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El buenazo de Polo… hacia la leyenda

El 10 de diciembre de 1968, contra CAMAGÜEY, Raúl Álvarez se convirtió en el primer vueltabajero en propinar un cero hit cero carreras.

El 10 de diciembre de 1968, contra CAMAGÜEY, Raúl Álvarez se convirtió en el primer vueltabajero en propinar un cero hit cero carreras.

Cariñoso, tierno, amigo de los amigos, con un apego contagioso por la familia, aquel moreno bufaba sobre el box cual toro de lidia. Y los rivales le temían, porque la furia que descargaba con su poderoso brazo llegaba a las mascotas con una fuerza que parecía sacarles esquirlas. Así lo sentían el recordado Ángel Pérez Villacampa, conocido por Chachá, Juanito El Guayabo, quizás quien más le recibió, con los Verdugos de Santa Lucía, Arturo Díaz y tantos otros. Con la rápida curva, la corta slider y una velocidad supersónica que llegó a dominar con el control, fue capaz de dominar a los más temidos y temibles. Consigo arrostraba una historia fidedigna de su pueblo y el desdén por quienes lo acosaban.

El 26 de enero de 1940 había nacido Raúl Álvarez Hernández, el último vástago de la familia. Su padre jugó en la receptoría. René, el mayor, conocido por Macho, tenía más condiciones que los demás, pero no avanzó. Cuando se juega por placer la pelota entra en la sangre para no salir más y se convierte en una necesidad. Y como oficio también suele interiorizarse, por la carga de obligaciones que arrastra: dedicación plena, el hedonismo deportivo al extremo de sentir placer por el sacrificio y lo que es peor, las desgarraduras que puede acarrear la competencia entre los hombres por la subsistencia.

Eso bien lo supo su hermano Borrego, uno de los cuatro vueltabajeros que, antes de 1959, habían escalado la cima del béisbol en las Grandes Ligas, donde actuó por corto tiempo. Para él no fue fácil, a pesar de poseer un talento por arrobas y cargar dinamita en sus muñecas para llevar la esférica más allá de las bardas, que dejaría su huella en las Ligas Menores, la Liga Profesional Cubana, en México, Nicaragua, y otros lares.

Ellos, originales del pueblo costero de Santa Lucía, en el municipio Minas de Matahambre, de Pinar del Río, crecieron entre animales sueltos, la vecindad amiga y solidaria, las aguas saladas y peces de todo tipo que alcanzaban con unas varas improvisadas de carnadas bien dispuestas. Llegar a la casa con aquellos manjares apaciguaba unas tripas que se retorcían en las inmensidades del abdomen.

Polo había enfrentado un racismo diferente, tal vez hasta más ingenuo, menos descarnado que el que vería su hermano. Los hombres de piel oscura compartían junto a los más claros en bares y cantinas, en la búsqueda del puerto, en la recogida de las cosechas y jugaban pelota en el estadio del pueblo sin miramientos por los tintes de la piel. Eso sí, nada de disfrutar la playa El Bañito, destinada para blancos. Los negros tendrían uno suyo más allá, rústico. Se veían pasar los botes llenos de blancos y otros que continuaban viaje. Uno era de “sociedad”, el otro para los de tinte oscuro.

En aquellos parajes creció Polo, quien tuvo a su hermano como un prototipo. Él no trajo de la cuna un poder extraordinario al bate, más bien pasaba trabajo para chocar con la bola, pero vino adornado de una potencia poco común en su brazo, y supo explotarla sobre el box. El vejigo había asimilado los consejos del hermano: que no jugara pelota profesional ni se fuera a los Estados Unidos, porque era muy flaco y no quería aquella vida para él. No obstante, ante la insistencia, con solo diecisiete años, una tarde lo llevaría al training del Cienfuegos. Y el muchacho impresionó bien.

En aquella época los jóvenes soñaban con la pelota rentada y él podría estar entre los elegidos, pero Borrego le hizo asumir la decisión de regresar al pueblo. Un día me confesó:

“Yo pasé muchas cosas duras en la vida y tuve que enfrentarme a gente que me pedían la cabeza solo por ser negro y mejor que ellos, aunque no siempre fue así, ni con todos, pues hice muchísimos amigos en la pelota. Pero aquello de sentarme detrás del ómnibus, no poder compartir con mis compañeros en un bar y esas cosas que poco a poco fueron mejorando, no las quería para mi hermanito, que era muy bondadoso. Bien sé que pudo llegar lejos, porque tenía unas condiciones extraordinarias, pero no quise que pasara por lo que yo había pasado…”

En 1957 Polo había comenzado a patrullar el jardín central con el equipo Casa Miranda, en Santa Lucía. Desde aquellas profundidades se disgustaba cuando le conectaban duro a los pitchers y por una actitud más bien filantrópica, se decidió a escalar el box, para no bajarse de allí hasta el día de su retiro. Una tarde anunciaron desde las bocinas del cine y un carro con altoparlante, el juego de los Verdugos contra las Minas de Matahambre. Habían autorizado a Landy Coro, el otro del municipio (junto a Borrego) que jugó como profesional y había entrenado con los Cuban Sugar Kings. El estadio de las Minas se desbordó con gente hasta de barrios colindantes. El carismático Landy tuvo uno de sus frecuentes excesos la noche anterior. De todas formas defendió la tercera almohadilla.

Esa tarde Polo estaba durísimo, algunos exagerados calculan que sus rectas frisaban las cien millas, así la dejaron en el “disco duro” de la memoria. Cuando Landy entró al cajón de bateo, el estadio se estremeció. El lanzador se mantuvo impasible, la primera recta fue bien afuera, pero quiso separarlo de home con una curva rápida que no pudo quitársela de encima, no le funcionaron los reflejos y la bola se incrustó en la mejilla derecha.

De inmediato lo llevaron a la Enfermería que estaba al costado del Pozo No. 2, donde acostumbraban a dar los primeros auxilios a los accidentados bajo mina; aún no había hospital. Landy estaba en peligro. Corrí cuanto pude y lo encontré con la cara vendada, encariñado con una enfermera. –Mira Juany, allá afuera no hay mujeres tan lindas. --Ella sonrió y yo respiré profundo. El pelotazo no tuvo consecuencias. Eso sí, llevó la cicatriz el resto de sus días, anunciadora de no volverse a parar ante un envío de Polo, quien años después me comentó:

“Fue una tarde mala para mí, tú sabes lo que representó aquello, yo nunca hubiera querido golpear a ese hombre, pero no supo quitarse la bola de encima. Después fui a verlo para pedirle disculpas y me invitó a un trago. Yo a él lo admiraba mucho, figúrate que había sido compañero de mi hermano en la pelota de los Estados Unidos y era muy tratable…”

Cuando los dos Raúl de mi tierra, Martínez y Álvarez, comenzaron en las Series Nacionales, ya eran estelares en sus comarcas, la provincia y los torneos zonales regionales. Con lupa de relojero habría que buscar más rivalidad o tanta entrega sin aspirar a nada material. Una recompensa los hacía sudar: la dignidad. Hay que beber de aquellas fuentes para revitalizar el orgullo congénito. Nos daba igual que jugaran en las Minas o en Santa Lucía; allí estábamos, primero faltaba el sol. No pocas veces discutíamos fuerte y hasta nos íbamos a las manos con quienes pretendían ser mejores. Quien estas letras suscribe los admiró a los dos.

Los mineros sufrimos un domingo, con el sol que partía las piedras. Polo ganó un reñido duelo contra Raúl, con score de 1 por 0. Jugadas con doble signos de admiración por ambos bandos. El Purro, aquel moreno duro como el roble, con un cañón por brazo, se destacó en la antesala y con el bate. Los pitchers ni dieron ni pidieron tregua. Raúl Martínez, ya también desaparecido, lo recordaba a menudo; el único que perdió contra su tocayo. Un amigo que ahora vive en Santa Lucía, –ironías del destino– se lo sintió hasta los tuétanos. Apostó el salario completo a las Minas y se llevó el fiasco.

Polo había debutado en la II Serie como refuerzo de los Industriales de Ramón Carneado, pues Pinar del Río entonces no tenía equipos. Después estuvo con los Occidentales de Gilberto Torres y de Francisco Chito Quicutis, hasta que a partir de 1967 se convirtió en fundador del béisbol vueltabajero, alternando entre Vegueros y Pinar del Río, a las órdenes de Ismael El Gallego Salgado.

El camarero Felipe Álvarez, quien fuera Novato del Año en 1964, otro iniciador y una de las figuras más cercanas a nuestro hombre, confesó:

“Polo fue un atleta muy carismático, jaranero, de hacer chistes, amigo de todos, pero cuando se subía al box cambiaba por completo, se entregaba hasta las últimas consecuencias, con mucha seriedad y responsabilidad. Yo lo mortificaba bastante, porque una vez dijo que era un buen bateador, ya que en las prácticas conectaba jonrones, pero le saqué una cuenta y tenía de 35-1. Mira, Salgado fue la gran figura nuestra, pero Polo estuvo entre los mejores, con mucha velocidad, una curva pronunciada y también dominaba la slider. Su apego a Santa Lucía y la familia era una cosa tremenda. Fíjate que cuando llegábamos de la provincias, los demás nos acostábamos para irnos al otro día, pero él dormía en la terminal para coger un buen turno en el ómnibus. Lo voy a extrañar mucho…”

Su actuación en la VIII edición está entre las mejores de un tirador pinareño, cuando alcanzó balance de 15-7, y una efectividad de 1,84 carreras limpias. Como si fuera poco, el 10 de diciembre de 1968, contra Camagüey,  se convirtió en el primer vueltabajero en propinar un cero hit cero carreras (9 x 0), en el alumbrado estadio de Bauta, donde se refugiaban los del extremo occidental de la Isla, por no disponer de estadios con luces. Solo se le embasaron tres jugadores: dos bases por bolas y un error de Santiaguito León.

Por entonces, él y Emilio Salgado conformaron la primera gran yunta de pitchers vueltabajeros, en un béisbol que se abría paso y comenzaba a ser temido. Amigos inseparables, tuvieron gustos similares: mujeres, rones y cervezas, caminatas por los pueblos del país, música cubana. Y, sobre todo, una suerte de unión sagrada por la pelota del terruño. Eso sí, cuando en torneos provinciales se enfrentaban, dejaban la amistad a un lado, se gritaban improperios, trataban de conectar bien y jugaban a partirse el alma, en una suerte de transmutación beisbolera tan en boga entre quienes llevan la bola en la sangre.

No busque usted récords fabulosos en aquellos equipos pinareños que comenzaban a “gatear” entre gigantes. Un estelarísimo como el propio Salgado, solo alcanzaría un balance de 50-53 (.485) y Polo le siguió los pasos en dos campañas menos: 31-34 (.477). En ellos y otros como Florentino González, se sembraba una semilla que fructificaría en los Romero, Rogelio, Guerra, Oliva, Pino, Negrete, Faustino, Lazo, Maximiliano, Ajete, y compañía. Pero ellos se llevaron consigo, al infinito, la virtud de fundar campeones.

Polo no se cuidó lo suficiente, su apego a las “amistades” lo habían llevado a la vida bohemia con exceso de alcoholes, y en la décima campaña ya no era el mismo, se sentía cansado, la recta no llevaba el extra que lo hizo temido en todo el país; veía declinar su carrera. Lo supo una tarde, cuando en el Capitán San Luis tiró con todo lo que pudo ante Armando Capiró y el slugger desapareció la esférica. Ya no tenía nada que hacer. Antes del ridículo, prefirió irse a los treinta y un años, en una sabia decisión que deben asumir los eternos en el corazón de sus pueblos.

Así las cosas, él continuó su existencia solitaria en Santa Lucía, ahora sin sus hermanos, con la salud quebrantada. Borrego había nacido el 18 de abril de 1938 y falleció el 30 de noviembre de 2012, víctima de la diabetes y sin cuidarse con dietas prohibitivas de alcohol y ciertas comidas, más una sonrisa plena que recordaba al guajiro bonachón y bueno, recitador de temas campestres. Y ahora Polo, diez meses después, a partir del 14 de septiembre de 2013, volverá a unírsele en la eternidad, para no separarse jamás. Es ley de la vida… o de la muerte.

Pasarán los años y, aunque los cabellos cambien de color, las páginas de los diarios se enmohezcan y las tintas comiencen a secarse, lo árboles seguirán deshojándose y ofreciendo frutos. Y es ahí donde otra pareja de hermanos continuará marcando la leyenda.

Labor en Series Nacionales:

Series    JL    JI    JC    JG    JP    PROM    INN    SO    BB    PCL

    7        126   69   18     31     34    .477         532     339  269   2,91

Nota:

-Solo le conectaron para .221 de promedio.

-Propinó 5 lechadas, incluido el no hit no run a Camagüey, el 10 de diciembre de 1968, en el estadio de Bauta.