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Yasiel, Víctor, Melchor y la Circular Número 2

El público beisbolero se merece todo el respeto de este mundo. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

El público beisbolero se merece todo el respeto de este mundo. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

Muy bien, vamos por partes...

La noche en que Yasiel Lazo dio los pelotazos que provocaron su expulsión y, a seguidas, la de Víctor Mesa, fue una noche nefasta para la pelota nacional. Pero aquello resultó cosa de muchachos si lo comparamos con lo que vino luego.

En verdad, fue lamentable que el joven monticulista convirtiera en tiro al blanco a los bateadores de Industriales. Porque, lo hiciera intencionadamente o no, lo indiscutible es que por lo menos cuatro de sus envíos enfilaron rumbo a los uniformes azules, y que dos de ellos impactaron en las anatomías de Chirino y Correa (que por fortuna no perdió los estribos como la vez de marras).

En esa fecha, además, se me antojó desacertado que el umpire no alertara con mayor energía sobre la posibilidad de expulsar al lanzador. Yasiel Lazo ha declarado que se lo había advertido a él, pero –en aras de evitar lo que vino después- Melchor Fonseca debió hacer extensiva la amenaza al cuerpo técnico de los Cocodrilos.

Por último, me pareció (y fue) censurable la decisión de Víctor, que en medio del conato de “cámara húngara”, perdió el juicio e intentó retirar a su equipo del terreno, lo que –gracias a Dios o a no sé quién- no sucedió a la postre.

Sin embargo, todo eso ocurrió al calor del juego. Lo cual no justifica el descontrol del pitcher, ni la pasividad arbitral, ni el arranque de VM32. Pero lo anterior yo lo admito cien veces antes de consentir lo que luego ocurrió con la oscura Circular Número 2 de la Dirección Nacional de Béisbol...

Esto es, se reportó que Yasiel Lazo causaba baja de Matanzas por una “hepatitis viral tipo A”, cuando el muchacho, como ha dicho en reiteradas ocasiones, no padece ahora mismo ninguna enfermedad. El reporte, simple y llanamente, debió decir “por decisión del manager”. Ni más, ni menos.

A fin de cuentas, todo director de equipo tiene potestad para separar de sus filas a determinado jugador. Pero nadie, ni el manager, ni el jugador, ni el funcionario, ¡nadie!, goza de facultades para engañar –o tratar de engañar- a esta afición que venera su pelota.

El pueblo que sigue el béisbol merece explicaciones.