- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Pillerías

the-kid-charles-chaplin1

Eran cerca de las siete de la noche; la oscuridad comenzaba a ensombrecer el paisaje rodante de Alamar. De repente, una turba de enanos subió a la guagua. Eran cerca de 15, venían sudados, semivestidos con kimonos de combate y cintas de colores alrededor de la cintura que delataban su condición de karatecas de media tarde. Ruidosos rabos de nube, sacudieron con su algarabía todo aquel sitio.

Por encima de los versos catalanes de Serrat llegaban a mis oídos sus discusiones sobre el más reciente enfrentamiento futbolístico entre el Barça y el Real Madrid y quién era mejor, si Messi, Cristiano Ronaldo, Xavi o Marcelo.

Se empujaban, se interrumpían, daban razonamientos descabezados, fanfarroneaban sobre sus respectivos conocimientos de la materia y disputaban para ver quién hablaba más alto; era una bocanada de frecura para tanto trabajador cansado de un día de ingresos inseguros y un largo viaje, una masa de ojos brillantes y sonrisas inocentes.

Me sentí feliz de estar precisamente ahí, montado en una guagua habanera al filo de la noche, rodeado de un ventarrón de caos infantil; una felicidad sencilla, como sonrisa de niño.

*********

Venía la madre arrastrando el coche con un mano . En la otra, con torpes pasos, como quien apenas comienza a descubrir el fascinante desafío de apoyarse en el mundo por sus propios pies,venía él.

Se detuvieron en la parada, amparados en la sombra que los fugaces árboles proyectan en el caluroso mediodía cubano. Mientras la madre oteaba el horizonte buscando la guagua, él se lanzaba al suelo y lo barría con las manos; redistribuía en democrático desorden las hojas de los árboles.

De repente, con un ágil y clandestino movimiento, se llevó una hoja a la boca. La madre, advertida por una señora, lo reprendió y se la arrebató. Él forcejeó, apretó los labios, berreó, como si la vida le fuera en ello, como si supiera que en este mundo se cede una vez y se cede para siempre.

Afortunadamente para la madre, que estaba a punto de perder en ese desigual combate de argumentos contra berridos, apareció la guagua. Monté junto con ellos, la ayudé con el coche. Estuvo de pie por unos minutos, hasta que algún sinvergüenza decidió bajarse.

Seguí hasta el fondo de la guagua y los perdí de vista. Cerca del hospital Covadonga, los ví descender. Ella arrastraba con una mano el coche. En la otra, venía él. Entre sus dientes, casi imperceptible, colgaban los restos de una hoja, minúsculo trofeo de la primera victoria de su vida.

(Tomado de El Microwave)