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La prensa cubana, en la encrucijada

periodismoHace exactamente 24 años, 2 meses y 12 días, Eduardo Galeano publicó lo siguiente en el entonces de izquierda periódico español El País:

“La prensa cubana parece de otro planeta y la burocracia de la Isla tiene para cada solución, un problema (…) La burocracia usa explicaciones mágicas para absolverse de responsabilidad y lavarse las manos. Está todo claro: cualquier duda se hace sospechosa de herejía: los largos años del bloqueo tienen la culpa de cualquier ineficiencia, y, en tiempos de guerra, las órdenes de arriba no se discuten. El lenguaje de consignas sustituye la realidad que es por la que debe ser. “Bajó la orientación”-dice el burócrata, y así trasmite una sentencia divina”.

Tanto tiempo después pareciera que podemos suscribir en muchos sentidos aquellas palabras y que, en lo concerniente a la prensa, giramos en torno a un punto muy similar. ¿Tendremos que admitirnos incapaces de resolver el problema? ¿Será que la mentalidad de “plaza sitiada” podrá más que el espíritu libertario del socialismo, a la hora de encuadrar el debate público en los medios masivos? ¿Nos resignaremos a contemplar cómo las audiencias –sobre todo las jóvenes- nos “pasan la cuenta” de modo lento y progresivo?

Este 14 de marzo nuestro país celebró el Día de la Prensa en la antesala de un aniversario mayor: los cincuenta años de la Unión de Periodistas de Cuba. Y en medio, además, de una actualización del modelo económico, que invita a pensar el futuro no desde el “vivir al día”, sino desde la planeación y el diseño estratégico.

Probablemente nunca como ahora se impone la discusión en torno a qué tipo de prensa debiera acompañar ese proceso y cómo generar una comunicación a la altura y la complejidad de esta época. Si no entendemos la necesidad de ajustar las competencias, prácticas y modos de gestión de nuestra prensa a las demandas del cambio cultural actual, corremos el riesgo de perder credibilidad frente a las audiencias y retrasar no solo el desarrollo profesional del campo periodístico, sino el de toda la sociedad.

No voy a repetir lo que ya se sabe: que se ha diversificado exponencialmente el acceso de los públicos a la información; que se han multiplicado las vías –formales e informales- de circulación de noticias; que han proliferado las redes sociales y una blogosfera vigorosa, repartida entre sectores heterogéneos; que el modelo de información continua de Telesur nos sube la parada y goza de una reputación indiscutible, por su inmediatez y atractivo estético…

Más bien, quiero subrayar la dimensión de los factores anteriores no como riesgos, sino como oportunidad histórica. Las limitaciones de espacio, la escasez de papel o los impactos nefastos del Periodo Especial sobre la infraestructura de la prensa, son cada vez menos un obstáculo. El capital periodístico formado durante años en universidades del país, y la instrucción de una ciudadanía cuya cultura política seguramente rebasa la de América Latina, van encontrando cauce en los medios sociales como protagonistas del debate público.

Los cambios en los emisores de noticias, en los receptores y en la naturaleza de los propios mensajes están subvirtiendo las bases sobre las que se erigió tradicionalmente el proceso comunicativo. Dentro de ese contexto, las potencialidades para representar la diversidad de la sociedad, darle voz a la ciudadanía y profundizar nuestra cultura de participación se muestran ilimitadas. Si dichas prácticas cristalizaran en un nuevo modelo de comunicación, nos toca estudiarlo, estructurarlo y encauzarlo hacia los propósitos emancipadores del ideal socialista. Cualquier piedra en el camino será incomparablemente menor al saldo de disponer –sin tener que esperar otros 24 años, dos meses y 12 días-, de una prensa que se parezca más a nosotros mismos.

(Tomado de CubaAhora)