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Festival de Cine de La Habana: Museo en el cine contemporáneo

Festival de CineDurante el Día de la Crítica del XXXV Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, el periodista español José Luis Losa García hizo una afirmación que resultó muy interesante: “Este festival es un museo vivo en el contexto de sus citas similares”. Y a renglón seguido explicó cómo en la gran mayoría de los países donde se celebran festivales, ya no hay cines como el Yara, por ejemplo, pero tampoco se hacen filas de dos o tres cuadras para ver una película. Esta singularidad de la cita habanera ha hecho que directores, actores y actrices gusten de “saborear” la aceptación o no de su filme, por parte de un público muy expresivo, que aplaude con fuerza si gusta de la obra o regala un silencio sepulcral cuando la pieza no le satisface.

La última edición festivalera no fue excepción. Las salas se llenaron, algunas cintas provocaron una inmensa cola, y siguieron las visitas “en grupo” de las personas de la tercera edad asociadas al Proyecto 23, que andan durante el festival con su pedazo de pan con algo y la botella de agua o un recipiente con almuerzo. Hubo también, ¡cómo no!, una afluencia importante de jóvenes, dirigida especialmente a aquellas películas que, por alcanzar un premio importante o por su temática, despiertan la curiosidad de los muchachos y muchachas que se inician en los vericuetos del séptimo arte y el festival les propicia un acercamiento inteligente.

En ese sentido, el director francés Laurent Cantet (Palma de Oro en Cannes 2008 por Entre los muros) afirmó sobre la cita habanera: “Verdaderamente, me emociona las ansias de ver cine que tiene el público cubano. Es muy edificante cuando pasas por las salas y observas las filas que se hacen en la mañana y en la noche.” Otra de las personalidades que estuvo en el festival fue la británica Andrea Arnold (Oscar por su cortometraje Wasp y autora de tres largometrajes: Red Road, Fish Tank y Wuthering Heights; los dos primeros ganadores de Premios del Jurado en Cannes), con una filmografía calificada de “realismo social”.

Desde Brasil vino Lázaro Ramos, el gay de Madame Satá y el André Gurguel de la novela brasileña recientemente televisada Insensato corazón; y desde España llegaron Hugo Silva y Raúl Arévalo, dos conocidos y talentosos actores, protagonistas de Los amantes pasajeros, última cinta de Pedro Almodóvar. No se puede dejar de mencionar a Robert Kraft, reconocido compositor, productor discográfico, y asesor musical de películas como Avatar, Titanic y Moulin Rouge, quien ofreció entrevistas y clases magistrales porque: “En la contemporaneidad audiovisual, una película sin música resulta prácticamente imposible, pues el sonido es capaz de sugerir, -incluso describir-, acción, romance, humor, tristeza, desolación”.

¿Qué decir de las películas exhibidas? En La Rampa se pudo ver La vie d´Adele, de Abdel Latif Kechiche, una coproducción franco-belga-española que mereció premio en el festival de Cannes; Jagten (La Caza) de un integrante del mítico grupo Dogma, Thomas Vinterberg; el documental Latinoamérica en Serrat y Sabina: El símbolo y el cuate, de Francesc Releay; y los doce capítulos La verdadera historia de Estados Unidos, de Oliver Stone, por citar solo algunas de las obras que pudieron apreciarse. El XXXV Festival se caracterizó, sin embargo, por una muestra muy competitiva del cine latinoamericano. El público buscaba más las cintas en competencia que las muestras de cine contemporáneo, lo que deviene punto a favor de lo que se produce en esta parte del mundo. De ahí que los Premios Coral entregados tuvieran tantos defensores como detractores.

El fundador y gran inspirador del festival, Alfredo Guevara, estuvo presente con obras dedicadas a él, pero especialmente con la proyección de las diez mejores películas escogidas por él en 2002 para la encuesta del Instituto Británico del Cine y su revista Sight & Sound. Esa lista de filmes fue exhibida en la sala de proyecciones del Pabellón Cuba y estuvo conformada por: El acorazado Potemkin (Bronenosets Potiomkin, 1925), del soviético Serguéi M. Eisenstein; Tiempos modernos (Modern Times, 1936), del genial Charles Chaplin; Los olvidados (1950), obra maestra del aragonés Luis Buñuel rodada en su exilio mexicano; Umberto D (1952), de Vittorio de Sica, uno de los máximos exponentes del neorrealismo italiano; La Strada (1954), de Federico Fellini; Sin aliento (A bout de souffle, 1959-1960), de Jean-Luc Godard; Dios y el Diablo en la tierra del sol (Deus e o Diabo na terra do Sol, 1964), de Glauber Rocha; Fresa y chocolate (1993), codirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), versión fidelísima a la letra y a la vez profundamente personal de la novela homónima de Thomas Mann, que solo podía filmar un esteta como Luchino Visconti; y Providence (1977), del francés Alain Resnais.

Un hecho vital fue la entrega de 54 de los 254 Noticieros ICAIC Latinoamericanos digitalizados en Francia. En total serán restauradas 1490 piezas que son un monumento a la historia del séptimo arte, mediante un convenio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y el Instituto Nacional Audiovisual de Francia (INA) para la preservación de los materiales soñados y paridos por Santiago Álvarez.

A la cita habanera no pudieron faltar encuentros teóricos y, por supuesto, los debates en el Universo Audiovisual del Niño Latinoamericano; ni exposiciones como De eros, vampiros y otras escenas similares… (Pinturas, dibujos y erotips de Juan Padrón), que homenajeaba al creador del cincuentenario Elpidio Valdés, laureado además con un Coral de honor. Este reconocimiento se entregó también al actor Reinaldo Miravalles, uno de los más reconocidos interpretes cubanos. Homenajes póstumos recibieron el cineasta Daniel Díaz, el productor Camilo Vives y Pablo Ramos, el promotor del Universo Audiovisual del Niño Latinoamericano.

Aunque fue el primer festival sin Alfredo, sus frutos se siguen cosechando y los actuales organizadores se pueden sentir satisfechos. Con asombro y gratitud se pasearon por los pocos cines capitalinos con buenas condiciones para proyectar, esos directores, actores, actrices y músicos de todas partes que vinieron a ese museo de amor por el cine que es, para muchos, la cita de La Habana.

(Tomado de El Caimán Barbudo)