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5 de Septiembre: sentencia y luz de sangre

 El pueblo cienfueguero tomó la ciudad, mientras los aviones de la tiranía bombardeaban diversos puntos de la urbe.

El pueblo cienfueguero tomó la ciudad, mientras los aviones de la tiranía bombardeaban diversos puntos de la urbe.

Todos tenían el pecho apretado, como si algún animal prehistórico se hubiera posado sobre ellos ejerciendo una presión enorme. Apenas pudieron dormir esperando la hora que habían planificado durante los encuentros previos. Morir era la posibilidad más acertada, también la cárcel y las torturas despiadadas de los batistianos. Aún así, esperaban.

Los disparos comenzaron cerca del mar, intentando ser discretos para avanzar en unas horas hacia las edificaciones más importantes. Eran las 6 de la mañana aproximadamente cuando los complotados en el Distrito Naval del Sur se descubrieron y tomaron las postas acordadas.

El acceso al Cayo se hizo más fácil entonces. Se apoderaron de las armas sin dificultad y casi la totalidad de la Marina se sumó al levantamiento que apenas comenzaba, extendiéndose como un rumor entre las casas de la ciudad.

Se desencadenó el apoyo popular en pocos minutos después de ser conocida la noticia del alzamiento. La consolidación de las fuerzas se hizo más compacta gracias a este sostén. Las unidades de la Policía Marítima y la Nacional cayeron bajo este precepto y se logró capturar un mayor número de armas.

Hasta ese momento los cienfuegueros nunca sospecharon de lo que sucedía en la macro-escala de las acciones planificadas. El cambio de fechas sentenció al 5 de septiembre mucho antes de comenzar el día.

Al tiempo que los altos jefes (Julio Camacho Aguilera y Dionisio San Román) se percataron del inminente fracaso de las acciones, se crearon contradicciones entre ellos que tensaron aún más la ya complicada situación.

El ejército de Batista no demoró demasiado en convertir en un infierno la Perla del Sur, a la cual nunca arribaron los refuerzos esperados. A pesar de ello, sobre las 12 del mediodía ya los combatientes del M-26-7 ocupaban los edificios más importantes del parque Martí.

Desde allí soportaron los bombardeos que crecieron en el tiempo y que se desviaron hacia zonas donde solo había civiles. El ejército rodeó los puntos tomados y desde entonces fue imposible rescatarlos o mantener la resistencia. Sobre las 10 de la noche recuperaron Cayo Loco, la Jefatura de la Policía Marítima y la Estación Nacional.

La mayoría de los combatientes fueron asesinados. Las calles de Cienfuegos se repletaron de cadáveres en las esquinas que luego fueron transportados en camiones al cementerio sin el menor recato. Tirados en fosas comunes, los que no pudieron escapar, terminaron amontonados, agujereados, sin identificación y sin ropas.

Los últimos focos de resistencia se apagaron en la mañana del día 6 y el fracaso de las acciones militares se hizo oficial para ese entonces. No obstante, el levantamiento colocó otra alerta sobre las fuerzas opositoras, evidenciando que el pueblo estaba dispuesto a luchar por su libertad.

Las estadísticas cifradas algunos días después sitúan la cuenta de las víctimas de la siguiente manera: combatientes militares (marinos y policías marítimos): 27, combatientes del M-26-7: 11, víctimas civiles: 5. José D. San Román Toledo y Alejandro González Brito, asesinados en La Habana por la dictadura. Combatientes del M-26-7 caídos en Santa Clara y La Habana: 9, y soldados de la tiranía (según el Registro Civil de Cienfuegos): 13.

Todos tenían el pecho apretado. Lo tuvieron después de los años. Tampoco pudieron dormir con serenidad en el tiempo posterior.

Sentenciados antes de la hora clave, expandieron una luz de sangre a los pies de la ciudad.

(Tomado de Periódico Cinco de Septiembre)