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Lo que le falta al periodismo en Cuba

Pepe-alejandro

Por Gabino Manguela Díaz

Siempre supe que entrevistarlo  sería desafiar  su desenfado, una  provocación a su linaje  de cronista entrevistador, el   contrapunteo perfecto con las  muchas cosas que suele decir,   y también la necesidad de que  una vez más demostrara que   aunque responda a ese nombre,  este Pepe no es un Pepe cualquiera.

Ciertamente tendría que  sonsacarlo —en lo que me ayudaron   los muchos años de labor  común, las juergas y secretos   compartidos—, dejarlo hablar   sin interrupciones, y solo matizarlo,  pues tiene el don de la   palabra y el carisma del buen  conversador.

Apasionado siempre no   eludió ninguna respuesta, aunque   por momentos prefirió no   hablar de sí mismo; y cuando   pareció que alguna lágrima   intentaba asomar en su rostro,   maniobró con la habilidad   de casi cuatro décadas en este   “agónico ejercicio de la insatisfacción”   —como califica a la   profesión periodística.

En otros, su carisma natural   parecería impostado.   Muchas personas a quienes ni   siquiera conoce lo saludan por   las calles como un amigo más,   y en las casas son frecuentes   los debates sobre lo que dijo en   Papelitos Hablan, en Acuse de   Recibo o en Hablando Claro,   sus espacios principales —que   no son los únicos.

¿PERIODISTA?

“Soy solo un cubano más, que   escogió el periodismo —enfatiza—   pero pude haber sido cualquier   otro profesional. Sencillamente   un trabajador de   este país; alguien que a lo que   más aspira es a ser una buena   persona, a ser lo mejor posible,   porque nadie es completamente   bueno, ni totalmente malo,   no somos perfectos”.

Para Pepe, ser buena persona   es algo incluso por encima   de ideologías y credos religiosos.   “Es ser lo más humano   posible, la obligación de ser   justo y bueno.

“Claro, soy periodista porque   ejerzo la profesión, pero   esta es una carrera que no termina.   Por eso, sin falsa modestia,   me considero un aprendiz   de periodista, cada día en busca   de lo inesperado, lo insólito,   lo impredecible. Son realidades   que te retan todos los días”.

Aprendió de su padre a no   olvidar jamás los buenos días,   las buenas noches, la honradez   y el amor al prójimo, entre   otras muchas virtudes “que se   aprenden en la niñez o no se   aprenden; él, que era maestro,   me enseñaba sin decirme las   cosas: yo solo lo miraba y ya lo   aprendía todo.

“Con él aprendí que el valor   más alto es el espiritual,   lo ético, lo moral; siempre me   hablaba de temas edificantes.   Crecí en una familia culta,   refinada, sin carencias, pero   mi padre tomaba un trago de   aguardiente con cualquier   persona, por pobre que fuera,   siempre que la condición humana   prevaleciera. Él era una   personalidad”.

¿POR QUÉ PERIODISTA?  

Llegó al periodismo casi por   casualidad, porque tenía la necesidad   innata de comunicarse.   “Siempre fui un adolescente   que gustó de la lectura; sensible   a todo lo que me rodeaba,   algo muy importante para un   periodista. Incluso en un momento   pensé en la sicología,   pues me gustaba investigar la   conducta humana.

“Sin embargo, escogí el periodismo,   quizás egoístamente,   porque me permitiría el poder   de la palabra para expresarme,   sin imaginar la connotación   social, política y, sobre todo,   humana de la profesión.

“No me considero un periodista   tradicional. Soy de   libretica de notas y bolígrafo,   aunque no puedo eludir las   tecnologías que han ayudado y   favorecen la celeridad e inmediatez;   pero lo más importante   es la capacidad de hacer buen   periodismo, el talento, la intencionalidad,   lo que está en tu   cabeza, en tu corazón”.

Entonces da rienda suelta   a sus criterios: “No hay que escribir   para que nos recuerden,   sino para quienes están a tu alrededor,   sin descuidar recursos   expresivos; si después alguien   se conmueve con lo que escribiste,   mejor. Hemingway es el   ejemplo.

“Nunca un periodista   puede esconder su manera   de pensar, su concepción de   la vida. Transitamos toda la   escala social y eso te aporta   saberes y filosofías. A veces   estás en una comitiva presidencial   y en otras conversando   con un campesino en   el surco, lo que te enriquece   espiritualmente y te hace más   sabio.

“En ocasiones, alguien   que parece anónimo, te demuestra   estar lleno de verdades   y profundos conceptos.   Como periodista tienes que   conmoverte con esas personas,   y cuando mires a tu alrededor   —donde también hay   cosas feas— no creerte que   eres el centro, si bien tenemos   el privilegio de conectar esos   matices de la realidad.

“No, no soy duro, más   bien soy crudo, y la sinceridad   con crudeza a menudo   se convierte en una cadena…   Mientras más sincero, sufres   más incomprensiones, eres   menos llevadero, aunque no   me considero implacable, sino   elegantemente sincero. Mira,   yo a veces me desboco, pero   la sinceridad tiene que tener   riendas”, sentencia.

MARTÍ…  

Le pido hablar de Martí y se   desdobla. Se inspira. “Lo tengo   siempre pegado a mí; es difícil   que un cubano bueno no   lo tenga a flor de piel, quizás   sin saberlo. Es la inspiración   de todos los días, la capacidad   del bien por sobre la injusticia,   pero no pocas veces   nos lo entregan demasiado   inalcanzable, y eso es malo.   Él nos conmina a luchar contra   la pereza y la ligereza, te   obliga a enfrentar cualquier   acto feo y a salir cada día a   asumir la vida”, asegura.

CONFIDENCIAS

Pepe ha incursionado en los   tres medios periodísticos por   excelencia, de ellos ofreció   sus confidencias, lo aprendido   a golpe de talento desde   que el 12 de septiembre de   1974, con 21 años, llegó a Radio Cadena Agramonte para   iniciar su servicio social.

“De la radio me fascina la   inmediatez, el convertirte en   los ojos de quien te escucha,   es la palabra pura, susurrada;   de la televisión lo que más   me gusta es su capacidad de   transmitir ideas frente a una   cámara y ser creíble, y que   aquel que te ve desde la sala   de su casa sienta deseos de   conversar contigo.

“Pero hay que tener mucho   cuidado, pues la notoriedad   solo se alcanza cuando el   cronista dice cosas diferentes   y transmite lo auténtico de lo   que vive. La TV te anula o te   levanta en un segundo.

“Sin embargo, la prensa   escrita es lo más grande. Soy,   por sobre todo, un hombre de   la prensa escrita, lo que quizás   venga dado por la complicidad   entre el que escribe y quien te   lee, ese que puede guardar el   periódico para después y volverte   a leer.

“La prensa escrita te puede   acompañar como un amuleto,   y te obliga a la ingeniosidad en   asuntos del lenguaje y la gramática.   Yo paso mucho trabajo   escribiendo; me releo, quito   cosas, vuelvo a ponerlas… en   fin. Quizás por eso me fascinan   los periodistas que de un tirón   pueden hacer un buen artículo,   una buena crónica, que es para   mí el género más excelso.

“Es el que más respeto, el   que prefiero y disfruto, en especial   las crónicas ajenas, aunque   algunas de mi cosecha, y   me apena decirlo, me deleitan   mucho. El don del cronista   es un raro hallazgo, pero estoy   negado a que la crónica se   convierta en un pedido, aunque   lamentablemente sea por   la muerte de alguien. Es mejor   escribir una crónica de vida”.

¿INFLUENCIAS…?  

“Muchas. Mis padres fueron   esenciales. De joven siempre   respeté a los viejos en la profesión.   No soy religioso, pero   sí supersticioso, y tengo la impresión   de que por momentos,   cuando escribo, alguien me   acompaña. Esas son las influencias.

“Manuel González Bello   siempre me acompañará. Él tenía   la gracia para escribir, esa   que se ha perdido hoy. A Ricardo   Sáenz le debo el olfato para   lo que es periodístico. A Luis   Sexto, el arrostrar siempre el   camino de los que piensan y   tienen juicio. Roberto Agudo   me enseñó a diferenciar lo   esencial de lo intrascendente y   Renato Recio, el rigor conceptual   para cualquier labor periodística.

“De muchos aprendí, de   Magaly García Moré, de Rolando   Pérez Betancourt, de   Heráclides Barrero, que me   enseñó a sustentar los sueños   en la realidad; de Eduardo Labrada,   a quien le agradezco la   seguridad profesional; de Luisito   Hernández Serrano, que   todos los días, hasta debajo de   una piedra, hay una historia   escondida.

“Imposible mencionarlos a   todos, pero a todos los tengo a   mi lado cuando escribo el Acuse   de Recibo, lo más grande, lo   más trascendente que he hecho   en el periodismo. Nada como   esa ventana abierta a las inquietudes   de mis ciudadanos”.

¿QUÉ LE FALTA AL PERIODISMO CUBANO HOY?  

“Mucha variedad, enfoques   personales, atrevimientos y   cierta autonomía —que no es   política— para poder convertirse   en una fuerza viva, actuante   e incisiva en la sociedad.

“Me molesta mucho que   al juzgar al periodismo cubano,   muchas personas —incluso   respetables— focalicen las insuficiencias   en el periodista de   filas y no señalen factores que   sobrepasan la posible voluntad   y el talento de ese profesional.   De alguna manera los problemas   de la política informativa,   del insuficiente abordaje de las   complejidades de la realidad   cubana, tienen que ver con el   diseño institucional que se ha   hecho de nuestro periodismo”.

MERCY, LAURA, NANA…  

Su vida con Mercy, la esposa,   la considera un reportaje   inacabado. “Entender cómo   hemos podido llegar hasta   aquí, con los esmeriles que el   tiempo hace caer sobre las parejas…   eso es extraño y probablemente   no llegue a saberlo,   pero algo se impone: hoy todo   es menos súbito, más lindo y   sosegado. Laura y Lucía —hija   y nieta— son el mejor producto   de ese amor, aunque quizás nos   faltó audacia para tener más   hijos”.

Un nombre es recurrente   en Pepe. ¿Por qué Nana?, pregunto.   Lo sorprende la interrogante.   “Caramba, ella fue   mi nana y la de mis hermanos.   Una gran santera y el último   vínculo que me queda con mis   padres, de mi infancia, de aquel   Jovellanos”.

Nos despedimos. Y creí verle   en el rostro a José Alejandro Rodríguez Martínez la alegría   por la historia contada: era la   crónica más larga de su vida.

(Tomado de Trabajadores)