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Mourinho, semana trágica

Foto: Dylan Martínez/Reuters.

Foto: Dylan Martínez/Reuters.

Por John Carlin

                      "¿Por qué me visten con ropas prestadas?"

                       Macbeth, William Shakespeare.

Hay que tener el corazón de piedra para no sentir un poco de compasión por José Mourinho. No solo porque su regreso como entrenador a su amado Chelsea esta temporada ha sido, hasta la fecha, un fiasco. No solo porque su nuevo equipo no había ganado, hasta ayer (venció 2-0 al Fulham), en cuatro partidos y perdió el miércoles en casa contra el Basilea (sí, Basilea) en la Champions League. Es que el pobre portugués lo ha estado pasando fatal todo el año. Ha tenido un 2013 atroz, un annus terribilis repleto de fracasos y humillaciones.

Lo peor fue su etapa final en el Real Madrid. Empezó el año con la Liga, como el mismo reconoció, perdida; fracasó en su misión de traer la famosa “décima” al Madrid; y su equipo perdió en la final del Copa del Rey. Se fue de España en mayo apedreado por la prensa, abucheado por la mayoría de los aficionados del Estadio Bernabéu y, por primera vez en su carrera, sin que sus jugadores lamentaran su salida.

El único consuelo que Mourinho tuvo durante esos últimos cinco meses en el Madrid fue saber que al final de la temporada se iba. Pero, ¿dónde? Los grandes clubes europeos no lo buscaban como en otros tiempos. El Manchester United no lo quiso, ni el Manchester City, ni el Bayern de Múnich. Ni tampoco el Chelsea, inicialmente. El dueño ruso del club londinense, Roman Abramovich, había estado loco por fichar a su némesis catalán, Pep Guardiola. La realidad es que Mourinho llegó al Chelsea como segunda opción, por más que la afición, recordando con nostalgia su triunfante etapa anterior en el club, lo recibiera con los brazos abiertos.

Muy duro todo esto para un hombre cuyo espectacular currículum —campeón de liga en Portugal, Inglaterra, Italia y España; dos Champions— avala su colosal y poco disimulado amor propio. Por eso fue que aunque volvió al Chelsea declarando su cariño eterno por el club, diciendo que ya no se le tenía que conocer como The Special One, sino como The Happy One, detrás de las sonrisas había dolor y dudas.

Abramovich no quería gastarse un dineral en fichajes, como en otros tiempos, y la plantilla que heredó Mourinho no se acomodaba a su concepto del fútbol. El ruso había confeccionado un equipo para Guardiola, no para él. Éste es el problema que tiene ahora, como las derrotas de la pasada semana trágica ante, primero, el Everton y después el Basilea han puesto en evidencia. Antes de la llegada de Mourinho, Abramovich fichó a jugadores al estilo de los del Barcelona, el equipo cuya filosofía de juego el ruso hubiera querido emular. El brasileño Oscar, el belga Eden Hazard y el español Juan Mata son jugadores finos, talentosos, creativos —bailarines que recuerdan más a Xavi Hernández y a Andrés Iniesta que al tipo de jugadores con los que Mourinho se siente más cómodo, como Michael Essien, Claude Makelele, Sami Khedira—. Mourinho no quiere jugones; quiere soldados. Si después juegan bien, perfecto, pero ante todo deben ser obedientes, leales, entregados, el tipo de hombres que uno quisiera tener a su lado en la guerra.

Aún cuenta con los sargentos John Terry y Frank Lampard de su época feliz en el Chelsea, ambos incondicionales del portugués, pero ambos también mayores, acercándose a su fecha de caducidad. La dramática realidad es que el cambio del Madrid al Chelsea ha supuesto para Mourinho un descenso de la primera división europea a la segunda. La diferencia en calidad entre las dos plantillas es notable, como se vio cuando se enfrentaron en un amistoso en Miami el mes pasado. El Chelsea jugó como hacen los equipos pequeños contra los grandes, como hacía el Madrid en la primera temporada de Mourinho contra el Barcelona cuando el equipo de Guardiola estaba en su época de máximo esplendor: apostando todo a una férrea defensa, a rozar el límite del reglamento y a la suerte de un gol robado. Pero aún así el Madrid ganó con aplastante, casi insultante autoridad.

Habrá que ver si Mourinho convence a Abramovich a hacer un par de fichajes, pero de los suyos, en enero. Mientras tanto tiene por delante uno de los retos más complicados de su carrera: ganar con jugadores que por naturaleza se adaptan más a la estética de Guardiola que al dogma marcial del mourinhismo.

(Tomado de El País)