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Strike 3: Se nos hunde el montículo

Foto: washingtonpost.com

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Dicen que lo que mal empieza, mal acaba. Y que árbol que nace torcido, se lo lleva la corriente beisbolera. Así, muy mal, recomenzó la Serie, y así, requetemal, terminará, si le prestamos caso a los axiomas. Que son sabios y casi nunca se equivocan.

Tras el parón pre Clásico, el campeonato cubano prometía mejores episodios dado el reforzamiento de los equipos en disputa. Sin embargo, el resultado no fue otro (mejor, no ha sido otro) que la multiplicación del desnivel en la balanza pitcheo-ataque.

Miro a las estadísticas, y tiemblo. En los primeros 39 desafíos de esta fase, los equipos marcaron en 363 ocasiones, lo que arroja una media de 9,31 carreras por encuentro. “Por fortuna, me recuerda un amigo, no jugamos con pelotas de más bote”...

El contraste salta a la vista: en Grandes Ligas, donde la pelota oficial pareciera tener un conejo en su interior, se dieron diez lechadas en las subseries iniciales de esta campaña. Hubo inclusive una amenaza de juego perfecto del derecho japonés Yu Darvish, malogrado cuando faltaba un solo out. Y ocho abridores* juntaron sus esfuerzos para un global de ensueño resumido en 63 entradas, 25 imparables, una limpia y 65 ponches. Ni la Rawlings, ni los bates de arce y fresno, pudieron impedirlo.

Vuelvo a Cuba: tenemos problemas, y graves. Vienen, siempre lo digo, desde abajo, desde el momento exacto en que se capta a niños cuyo somatotipo no encaja con el perfil del lanzador, y se derrocha tiempo y presupuesto en preparar a jóvenes que a duras penas llegan a home plate.

(Para colmo de desgracias, sus limitadas aptitudes se conjugan muchas veces con la ineficaz enseñanza de los instrumentos del pitcheo, y el río desemboca, inevitablemente, en las cloacas).

No hay que ser coach de pitcheo, ni scout, ni actor de CSI, para advertir que nuestros lanzadores están picados de defectos. Hable con ellos, o con los amigos de ellos, o simplemente mírelos a ellos. Notará que en sentido general, sus hábitos de entrenamiento distan de los que hicieron grandes a Lázaro de la Torre o Carlos Yanes, que su atención no está a tiempo completo en el partido, o que no estudian debidamente a los rivales.

Y si mira con más detenimiento observará, digamos, que (casi) ninguno le pone y le quita a la recta, ni dispone de una mecánica fluida y funcional, se desplaza por la tabla de lanzar o localiza sus envíos en la zona baja, lo más lejos posible de la visión del bateador.

¿Repertorio? ¿Qué significa repertorio cuando apenas unos pocos dominan verdaderamente el cambio, ese recurso que siempre tiene espacio en el libro del buen serpentinero? ¿Velocidad? ¿Qué es eso? ¿Y control? Mejor ni hablemos...

Previo al punto final, le dejo un mini test de conocimientos beisboleros: lo exhorto, mi estimado lector, a buscar cinco ejemplos –apenas cinco ejemplos- de lanzadores actuales que se caractericen por apuntarse strikes en su primer envío. Ese primer envío tan valorado allende los mares, porque economiza el esfuerzo físico y mental del monticulista y mete presión constante sobre el bateador.

Le adelanto una penosa confesión: yo suspendí el examen.

*El dato incluye las faenas con que se estrenaron Yu Darvish, Clayton Kershaw, Jeff Samardzija, Stephen Strasburg, Félix Hernández, Chris Sale, Madison Bumgarner y Johnny Cueto.