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Pirolo, el muchachón de Delicias

teofilo-stevensonPor Roger Aguilera

El día que recibí una llamada telefónica para comunicarme que Teófilo Stevenson Lawrence le iba a decir adiós al boxeo, como periodista sentí el privilegio de tener una exclusiva que iba a recorrer al mundo.

Cuando la noticia comenzó a circular por los teletipos, los medios nacionales y las agencias internacionales anunciaban ipso facto que ya se retiraba el tricampeón olímpico y mundial. Pero lo que fue alegría para mi, fue tristeza para Teófilo.

Un día me confesó con nostalgia que se había adelantado a esa decisión, pero que ya había dado ese paso. Luego me contó:

"Antes de ir a Reno muchos crían que yo estaba acabado, porque había perdido en el Cardin de ese año. Pero me dieron la oportunidad de prepararme en un centro de entrenamiento de la Isla de la Juventud, y va viste lo que pasó. "

Más allá de sus victorias, demoledora pegada, técnica depurada, limpieza en el combate y estilo elegante, Teófilo fue un caballero sobre el cuadrilátero, un amigo, un gran hijo, buen hermano y gran padre.

Nunca se le vio intentar demoler con andanadas de golpes a los oponentes noveles, los sobrellevaba. Un día le pregunté, cuál es tu mejor arma, y me contestó: "el jab de izquierda., porque cuando lo utilizo el contrario se va acostumbrando a la mano izquierda y entonces lo sorprendo con la derecha. Doy un solo golpe y ya".

Sobre Duane Bobby (la Esperanza Blanca) que Teófilo venció en la Olimpíada de Munich-72, el tricampeón me dijo: si tú supieras, es una de las personas más humanas que he conocido. A cada rato me comunico con él. Es mi amigo.

Tras coronarse campeón en eventos mundiales el hobby de Teófilo era regresar a su terruño, en la comunidad de Delicias, municipio de Puerto Padre, provincia de Las Tunas.

En una de esas ocasiones fue tocando puertas en las casas de sus amigos hasta terminar en un comedor obrero donde trabajaba la vieja Lina, la esposa de John Herrera, su primer entrenador de boxeo. Allí la besó, la abrazó y departió unos minutos.

Era motivo de orgullo y emoción para su padre ver al hijo pelear, pero su madre Dolores siempre se opuso, incluso en las primeras incursiones, en la ciudad de Las Tunas, el jovencito Teófilo lo hizo a escondidas.

Cuando regresó del Campeonato Mundial de Reno, Nevada, Estados Unidos, en 1986, fue a ver a Dolores, que se encontraba hospitalizada en Puerto Padre. Al verlo le dijo: Pirolo, ni un guantazo más. Teófilo se inclinó, la besó y le susurró un secreto en un oído.

Dos años después, en 1988, Teófilo se retiraba oficialmente. Reno fue su último escenario pugilístico.

Y en Delicias, en la segunda planta de la casa de él y su familia, sostenía a su pequeña hija Heles con el brazo derecho y con la mano izquierda me enseñó un par de guantes, aun con las huellas de los golpes que se impactaron en el rostro del norteamericano Alex García, en el Campeonato Mundial de Reno.

"No hubiera querido llegar a esto, pero tenía que traer el Oro para Cuba", precisó.

Sus últimas imágenes que recuerdo fueron durante los días finales de la Serie Nacional de Béisbol, en la cueva de los Leñadores de Las Tunas y retozando en las gradas con varios aficionados, con los puños cerrados, en alarde de buen boxeo; y una amplia sonrisa que me recordaba a Pirolo, el muchachón de Delicias.