- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

La fotografía, un acto de pensamiento

Por Yuliat Danay Acosta

Gabriel Dávalos

Gabriel Dávalos

Me sorprendió aquel espectáculo en medio de la calle. Hombres y mujeres en poses extrañas, a plena luz del día: delgados, sus piernas con músculos definidos, con el don cultivado de la elasticidad. Todo el que lo veía se asombraba. «Esta idea loca se le ocurrió a Gabriel Dávalos», me dijo alguien que observaba junto a mí. «¡Es arte!», voceó algún fanático de la imagen. Me detuve llena de curiosidad. Había muchas mujeres, todas hermosas, posando para él. ¡Alguna bailarina lo sedujo!, pensé, y a modo de aclaración saltó a la vista su «Epitafio para algún fotógrafo»: Si decís que alguna vez perdí la cabeza por una bailarina; decís mal, me enamoré de todas las bailarinas.

Gabriel Dávalos, a sus 31 años, es más que un niño con un juguete en la mano: ¡Es un fotógrafo! Y aunque se graduó de Periodismo en la Universidad de la Habana, pareciera que se ha obsesionado con las «muñecas» de Cascanueces.

- Has seleccionado un título muy sugestivo para tus fotos de bailarinas y bailarines: «Soy lo que ves», como la canción del grupo musical Buena Fe. ¿Cómo surge este proyecto?

Hace aproximadamente nueve años fui por primera vez al ballet. En mi época universitaria casi todos los varones teníamos una educación machista y algunos prejuicios. Una compañera de aula me invitó y fui, pero a ver jevitas. Me senté al lado de Martica, mi amiga, y fue explicándome lo que estaba sucediendo: el argumento y lo que significaba cada movimiento. Cuando terminó, solo supe que quería ir de nuevo.

Para colmo, yo que soy tan espíritu burlón, esa primera vez –si mal no recuerdo– se le rajó el pantalón en un salto a Víctor Gilí; en la segunda ocasión, se trabó el telón; y en la tercera, una bailarina cayó de cara al piso. Confieso que, con cruel inmadurez, me reí mucho en aquellas primeras funciones.

Me propuse frecuentar el ballet. Y la jevita –por aquellos años– nunca la encontré, ni la busqué, porque el ballet se convirtió en un motivo en sí mismo, y completamente desprejuiciado de todo estereotipo. No tenía cámara, ni sabía cuándo podría tener una, porque son muy caras. Pasaba las funciones enteras pensando dónde podría haber una buena foto y hacía un pestañazo para marcarla. Pedí a las bailarinas y bailarines que me explicaran sobre los estilos. Comenzamos a salir juntos. Descubrí sus improntas y tristezas.

Pensaba: estas mujeres que son el mito de la bailarina sensual y glamurosa, capaces de sacarle el alma a cualquier hombre, son muchachas comunes que de lunes a sábado no pueden hacer mucho, porque trabajan desde temprano hasta la tarde y al llegar a casa tienen que ponerse hielo para los dolores; no pueden comer lo que les dé la gana por la dieta. Y lo mismo con los muchachos.

Mi «primera vez» fotográfica fue con Viengsay. Pedimos una cámara de 3.2 mega píxeles a un personaje de cuyo nombre no «debo» acordarme y fuimos para el Morro. Luego pasaron años con aquella misma rutina de ver ballet e imaginar las fotos.

Hasta que, para mi sorpresa, un fotógrafo italiano amigo de la familia me regaló una cámara de medio palo. Me fui al ballet. Sin pedir permiso a la compañía, eufórico, tiré cerca de trescientas fotos. ¿Y adivina? ¡Ninguna sirvió! Supe que hacer fotos en el ballet no era cosa fácil. Entonces estuve un año entero estudiando en la casa.  Luego, me llamó el tenor italiano Darío Balzanelli, discípulo de Luciano Pavarotti. Me comentó que iba a interpretar una ópera en Cuba y me invitó –o se arriesgó– a que le hiciera la cobertura fotográfica de su presentación. Por esos días, ya yo sabía de lo que estaba hablando.

Al día siguiente amanecí nervioso, llamé a dos amigas bailarinas. «¡Vamos al Malecón», un lugar gastado para esto, pero era la primera sesión de fotos ya con dominio técnico. Ellas saltaron en el muro. Al llegar a casa estaba seguro: «¡quiero seguir haciendo esto!». Así surgió la idea. En poco tiempo las fotos se habían pasado de máquina en máquina y muchos me pedían nuevas propuestas.

- Para tus instantáneas has escogido como actores a figuras del ballet; sin embargo, te alejas de la clásica fotografía de la danza porque sacas a los bailarines de su entorno habitual. ¿Podríamos decir que haces una fotografía de ballet? ¿Cómo autodefinirías tu trabajo?

Creo que sí es una fotografía de ballet, desde mi punto de vista. Es como recontextualizar la obra, hacerle tu propia versión en esta ciudad, bailando en el escenario de la vida real. Romper el mito, sacarla de donde ella es fuerte; sacar a la bailarina y al bailarín de su castillo, el teatro, y captarlos como lo que son: parte de la historia que escribimos todos.

La sociedad necesita hoy contar con la belleza del ballet y no solo dentro del teatro. La danza podría brindarle a la sociedad muchísimo más que un entretenimiento artístico: educación, sensibilidad, amor, más en una como la cubana, herida tras no pocos años de resistencia extrema. La danza puede aportar muchísimo para cambiar el estado de ánimo de la gente.

Si uno conceptualiza y le pone razonamiento a la obra y no solo el ojo a la cámara, es muy probable que encuentres más de lo que estás buscando. Porque cuando no sabes lo que buscas, no encontrarás nada. En mi caso, pudiera contarte por dónde voy: ando buscando, a través de la danza, ese enfrentamiento que tiene cada persona, cada ciudad, cada país, entre su cisne blanco y el negro; esa relación que hay entre el bien y el mal en un mismo ser; todo es relativo.

- Gabriel, tú eres periodista de formación profesional. ¿Por qué te inclinas ahora hacia la fotografía artística y no precisamente hacia una fotografía de prensa o documental?

Me gustaría hacer fotografía de prensa en algún momento. Las fotos artísticas vienen por mi gusto a la danza. Aunque de cierta manera, muy personal, también puedo decir que hago fotografía documental, porque capto lo que está pasando en La Habana en un momento determinado; hay una bailarina como pretexto, pero hay una ciudad viviendo tras ese instante, una realidad intacta, no construida.

Mis fotos no son en los derrumbes, ni en las zonas más sucias y más viejas. No hace falta. Para acompañar alguna de ellas escribí: «La Habana no es mágica; ni perfectamente bella. La Habana no siempre huele bien; no siempre está de buen humor. Pero La Habana es madre de todos los cubanos y para hallarse a sí mismo siempre habrá que regresar a ella». Represento a La Habana como es.

- Muchos de los que conocen tu obra han llegado a ella a través de Internet. ¿Qué papel han tenido las plataformas digitales en tu debut como artista?

Apenas tengo contacto con galerías ni con productores. Tan importantes han sido las plataformas digitales que hace menos de un año yo hacía lo mismo y nadie se enteraba. Entonces me atreví a abrirme una página que se llamara «Gabriel Dávalos, fotógrafo». En unos meses la página ha tenido un buen desarrollo; ha generado un movimiento de decenas de miles de impactos mensuales y un crecimiento promedio de seguidores.Comparten mis imágenes sitios digitales temáticos de ballet, revistas de danza de varios lugares del mundo, agencias de prensa, proyectos culturales y blogs personales que con frecuencia reconocen en ellas su inspiración y las reproducen.

Gracias al trabajo constante en esa plataforma digital, ya expuse por primera vez en el Salón Pombo, del Florida Park; en el Retiro, de Madrid, y en la ciudad de Holguín, en sus Romerías de Mayo. El sitio es como mi manager, mi productor y mi exposición permanente. Suelo decir que soy un «ciberfotógrafo» de la nueva generación, porque no he dependido de los medios tradicionales: hasta hoy no había salido en ningún periódico.

- Tus fotografías casi siempre están acompañadas de algún texto tuyo. ¿Utilizas la escritura como un elemento para reforzar un mensaje o es para ti otra forma de expresión?

Son dos cosas diferentes que se refuerzan, se complementan. Las fuentes de inspiración son diferentes pero cuando se juntan, parecen que son la misma cosa. La gente agradece y comenta tanto la foto como el texto. Son dos tipos de necesidades de expresión diferentes: uno provocado por la parte creativa visual, y otro por la literaria o periodística.

A veces, cuando publico los textos en Internet, sucede algo cómico: como trabajo con Buena Fe, algunos preguntan si yo hago las fotos e Israel Rojas escribe; y aunque son muy míos, la verdad es que me agrada porque Israel es una de las personas más inteligentes y talentosas que conozco; a él le agradezco el impulso para salir de algún pesimismo generacional –coyuntural– que padecí.

- Las poses que utilizas en las fotos son desafiantes, atípicas, atrevidas, ¿tomas la fotografía como un desafío a la imaginación?

Creativamente, cómo lograr la instantánea que tú quieres, es un reto a la imaginación, por lo menos la mía. Las poses me permiten ver qué hay en esas personas que las hace diferentes al resto, que luzcan un imposible, que muestren el movimiento de la vida. Psicológicamente, busco el extremo que te sacuda. Y para lograrlo, tiene que estremecerme a mí primero. Cuando tienes enfrente a una bailarina realizando una pose o un movimiento extremo, difícil, sientes que ella está sufriéndolo, arriesgándose: ese sacrificio extra es el que yo busco en cada foto.

- Algunas personas cuando ven tus fotos piensan que son montajes. ¿Cómo logras combinar las piruetas del ballet con ambientes peligrosos como el tránsito, por ejemplo?

Es una mezcla: estudiar al detalle lo que quiero, y escoger bien el lugar donde lo haré, para conocer los riesgos. No pensar en la foto, sino en la bailarina. Después, tengo que hablar mucho con la persona para ver si lo quiere hacer; por lo general quieren más. Lo último es valentía, coraje. Los bailarines son temerarios y yo también, aunque un poco menos que ellos. Así me sucedió en la del Maine, a la altura de un primer piso; o como la del Habana Libre, colgada de la baranda.

- ¿Aspiraciones de Gabriel Dávalos con estas fotografías?

Exponer, compartir mis fotos. Me encanta que las vean; no por vanidad, sino porque me alegra ver cómo reaccionan ante ellas. En realidad me siento el último que llegué. Cada vez que veo la obra de algún fotógrafo consagrado me siento alumno de él y lo respeto profundamente.

La gente disfruta ver esas fotos por la paz que trasmiten, o por las sensaciones que provocan. Será porque el cubano es muy arriesgado y temerario, y quizás le guste imaginarse en esa situación y saber que somos capaces de hacerlo. También porque el cubano es muy sensual y le gusta disfrutar del erotismo, no burdo, sino a través de la sensualidad que viene del cuerpo en función de un arte.

Me encantaría exponer en las 14 provincias y si es posible en todos los municipios. El ballet no siempre llega a todo el mundo, a veces es muy elitista. Si a través de estas fotos logro motivar a ver ballet y la danza toda en Cuba, sentiría que he hecho algo por la sociedad.

- ¿Seguirás tratando la temática del ballet? ¿Próximos proyectos?

Quisiera seguir contando la historia de la ciudad, del país, de los cubanos en otros lugares, o de la sensibilidad humana en cualquier lugar del mundo, siempre a través de los movimientos de la danza. La danza es también un lenguaje para mí, no como bailarín, sino como fotógrafo. Mi primer y mayor proyecto es ese. Hablar perfectamente ese lenguaje y que con los años esta idea sea una gran historia que narre lo que fuimos: humildes, talentosos, diferentes, valientes, tristes o felices, impetuosos…
Quiero exponer en La Habana. Aunque comencé por Madrid y Holguín, necesito exponer en esta ciudad. Es un momento inevitable para crecer, la bendición de una madre.

- ¿Cómo valorarías el trabajo que realizan los jóvenes artistas cubanos que empiezan ahora como tú?

Hay una fiebre de gente que quiere ser fotógrafo, y muchos con buenas cámaras. El riesgo es que tener una cámara fotográfica buena o cara no hace la diferencia; y lo positivo es que mientras más gente haya, más posibilidades de que surjan grandes fotógrafos. Otro riesgo es que la gente crea o piense que ser fotógrafo es apretar el «gatillo» sin pensar, y no sepa que el fotógrafo es también un intelectual y que el pensamiento tiene que estar antes, durante y después de cada fotografía. Yo le digo el «gatillo» al obturador, porque pienso que la cámara es un arma.

Pienso que lo primero es entender que la fotografía no es el conocimiento técnico, ni siquiera el talento, ni solo creatividad estudiada y perfeccionada, sino que es un acto de pensamiento. Generalmente esta tierra real y maravillosa (no la gente ni el gobierno) castiga con la miseria creativa a quien traiciona su esencia. No sé por qué, ni cómo, pero la patria de Martí castiga a quien trueca o negocia con su libertad.

- Has mencionado varias veces a Martí, ¿te consideras martiano?

Completamente. Ahora me estoy leyendo sus obras completas. Todo el mundo me dice: estás loco. Me estoy leyendo carta por carta, pedacito por pedacito. ¿Sabes cuándo empecé? Cuando vi El ojo del canario. Al otro día, empecé a leerlas. He aprendido más sobre esa parte de la Historia de Cuba, y sobre Martí, que en todos mis años de estudiante. Ha sido revelador, extraordinario. Todos los cubanos deberíamos leerlo. En Martí he encontrado razones, argumentos, ideas, optimismo.

Mientras lo escuchaba decir esto, recordé un texto suyo, lleno de la aguda profundidad de este joven que anda, quizás, tras la luz del apóstol. Recordé su foto del bailarín saltando impetuoso en la Plaza de la Revolución, con José Martí detrás. ¿Quién dijo que la juventud cubana está perdida? Lo veía lleno de pretensiones, colmado de sueños para su patria:

"Somos gente común, el alma de una idea mayor. Pero estamos terriblemente rodeados de personas que se conforman con lo común: escritores de «pocas palabras»; abogados de «quizás lo consigamos»; zapateros de «dame lo que puedas»; choferes de «a ver si llego»; profesores de «no sé si me entiendes»; niños de «me da la gana»; adolescentes «emergentes»; jóvenes de «no me importa nada»; ancianos de «con esto hasta la muerte»; felicidad «entrecomillada»; pasiones «efímeras»; éxitos «maquillados», y amores «de poco a poco». Cómo hacer un país extraordinario con personas que no se atrevan a serlo. En algún periódico, pronto, un clasificado dirá: «Se busca gente común que quiera pagar el precio de ser diferente (cueste lo que cueste)."

Tomado de La Calle del Medio No.49
Arianni Martin y Edward Gonzalez / Foto: Gabriel Dávalos

Arianni Martin y Edward Gonzalez / Foto: Gabriel Dávalos

Lisset Santander / Foto: Gabriel Dávalos

Lisset Santander / Foto: Gabriel Dávalos

Grettel Morejón / Foto: Gabriel Dávalos

Grettel Morejón / Foto: Gabriel Dávalos

Amaya Rodríguez / Foto: Gabriel Dávalos

Amaya Rodríguez / Foto: Gabriel Dávalos

Grettel Morejón / Foto: Gabriel Dávalos

Grettel Morejón / Foto: Gabriel Dávalos

Daniela Cabrera / Foto: Gabriel Dávalos

Daniela Cabrera / Foto: Gabriel Dávalos