camagüeyano de 33 abriles -un refuerzo que nadie presagiaba, pues los cálculos apuntaban a Vladimir García y Danny Betancourt- salió como un Quijote negro de uniforme, desafió a los molinos boricuas, caminó toda la ruta y refrescó a tirios y troyanos el concepto de que pitchear es un ejercicio de precisión antes que de potencia, según estableció Connie Marrero.

Como si le quisiera celebrar el cumpleaños a Santa María del Puerto del Príncipe, Viyo puso a comer de su mano a un line up cuajado de elementos con experiencia en Triple A y aun en la Gran Carpa. Dio (como siempre) mucho strike, que es el paso inicial para aspirar al triunfo en la pelota, y a menudo apeló a la alternativa de acomodar a los contrarios con envíos rompientes –¡ah, "garabato" mágico!- para después cruzarlos con una recta que, una y otra vez, mordisqueaba el perfil interior del pentágono.

Solo dos hits marcaba la pizarra para el equipo visitante cuando cayó el último out. Un out al que Odelín llegó más por riñones que por respaldo físico, menguada la velocidad y afectado el comando por un celemín de lanzamientos (132), una cifra que no alcanzaba desde hace varios años, dada la reglamentación vigente en el país para delimitar el número de envíos.

Aquí, una confesión: yo hubiera optado por sustituir a Viyo a la altura del séptimo o, como máximo, el octavo episodio. Uno, porque lo suyo no es precisamente la estamina, y en tales casos las dinámicas modernas de la pelota indican el reemplazo inapelable. Dos, porque en el bullpen estaba Freddy Asiel, el primer pitcher del país. Sin embargo, la dirección de Villa Clara prefirió mantenerlo en el montículo, y dicha decisión terminó duplicando el tamaño de la gesta.

El mentor Ramón Moré explicó de este modo la postura adoptada, según ESPN: "Anoche estábamos sentados en el hotel y Odelín vino y me dijo 'mañana yo soy el hombre'. En el séptimo inning conversé con él y le pregunté  '¿terminaste?' y me dijo 'no, los gallos mueren ahí'. Luego puse a calentar a un pitcher en el bullpen y me dijo 'eso es por gusto, yo voy hasta afuera'. Así que ya ven lo que pasó".

A lo largo de las nueve entradas de faena, Odelín fue el jugador más enfocado del equipo. No se le vio indignarse con ninguno de los numerosos conteos equivocados del umpire, ni liberó tensiones con un par de alaridos tarzánicos. Tampoco repitió su memorable técnica de kárate del Clásico Mundial de 2006, una vez que aseguró el boleto semifinalista cubano a costa de, precisamente, Puerto Rico.

En la atmósfera, tal vez, se respiraba el miedo a regresar a casa sin victoria, pero Odelín tenía fe total en que podía. Lo demostró en el propio inning de apertura, cuando le dispararon bambinazo y doble en sucesión y él volvió a la rutina del wind up como si nada hubiera sucedido. Y lo ratificó más tarde, a la altura del sexto, fajado a los strikes con bases llenas contra ese sujeto imponente, Kennys Vargas. Lo saben los fervorosos tertulianos de mi barrio: siempre pondero en Vicyohandri esa disposición a prueba de hordas celtas. La misma que ponderaba años atrás en Lazo y De la Torre.

Esta vez, por fortuna, los errores al campo no fueron de nosotros. Flores jugó solventemente en la pradera ancha, Lunar se convirtió en Cerbero de la primera base, y el resto se ajustó al libreto maltratado con alevosa ineficacia durante sábado, domingo y lunes. Esta vez, por fortuna, la defensa que naufragó fue la del otro.

Dos carreras hicimos, y las dos, apoyados en la solidaridad del adversario. A Ortiz se le cayó una línea de Despaigne; Falú, la estrella del conjunto, mofó un rolling inerme de Yordan Manduley. Dicen, y no sé qué decir, que en el camino obraban muchas fuerzas externas y folclóricas. Al final, ganamos con dos carreras sucias, pero tan limpias y gratificantes como los aguaceros.

Positivo: Vicyohandri Odelín, desde la V hasta la N. Negativo: Yuliesky y Despaigne atacan indiscriminadamente el primer lanzamiento, mientras José Miguel peca de una paciencia excesiva para las exigencias de un quinto bate. Preocupante: ¿Lidiará la clasificada Venezuela con todos sus tanques versus Puerto Rico? Incomprensible: La escasa propensión a deslizarse en bases.