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Escaramuzas políticas: Chávez, ¿populista, caudillo, o un presidente al servicio del pueblo?

Por Gloria Analco*

hugo-chavez-4La otra noche estaba viendo la televisión, cambiando canales, cuando me topé con “Es la hora de opinar”, que conduce Leo Zuckermann. Lo acompañaba otro habitual del programa, Javier Tello, y como invitados, Jesús Silva Herzog Márquez y Jorge G. Castañeda. El tema elegido por Zuckermann fue “el culto a la personalidad”, a propósito de las interminables filas, de hasta más de seis kilómetros, que se formaron para rendirle tributo a Hugo Chávez, en medio de expresiones de verdadero dolor acompañado de llanto en muchos casos.

Zuckermann había invitado a Silva Herzog Márquez porque ese mismo día ambos coincidieron en abordar el tema del culto a la personalidad referido a la figura de Chávez, en Excélsior y Reforma, respectivamente. En el curso del programa, pintaron un aborrecible Chávez, populista en el peor sentido, dispendioso por supuestamente buscar popularidad a costa de dilapidar los dineros del petróleo en programas sociales, y por protagonizar un gobierno que no hizo productiva a la economía. De paso lo llamaron caudillo, término que la derecha acostumbra usar peyorativamente para denostar a una figura política que considera “fuera de orden”, por desobedecer los designios de las oligarquías. Populista viene a ser otro tanto.

Chávez no se comportó como un caudillo, en la acepción más amplia de la palabra, sino como un presidente elegido democráticamente que echó a andar un proyecto de nación al servicio del pueblo, no de las oligarquías. Ese ha sido el gran dolor de la derecha venezolana, estadounidense y española. Hugo Chávez, como presidente, tomó una serie de medidas que afectaron los intereses de los hombres más ricos de Venezuela y de las transnacionales, y preservó el petróleo para el beneficio de la población, mejorando la vivienda, la salud, la educación y otros rubros de la vida comunitaria. Cuando la clase más pudiente empresarial observó que los recursos del petróleo no estaban a su disposición para hacerse más ricos, comenzaron a hacerle la guerra a Chávez, al grado de organizarle un golpe de Estado en 2002, aunque otros intentos posteriores fueron también denunciados.

Y en el trabajo de descrédito a su figura -para que no pudiera haber contagio en América Latina de sus prácticas a favor del pueblo- lo atacan aun después de muerto. Zuckermann quería entender el por qué del “endiosamiento” hacia Chávez. La explicación es muy sencilla. Nunca antes el pueblo había experimentado que un gobernante gobernara para él. Era su obligación, después de todo, pero ante lo poco común, habría que agradecérselo, y él resultó ser por ello, inolvidable.

Hay una razón muy poderosa para haberse ido contra Hugo Chávez, y es donde la política de Estados Unidos juega un papel primordial en los ataques a su figura y su gobierno: Venezuela es dueña de las mayores reservas de petróleo en el mundo, alrededor de 300 mil millones de barriles, según confirmó British Petroleum. Hay 300 mil millones de razones para que Estados Unidos se asegure para sí esas reservas. Ello va a depender de qué tipo de gobierno se instale en ese país, ahora que Hugo Chávez ha muerto, un gobierno patriota o uno entreguista. Por eso el empeño de hacer creer al mundo que su gobierno fue nefasto.

Y para eso están los manipuladores de la derecha, que establecen asociaciones raras y difunden falsas teorías y creencias para dar supuesta credibilidad a estrafalarias y absurdas ideas, y que cuentan con los mejores espacios en los medios de comunicación, de más amplia audiencia. Jorge G. Castañeda, por ejemplo, dijo en el programa de Zuckermann que ahora que murió Chávez, seguramente Venezuela “va a regresar a la normalidad”. ¿A qué tipo de normalidad se estaba refiriendo? ¿A la que encontró Chávez cuando asumió el poder? Él heredó un país en quiebra económica, política y social, con más del 70 por ciento de la población debatiéndose en la pobreza y la ignorancia, y entre sus logros está que acabó con el analfabetismo. Esos son resultados que para las élites no cuentan, sino sólo sus jugosos negocios, que luego algo de esas ganancias salpican a aquellos que trabajan para su causa, además de asegurarles posiciones de privilegio.

*Periodista mexicana, colaboradora habitual de La Jornada, Libertas y Unomasuno, donde ha sido publicado originalmente este artículo.