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Acerca de la katana y el machete

japón clásicoOtros dejan espacio a la sorpresa. Como la candidata Venezuela, que se fue a las primeras de cambio. O la subcampeona Sudcorea, avergonzada con su eliminación temprana. Incluso México, batido por Italia. Pero Japón no cree en lágrimas ni casualidades.

Siempre dije, inclusive ante cámaras, que los bicampeones del Clásico estarían en semifinales. No bateaban lo suficiente, es cierto, y a duras penas consiguieron hacerle unas pocas carreras a Brasil y China. Pero hay dos elementos que siempre les cuelgan el cartel de favoritos.

Uno es su staff de lanzadores. Por corto, este torneo es una especie de play off, y un play off –ya se sabe- lo decide el pitcheo. Cuando menos en el noventa por ciento de los casos.

El otro factor se resume en un concepto: fortaleza mental. Japón perdió tres veces en la edición de 2006 y otras dos en 2009. Es decir, que sufrió cinco reveses y, no obstante, ganó los dos Clásicos. ¿Por qué? Porque siempre se impuso en el partido de ganar o morir. En ‘el bueno’. El que vale.

Los olvidadizos le restaron opciones cuando vieron que sufría ante adversarios de menor calado. Pasaban por alto que el Samurai Japan no estila demoler a los contrarios, sino que busca el progresivo debilitamiento del rival con acciones mucho más cerebrales que instintivas. Lo suyo tiene más que ver con paciencia de hormiga que con poderío de elefante.

No perdona. Y apenas se equivoca. Hace un béisbol de autómata, ejecutando minuciosamente cada orden que llega del dugout. Contra Brasil, debajo en el score a la altura del octavo, los emergentes alardearon de efectividad. Y ante Taipei, al borde del revés, Toritani robó la almohadilla que había que robar, e Ibata –en dos strikes- pegó el hit imprescindible.

Las probabilidades –que rara vez traicionan- me dicen que Japón no va a triunfar de nuevo en el certamen. Tres veces sucesivas parecen demasiadas, porque al Clásico van grandes equipos, y no sería sensato vislumbrar que uno monopolice los trofeos. No ha pasado, por ejemplo, en las Copas Mundiales de Fútbol. No creo que aquí pase.

Pero de todos modos habrá que admirar a Japón. Una escuadra que debió prescindir de su as monticular –Yu Darvish-, del motor atacante –Suzuki-, de piezas apetecibles como Iwakuma, Kuroda y Norichika Aoki, y pese a eso, ya sacó pasaporte con rumbo a San Francisco. Con pitcheo, concentración, y algún que otro sablazo.

Los lectores me piden que arriesgue un criterio con respecto al partido de mañana, y aquí está. Dije y sostengo que, si hubiéramos tenido que enfrentar a Japón este lunes, deberíamos hacer las maletas de regreso. Pero que si era Holanda el adversario –y será así-, las opciones de Cuba se agrandaban. Sinceramente, siento que el pitcheo de los tulipanes (Markwell y Boyd) no volverá a salir ileso frente a la artillería criolla, siempre y cuando los sluggers insulares no lleguen al duelo con la ansiedad nublándoles la cara. La otra clave: que el abridor de Víctor Mesa le ‘camine’ de cuatro a cinco entradas. De conjugarse ambos requisitos, el resto será cosa de calidad y oficio. Cosa nuestra.