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De todo un poco: Tim Robbins y 1984

Tim Robbins

Tim Robbins

EN su casa, ya no hay televisores. Esa es la decisión de Tim Robbins, el conocido actor de cine laureado con el Oscar, y tiene sobradas opiniones para tan drástica decisión.

La dio a conocer en Colombia, a donde llegó para participar en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá con la producción «1984», visión personal y creativa de la novela de George Orwell, esa que describe una sombría sociedad totalitaria, donde la vigilancia, el espionaje permanente de una población manipulada, se establece desde un arma muy especial, los televisores.
Y no es paranoica la respuesta que escogió Robbins, simplemente asumió lo descrito por Orwell y lo que sucede en la realidad: «He hecho un experimento los últimos tres años: me deshice de la televisión. Una de las cosas de las que habla George Orwell en el libro "1984" es esta cosa llamada "los dos minutos de odio"».

«La gente se pone enfrente de su televisión y le gritan a la persona a la que se oponen políticamente. Me di cuenta de que había hecho eso por dos horas cada día durante (el gobierno de George W.) Bush. Dije: "Tengo que dejar de odiar"».
Tim Robbins fue más allá, se deshizo de su teléfono celular -otro instrumento moderno para espiar y registrar cualquier movimiento y conversación de la gente, y hasta está dispuesto a desconectarse de todas las formas de comunicación masiva.

Según los periodistas colombianos que estaban presentes en su conferencia de prensa, la meta de Tim Robbins es vivir en una granja con un teléfono analógico de disco. Quizás olvidó que también a estos puede implantárseles un bug, un minúsculo aparato de escucha, práctica normal para el FBI y la CIA, por ejemplo.

Casi al unísono con la determinación del actor, se dio a conocer otra decisión que da cimiento a sus temores: el fiscal general Eric Holder oficial y públicamente ha declarado «nuevas guías que permiten a los investigadores federales contra el terrorismo colectar, investigar y almacenar data sobre los norteamericanos que ni siquiera son sospechosos de terrorismo o de cualquier otra cosa.

Según Jesselyn Radack, del Government Accountability Project's, la «información» recopilada es «sobre norteamericanos que ni siquiera están pensando en cometer un crimen», pero el Departamento de Justicia considera que «puede detener cualquier potencial amenaza terrorista», y ello justifica el hurgar alevosamente hasta en la vida privada de los individuos.

Por ahí anda la cosa desde hace muchísimos años, desde la época en que J. Edgar Hoover, tenía poderes omnímodos al frente del FBI y perseguía a diestra y siniestra haciendo trizas la Cuarta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, esa que protege contra cualquier investigación o detención no razonable y requiere de orden judicial que sancione una actividad de ese tipo y además esté apoyada por una causa probable que la justifique -en realidad todos los verbos debía ponerlos en pasado, dadas las circunstancias vigentes en Estados Unidos.

Si el hombre que construyó el FBI y sus peores mañas pudiera atisbar desde el infierno donde se encuentra -es lo que se merecía, ¿no?- miraría con envidia la parafernalia moderna y añoraría un buró en el nuevo centro que a lo calladito se construye la Agencia Nacional de Seguridad en un pueblito recóndito de Utah, desde donde cruzará y almacenará toda la data digital del mundo con sus computadoras, satélites y líneas telefónicas: el sumun del acecho y la intrusión.
No está errado Tim Robbins...

Escena de "1984", obra de teatro dirigida por Robbins, basada en la novela de George Orwell