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El manga de las novelas coreanas

p_130425_s_01Por Javier Ortiz

Una invasión asiática ha desembarcado en los televisores cubanos. Lo advierte Pedro de la Hoz en las páginas de Granma y hasta en Holguín han llegado los galanes de pelo laico y rostros redondos, que han desatado, vía DVD, una fiebre por las novelas coreanas. Hasta la radio coreana anuncia con entusiasmo que las teleseries se han colado en las pantallas de un país que queda, para ellos, en el otro lado del mundo.

Es un peligro latente que amenaza con barrer el aburrimiento  provocado por los cien (¡100!) capítulos de Santa María del Porvenir y su peculiar sucesora. Las dichosas novelas coreanas le salen a uno en cualquier conversación que tenga con una fémina. No importa la edad; pues ser la chica que uno intenta enamorar o la vecina de tu cuñada: todas quieren contarte qué pasa en el capítulo X, y quién es quién, y por qué es así.

Y uno que, en lugar de la novela, ve Telesur (o simplemente deja al televisor en paz) se siente que  vive al margen de un fenómeno cultural llamativo y sensacional. Pero entonces… ¿están tan buenas las novelas coreanas? ¿Es una moda pasajera o llegaron para quedarse, como los culebrones brasileños? Lo que pasa con esas teleseries es, en mi modesta opinión, la versión para amas de casas de la obsesión que vive una generación más joven con los animes japoneses (incorrectamente llamados mangas, que es el término aplicado para los cómics o historietas gráficas).

Ahora las novelas coreanas pueden ser pasto de discusión para los que se dedican a despedazar o justificar lo que la gente ve en una pantalla (TV, PC o cine). Mientras se calienta el debate, cientos de miles (¿millones?) de televidentes permanecerán ajenas a tan alta conversación, y seguirán viendo lo que se les antoje: japonés, coreano, o británico-estadounidense.

Pero tanto alboroto no podía pasar desapercibido. Un productor del Canal Habana, Liúvar Lozada, me comentó en una ocasión que la inteligente crítica de Pedro de la Hoz generó una curiosísima reacción popular. El día de su publicación, la gente llamó al canal capitalino, para preguntar dónde podían quejarse… porque no les había gustado la reseña.