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Two Virgins

Two Virgins. Foto: Javier Montenegro

Two Virgins. Foto: Javier Montenegro

Casi todo lo que sabemos del prójimo es de segunda mano.

Marguerite Yourcenar.

Lo único que no es natural en la fotografía, es precisamente la fotografía. La abuela y su nieta y el arroyuelo cristalino de la Sierra Maestra son las piezas de un ritual que ha sido interrumpido por el descaro irresponsable de un obturador.

No estamos en presencia, tal como se puede creer, de un encuentro fortuito, casual. La abuela y la niña no han venido, eventualmente, a humedecerse en la orilla de estas aguas. Algo que se observa en la paz del arroyo, que ya las conoce y que agradece sus presencias y que demuestra tal gratitud manteniéndose quieto y acariciando los cuerpos solo con leves ondulaciones, nada que pueda asustar ni a la criatura ni a la señora y nada que las haga revocar el pacto que han firmado.

Sí, porque evidentemente los tres protagonistas de la imagen han llegado a un acuerdo y han venido llevándolo a cabo durante un tiempo. El arroyo les ha demostrado que no hay nada en él que pueda dañarlas y que a cambio de un poco de compañía ambas pueden, todos los días, asearse en su regazo.

La abuela, amante de los estados naturales, y que ha acumulado la experiencia necesaria como para saber que cualquier cosa es más confiable que un ser humano, le ha preguntado a la niña si quiere venir por las tardes a bañarse en el arroyo y la niña, que no cree que su abuela se ha vuelto loca, pero que sin embargo sospecha que tiene un amor escondido, le ha dado el visto bueno, más que por convicción, porque no tiene nada que perder.

No nos engañemos, teóricamente la imagen pudo haber sido mejor. La abuela sonríe o hace como que sonríe cuando su cara debe ser la cara justa de la laboriosidad. La niña, a su vez, se mantiene seria, con el enfado comprensible del que ha visto violada su amplísima privacidad (todo lo amplio de una sierra y de un paraje casi virgen). La abuela cuida a la niña de algo y es, qué duda cabe, del peligro del obturador, cuerpo entrometido que pretende eternizarlas no como ellas normalmente son, sino como, por casualidad, fueron en un momento dado.

En eso, ambas tienen toda la razón. Una fotografía debiera ser cosa de tiempo, secuencial, y no fija, infinitesimal y hasta cierto punto necia y engañosa. Pero en la práctica, sobre todo porque nos deja espacio para reparar en los detalles que se escapan, la instantánea es de una sugerencia exquisita.

Tal así, lo máximo a que puede aspirar cualquier distribución estética, es acercarse al pensamiento. Y el obturador, pero sobre todo la nieta y la abuela, lo logran en la medida en que nuestras limitaciones nos lo permiten. Por más que quieran, por más que vivan alejadas de la civilización, no pueden evitar la pose. Parece algo instintivo en el ser humano. A su vez, por más que queramos acercarnos al pensamiento, a la inconsciencia y al libre fluir de las ideas, enseguida el pensamiento escapa porque entonces nos descubrimos a la caza, pensando en qué estábamos pensando y no en lo que en primera instancia pensábamos, lo cual, aunque parezca un trabalenguas, es algo bien fácil de aprender y la lección mínima que ninguna persona debiera olvidar.

No podemos, a la larga, perseguirnos a nosotros mismos. Si se entiende eso, la vida se vuelve un discurrir, un arroyuelo manso que se rinde a nuestros pies y con el que, si queremos, firmamos un pacto, y si no queremos, pues no. Demostrado entonces, por si no ha quedado claro, que la foto no es la foto pero que se acerca bastante y que su principal defecto es el defecto de toda imagen apacible: pura iconografía, colores, planos en formación.

La sicología es externa y nadie sabrá nunca lo que hay detrás, ni tras una primera, ni tras una segunda, ni tras una tercera lectura de sus componentes. Ambas están pensando en cómo van a salir y ese pensamiento, tan repetido y alarmantemente banal, fue el mismo que pensó la duquesa de Alba cuando Goya la pintó y el mismo que pensaron Lennon y Yoko cuando posaron desnudos en el sótano del apartamento de Ringo Starr y en la escandalosa portada del Two Virgins. Ese Long Play que, como tantas otras cosas, se conoce menos por su fondo que por su forma. Y más por su rostro que por su identidad.

(Tomado de Crónicas Obscenas)