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Strike 3: ¿Quién tiene miedo? ¿Y a qué?

Béisbol o Fútbol

Béisbol o Fútbol

"...pero por la verdad, la muerte,

pero por la verdad".

Roque Dalton

¿Qué tiene que ver la gimnasia del fútbol con la magnesia del béisbol? ¿Por qué algunos se aferran en verlos como elementos antitéticos, y llenan de oportunista demagogia un discurso anquilosado que se resiste a ver pasar el tiempo? Esto es, un discurso que niega la dialéctica y, por ese camino, la vida...

Ya me molesta presenciar esos debates. "Me friegan", como dijo Vallejo de los cóndores. Pero he aquí que hoy, por única vez, tiro algunas brazadas en esas aguas fétidas que bañan la controversia fútbol-béisbol.

Es absurdo. Pierden el tiempo quienes tratan de poner dique al más universal de los deportes. Ven cocodrilos en la sopa los que piensan que un día el cubano renegará de la pelota, glóbulo blanco y con costuras que discurre irremediablemente por sus venas.

Alguna vez escuché la opinión de que los países futboleros no brillaban sobre el diamante, y viceversa. Era, lo creo, un criterio temeroso de un peligro inexistente. Algo así como un parche antes del hueco. "Profilaxis", pensaría aquel cerebro inoperante.

Pero Estados Unidos y Japón, que poseen las mejores ligas beisboleras del planeta, han visto cómo el fútbol crece y crece en sus barrigas, y no por ello regurgitan el bocado. Por el contrario, lo asimilan sin problemas. Lo digieren a gusto. Y no obstante, el béisbol sigue siendo su deporte nacional. El más querido. Como en Brasil el fútbol, el hockey en Paquistán, o el hurling en Irlanda.

(Es curioso: mientras más prende el fútbol entre los nipones, más potente es su béisbol. Baste apelar al argumento incontestable de los dos Clásicos Mundiales).

Lo que no puede suceder es que, un mal día, algún sesudo determine suspender las transmisiones de fútbol internacional, una de las iniciativas más loables que ha tenido nuestra televisión en muchos años. Ya nos pasó hace tiempo con los juegos de la NBA, y quién quita que ahora se repita el proceder.

Obviamente, la solución no estriba en botar el sofá por la ventana. Lo que hace falta es un equilibrio en la balanza del consumo, y que el público pueda ver al Barça y al Madrid, al Manchester y al Milan, y también a los Yankees de New York, los Dragones de Chunichi, los Tigres del Licey y los Cangrejeros de Santurce.

Solo así, y no con restricciones, podremos inocular el virus beisbolero en esos jóvenes que ahora proclaman su predilección por el fútbol. Antes era muy fácil contaminarse de pelota porque había Casanovas y Medinas, Kindelanes y Víctores, Isasis y Germanes, Alarcones y Vargas, pero el águila ha pasado por el mar, y el nivel (no el del mar, sino el de la pelota) ha descendido. Ahora toca buscar "inyecciones" que reactiven la sangre.

Porque hay coágulos. Y no es culpa del fútbol. No señor, lo malo para el béisbol no es el fútbol. Lo malo -lo terrible- son las academias disfuncionales, y los bateadores que no piensan en el home, y la carestía de los guantes en las tiendas, y la mala gastronomía en los estadios, y los box elevados, y la apatía de la prensa, y los demasiados errores arbitrales, y los brazos resentidos, y la inacción, y el retroceso táctico...

Entonces, por favor, dejemos ya la cansina y falaz controversia sobre estos dos deportes venerables. Guillén será por siempre nuestro poeta nacional, y no existe razón para que discrepemos del que prefiere a Paul Verlaine, o a Machado, o al propio Lezama.

Nada en el mundo, ni siquiera la voracidad de un tiburón llamado fútbol, es capaz de comernos las esencias.