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Figuerola: Símbolo y pionero (+ Medallero de Cuba en Olimpiadas)

figuerola

Un pequeño gigante.

Por biotipo, Enrique Figuerola no era un elegido de los dioses de la velocidad. Mejor, no lo parecía. El moreno solo medía 1.67 metros, y daba la impresión de ser un hombre demasiado fornido para la misión de sprinter.

Pero ojo, que en Tokio’64 ya todos sabían de su existencia y calidad. En los Juegos Olímpicos previos, efectuados en Roma, el santiaguero había llegado cuarto a la raya de sentencia del hectómetro, y a esas alturas su arrancada prodigiosa le granjeaba entre sus adversarios un respeto rayano en el temor.

Así, pleno de fe en sus fuerzas y de vértigo en las piernas, llegó el Fígaro a la capital nipona. Allá estaba lo mejor de lo mejor, y Cuba entera se hacía una pregunta obligatoria: "¿Podrá?"

Tan poco que era casi nada: a eso se reducía la cosecha de los deportistas cubanos en las Olimpiadas anteriores al derrocamiento de Fulgencio Batista en 1959. Un par de párrafos son suficientes para armar la cronología de conquistas...

La Isla debutó en citas cuatrienales en París 1900, donde el zurdo Ramón Fonst alcanzó el oro en espada individual. El apogeo de aquel prodigioso esgrimista –criado y crecido en la capital francesa- llegó poco después, en San Luis’04, donde unió esfuerzos y talento con su compatriota Manuel Dionisio Díaz y los estadounidenses Albertson Van Zo Post y Charles Tatham para aportar cuatro coronas, dos subcampeonatos y tres preseas de bronce.

Pasarían los años –muuuchos años- hasta que en Londres’48, una vez restablecida la paz, la Mayor de las Antillas regresaría a los podios mediante los yatistas Carlos de Cárdenas (padre e hijo), quienes se adueñaron del subtítulo en la clase Star.

Así, la aventura olímpica de la Cuba prerrevolucionaria se limitaba a cinco premios máximos, cuatro segundos escaños y un trío de terceros, luego de intervenir con 114 atletas en un total de siete citas.

Poco más se podía esperar, ciertamente, de un deporte que carecía de apoyo estatal, infraestructura suficiente o escuelas especializadas. Los historiadores dicen que solo unas 15 mil personas practicaban disciplinas musculares con regularidad, la mayoría de las instalaciones se limitaban a deportes de elite, una sola mujer compitió entonces a nivel olímpico, y únicamente el dos por ciento del estudiantado recibía clases de Educación Física.

Peor, imposible.

Aquel 15 de octubre fue una bomba. Todo el país ansiaba su medalla, y Figuerola la soñaba. Había varios rivales complicados, pero entre todos sobresalía un gigantón de 1.96, Bob Hayes*, cuya zancada se alargaba hasta la hipérbole.

Antes de esa jornada, en sesiones de training, Figuerola lo había derrotado tres veces en tramos de sesenta metros. Y tan preocupados quedaron los entrenadores del norteño, tanto analizaron y reanalizaron el caso, que detectaron una incorrecta colocación de los bloques de despegue. Ese detalle, cuentan los expertos, acabó resultando decisivo.

Tokio'64. Hayes llega delante; el Fígaro remata por el centro.

Tokio'64. Hayes llega delante; el Fígaro remata por el centro.

El cubano logró una salida perfecta, como siempre, y lideró hasta la mitad de la carrera. Fue a partir de ese instante que empezó a sentir cómo bufaba a su costado aquella máquina increíble, y cómo aquella máquina increíble lo rebasaba definitiva, inexorablemente, para cruzar la meta con un record mundial (igualado) de diez flat.

Detrás de él, para orgullo de Santiago, de Cuba, de América Latina, pasó el Fígaro.

Enero del 59 significó el momento clave para el deporte nacional. Su Día D. En adelante, la filosofía de masificar la actividad física llegó al poder, y comenzaron a proliferar instalaciones, a graduarse especialistas, a fomentarse una Industria y un Instituto de Medicina Deportiva propios. Como guinda, surgieron las EIDE, los Juegos Escolares, y una pirámide que le dio categoría universal a nuestro Alto Rendimiento.

Que lo digan los números: una docena de Olimpiadas después de 1959, Cuba ha alcanzado 67 títulos, 63 vicecampeonatos y 66 galardones de bronce.

Con el tiempo, ni siquiera las carencias económicas pudieron liquidar la criatura. Que se siente los golpes -pero vive-, envía técnicos a cada continente –y se yergue-, ha fundado una Escuela Internacional de Educación Física y Deportes –y pelea-, y cada año gana premios importantes en los más importantes escenarios...

Diez segundos y dos décimas tras la arrancada, Figuerola tenía plenas razones para enorgullecerse. Acababa de conseguir la primera medalla estival del deporte revolucionario, una plata que está inmortalizada en placa de oro.

Luego le lloverían los éxitos. Volvería a escalar podio en México’68 (segundo en el relevo corto junto a Juan Morales, Pablo Montes y Hermes Ramírez), vencería en multitud de escenarios europeos, empataría el tope planetario (diez segundos exactos), lo elegirían el deportista más brillante del país en la década de los sesentas...

Sin embargo, nada pudo compararse con aquella medalla de Tokio, hace prácticamente medio siglo. Aquella que lo convirtió en pionero y símbolo de un movimiento deportivo inédito. La misma que, más tarde y con cierta apariencia dorada, luciría en los pechos de Juantorena, Stevenson, Mireya, Driulis, Mijaín...       

Leyenda: Numerosos especialistas aseguran que, con la técnica de carrera y la calidad de las pistas actuales, Hayes habría implantado una marca todavía vigente. Por cierto, el estadounidense devino después un excelente jugador profesional de fútbol americano y terminó siendo arrestado por consumo de drogas.

medallero cuba

(Fuente estadística: Wikipedia)

 ANIVERSARIO 55 DEL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA