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Manuel González Bello: un mundo en sesenta líneas

file0012Por: Elisa Beatriz Ramírez Hernández

A unos meses de entrar a la Universidad, escuché por primera vez, leída por un amigo periodista, una de las Crónicas del Sábado de Manuel González Bello (1949- 2002). No recordé después el nombre del autor ni el título del texto; sólo me quedó, además de la sonrisa inevitable, la certeza de estar frente a un periodismo diferente y encantador como pocos.

Bajando ya la escalinata de mis cinco años en la Facultad de Comunicación, vuelvo a toparme con él. Esta vez en la encrucijada definitiva de mi tesis de licenciatura, dedicada a la genial columna con que alcanzó las nubes del oficio el insigne cronista.

Hijo natural de Ciego de Ávila, Manuel se trasladó desde niño a la Capital; y aunque intentó ser actor, terminó por graduarse de Periodismo en la Universidad de La Habana, en 1974.

La obra de Bello recorre un espectro amplio de genialidades. Desde los grandes reportajes en la revista Bohemia de los 80, hasta artículos y comentarios; desde temas costumbristas hasta económicos y políticos; siempre en busca del detalle revelador de interés humano para enamorar al público.

Cuando llegó al diario nacional Juventud Rebelde (JR), a mediados de la década del noventa, ya era una de las figuras respetadas de la profesión en Cuba. Allí se convirtió en todo un maestro de jóvenes periodistas, y en uno de los cronistas más leídos del momento.

De 1999 a 2001, desde un lateral de la página ocho de JR, Bello armaba cada sábado un mundo en sesenta líneas. El "humilde cronicólogo" que habitaba estas letras, con un dedo índice muy despierto, se convirtió en cómplice de las bromas cubanísimas que cronicaba.

"Lindo verbo ese: cronicar. Porque significa contar, dejar testimonio, exponer costumbres y esencias. Es como narrar la vida pequeña; esa que es tan inmensa". "Antes de cronicar hay que observar, estudiar, pensar"...dejó escrito "el muy Manolo".

En las entregas sabatinas, Bello logró rescatar algunas de las mejores cualidades del género en Cuba al enlazar, con técnica refinada, elementos humorísticos, costumbristas y literarios. En la hechura de sus palabras pueden olerse las Estampas Costumbristas (1941-1958) de Eladio Secades; o la risa criolla de Héctor Zumbado en aquellas secciones -Limonada y Riflexiones-, que aparecieron en el propio diario de la juventud durante la década del 70.

El estilo de las líneas sabatinas muestra al avezado escritor que siempre permaneció asido al sueño literario. Su talento y oficio al escribir se manifestó durante toda su vida, pero singularmente en estos últimos años que coincidieron con la sección.

Tales textos se distinguen por la ironía sutil y camaleónica, las referencias a la cultura universal y popular; los elementos de ficción con que enriquecía los referentes reales; los malabares idiomáticos; las descripciones vívidas y diálogos naturales que expresaban su habilidad para observar, memorizar y representar dramáticamente una escena.

Bajo picarescas imágenes de sabor criollo y punzantes travesuras, tras la apariencia de cuestiones intrascendentes, subyacen los latidos anclados en el imaginario popular. Así, vemos a Manolo criticar el musirrido en edificios y automóviles, mirar estúpidofacto los criterios paradigmáticos, más bien paradogmáticos de los burócratas; censurar la venta de productos elarrobados; quejarse del fax cuando se convierte en un faxtidio porque no imprime bien; lamentar la hurañez de algunas personas, y el tanto "no" de otras que viven ennodadas; alertar de tantagente que se va por la tangente, y reírse de las escenas ridículas donde los padres se convierten en amaestraniños.

La crónica 105 detuvo las andanzas semanales de este aventurero soñador, un 3 de noviembre del 2001, cuando anunció: "Y ya me despido. Me voy como vine: ligero de equipaje, la conciencia limpia y con una sonrisa. Ya consumí mi turno, que pase el próximo".

Unos meses después, exactamente el viernes 31 de mayo del 2002, la redacción de su periódico azul emplanó una mala nueva. Al día siguiente, en la misma página 8 que acogió por más de dos años a las Crónicas del Sábado, apareció una frase desoladora: "Murió Manuel González Bello, uno de los más brillantes periodistas cubanos".

La Crónica del Sábado fue un espacio sui géneris en la prensa nacional, irrepetible aún una década después. La cátedra de humor y sentido periodístico que Manolo ejercía magistralmente, la convierten en uno de los mejores conjuntos de textos de un mismo género dentro del periodismo cubano.

Parece que una criatura tan excepcional no puede olvidarse fácilmente. Será por eso que aún sigue creciendo. Sus amigos periodistas, los nuevos que le conocimos sólo de letras, y hasta los lectores que aún buscan una crónica perdida entre los archivos de Juventud Rebelde, no le dejan irse completamente.

Todavía debemos agradecerle sus lecciones magistrales de humanidad y profesionalismo; su ética, que se sostuvo en la palabra noble pero punzante; su don exquisito de la ironía, que nos hace reír aun en los momentos difíciles. Porque solo este hombre de ojos azules y mirada larga, supo ver la grandeza a ras de asfalto, para escribir cada sábado la terrible y encantadora vida.

Por suerte, perdura el deslumbrante catálogo existencial que él sembró para ayudarnos a andar en esta tierra, con esa curiosa pupila para husmear el polvillo de la muchedumbre y trazar la caricatura incisiva de nuestra cubanía.

* Este artículo parte de la tesis de Licenciatura de la autora: Con los ojos bien abiertos. Una aproximación periodística a la columna Crónica del Sábado de Manuel González Bello, en Juventud Rebelde, de 1999 a 2001. Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, 2011.