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Alucinógeno

Salgo del cine. Desisto de caer en tribulaciones absolutistas, en trances vulgares, en lugares carcomidos por la crítica. Solo tengo vagos recuerdos de la película que acabo de ver. Vagos por no decir mendigos. La mendicidad y el cine no se acompañan. Bueno, qué se yo. Mendiga puede ser cualquier cosa, incluso una luz ambiental o un plano holandés en una película nigeriana. Mendigo, ideológica o culturalmente. Mendigo inusual o de cabecera. Pero bueno, volvamos al tema. La película que terminé de ver era brasileña. No diré el título. La mendicidad me lo impide. La inusual, en esta ocasión. La homosexualidad, el transformismo, la inserción, la aceptación, la música, eran los temas recurrentes en el filme. No soy homófobo, que conste. Solo minimalista, puede que iconoclasta, ¿acaso no somos todos iconoclastas? Intento reducir las experiencias, siempre que lo ameriten, a lo fundamental: un sonido fluctuante, una escena comprometida o embarazosa, un diálogo revelador. A fin de cuentas, nos falta reduccionismo. Necesitamos un puente menos caótico entre lo universal y lo particular, aunque sea uno como el de Tacoma Narrows, pero que luego no termine derrumbándose por tanto reduccionismo, pues, atiborrar el cine de minimalismo nos llevaría a la guillotina, por mendigar en exceso. Recuerdo varias escenas de la película, bien construidas, sobre la base de un comedido diseño sonoro que demostraba, por suerte, que Brasil no es solo samba, a suerte de anticliché arquetípico (al menos dentro del cine latinoamericano las antonomasias van cambiando para bien, aunque nos sigue faltando la sensación de dejar de vivir de la historia, de las dictaduras). Aún no nos hemos cansado de deconstruir la historia a través de la historia, de las artes visuales. Vamos hacia lo acumulativo por la vía de la reiteración a veces desmedida. Prefiero pensar que es por mendicidad de cabecera. Bueno, regresemos otra vez: las actuaciones eran lo mejor, y algún parlamento que hablaba de epifanía y de lo contrario, luego de filosofías existenciales; homosexuales marxistas o no (a diferencia de los de Brokeback Mountain; somos el sur y hay que introducir las marcas ideológicas que puedan definirnos como tal). Un homosexual enamora a un muchacho que pasaba el servicio militar. Si había algún reduccionismo en esta película era hacia la música, hacia los personajes que se transformaban en mujeres para cantar en centros nocturnos. Al menos minimalizar en torno a un elemento técnico como el sonido es una señal de humo en medio del desierto. Hay millones de formas para abordar la homosexualidad y el transformismo. De tanto decosntruir la historia se nos ha olvidado un poco la innovación. De tanto priorizar los primeros minutos de película pasamos al letargo en las tres cuartas partes finales. Parece que de tanta música llegamos al umbral del dolor. El cine latinoamericano necesita un poco de experimentación, crear un segmento de público acéfalo; no un tinglado para gente que va al cine a ver museos en pantalla, tarjas en primeros planos, a ver cómo se puede leer la historia a través del celuloide.

Salí. Caminé cuatro cuadras, puede que cinco y caí en un trance vulgar, en una encrucijada barata, aunque a las once de la noche todas las encrucijadas sean costosas. Recordé una imagen que vi hace mucho tiempo. Y me situé del lado del espectador, puede que bajo los efectos de algún alucinógeno. La gente quizás vio “tuberías” durante aquella película. Algunos, minimalistas y mendigos ideológicos y culturalmente, solo veíamos lo que las tuberías alcanzaban a reflejar en la pared.

Foto tomada de Internet