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Viviendo en el caos…

Pobreza: la nueva industria del crecimiento en Estados Unidos.
Dean Baker

Me siento ante la PC y sigo mi rutina diaria, pero estoy cansada. Necesito expresarme. Grito: estoy en contra, y nadie me escucha. Me pierdo en ese enorme mundo web, en el que los más poderosos solo levantan sus manos para intentar callarme. Cómo hago posible que me escuchen? De qué me valgo para quitarles la venda? Tienen la verdad golpeándoles las narices, pero prefieren mirar más allá o simplemente, no mirar. La realidad, lo veraz… lo determinan ellos.

Las grandes transnacionales de la información reproducen una imagen, un rostro, una expresión: la cara de un ciudadano sonriente. Los músculos no se tensan, no se contraen. La imagen no se daña. Una y otra vez refresco el internet y se repite la historia. Pareciera que el monopolio de la comunicación nunca tendrá fin.

Nos construyen un contenido y un discurso que ha de ensordecernos. Buscan que no veamos más allá de la sonrisa de un presidente, de una mirada que pretende confundirnos en esa expresión que entremezcla seguridad y profundidad.

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Sin embargo no me dejo engañar, desde que leí “El principito” aprendí que lo esencial es invisible a los ojos, que solo se mira realmente con el corazón.

Mientras esas imágenes de un Obama sonriente, despreocupado, familiar, dan la vuelta al mundo, en Estados Unidos los índices de pobreza se incrementan, la criminalidad se apropia de las calles, los vicios asestan un golpe de muerte a la juventud, los inconformes reciben descargas eléctricas, son silenciados a bastonazos o cegados con gas pimienta.

Todavía no he podido borrar de mi memoria la fotografía de Joshua Trujillo, en la que se veía a una anciana de 84 años, que había sido rociada con gas pimienta en la cara, durante un desalojo en Seattle. Se trataba de Dorli Rainey, una ex maestra de escuela, quien se detuvo ante un barullo para ver qué pasaba en el lugar, siendo sorprendida y agredida por la policía en un acto de represión al movimiento Occupy. Pero el caso de Dorli no es el único, embarazadas, sacerdotes y jóvenes se suman a las inmensas listas de las víctimas del sistema.

El porcentaje de las personas que viven en la extrema pobreza no para de incrementarse, cada día son más los desalojos por hipotecas, aumentan los ciudadanos que viven en sus autos sin tener apenas un sitio donde bañarse, los universitarios se ahogan en deudas impagables, el desempleo alcanza un punto preocupante. Ciudades importantes declaradas en quiebra. La violación de los derechos civiles y constitucionales es una cotidianidad.

“Cuando Estados Unidos se llama la tierra de la libertad se está mintiendo a sí mismo”, así calificaba The Washington Post el 14 de enero de 2012, la violación de los derechos civiles y políticos por parte del gobierno americano.

Las minorías étnicas en ese país, sufren desde hace tiempo una discriminación sistémica, amplia y persistente, que se ha convertido en una característica indeleble y un símbolo de los valores de ese país. Las minorías étnicas sólo ocupan puestos políticos, económicos o sociales muy bajos y el número de personas de este colectivo que se desempeña en el funcionariado local no está en proporción con la cantidad de habitantes.

Los fondos para la asistencia a las familias y la niñez han sido reducidos, al tiempo en que el costo de la educación se ha elevado. Dos tercios de los estudiantes piden dinero para asistir a clases, acumulando grandes cifras en deudas al momento justo de la graduación. En 2011, el costo promedio por estudiante en la colegiatura universitaria ascendía a 21 mil dólares anuales.

Un informe del Buró del Censo de EE.UU publicado el 8 de junio apunta que en 2008, el 22 por ciento de jóvenes latinos de edades comprendidas entre los 18 y 24 no estaba inscrito en los institutos, cifra que para los afroamericanos era del 13 por ciento, mientras que entre los caucásicos solamente el 6 por ciento no acudía al instituto.
En estos momentos, esa gran potencia tiene una alta tasa de pobreza infantil. Según UNICEF, uno de cada cuatro niños viven debajo de la línea de la pobreza, y solamente en New York el 45 por ciento de los infantes viven esa situación.

Las adolescentes, niñas de incluso 12 años, son víctimas del tráfico sexual, las venden por 80 dólares y sus proxenetas les exigen pagos de 400 a mil dólares por día, teniendo que “trabajar” jornadas de 20 horas.

El abuso escolar y los casos de acoso son una plaga en las escuelas estadounidenses. Un anuncio de servicio público contra el abuso escolar emitido en enero de 2011 detalló que más de 6 millones de escolares fueron víctimas de casos de abuso por parte de otros niños y jóvenes en sus centros educativos en los seis meses anteriores.

De acuerdo con estadísticas de la organización especializada en problemas de los adolescentes Family First Aid, casi el 30 por ciento de los adolescentes de en ese país, estaría involucrado en abuso escolar. El secretario de Educación de EE.UU, Arne Duncan, dijo el 28 de octubre del año pasado que una tercera parte de todos los estudiantes en ese país sufren acoso escolar.

En EEUU, los menores están gravemente expuestos a la violencia y la pornografía. La cadena BBC informó el 17 de octubre de 2011 que en los 10 años anteriores, más de 20 mil niños estadounidenses habrían sido asesinados por miembros de sus familias. Asimismo, el 14 de noviembre de ese mismo año, The Wall Street Journal reportó que la línea de atención para agresiones contra niños, administrada por el Departamento de Bienestar Social de Pennsylvania, recibió unas 120 mil llamadas, de las cuales sólo cerca de 24 mil fueron investigadas.

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Todo esto ocurre en un país donde hay más de 400 multimillonarios y más de 3 millones de millonarios. Es una triste realidad la que nos dibujan los medios, una, que nada tiene que ver con la sonrisa de Obama, con esa imagen de paz de la que les hablaba. Una que se esconde tras las campañas, donde la politiquería barata se olvida de la necesidad de poner fin a los males sociales. Y que deja de lado la razón de ser de cualquier gobierno: el pueblo.

Los hechos por sí solos demuestran que, detrás de las acusaciones que lanzan a otras naciones, no existe ninguna base moral, política o legal para que EE.UU actúe como defensores de los derechos humanos del mundo.

Por eso no me callo. Me apongo a que las transnacionales de la información me sigan engañando, o haciendo como que me engañan; porque sé que un día, alguien, en algún lugar pondrá oído a aquellos que como yo, se preocupan por develar una verdad oculta, tras un sistema que vive en el caos.

Dejen de abarrotarnos de imágenes falsas y muestren la otra cara de los Estados Unidos. No desvíen más nuestra atención con informes sobre las prácticas de Derechos Humanos en los diferentes países del mundo, cuando el escenario político americano no respeta siquiera las necesidades básicas de las personas.

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