Foto: Ismael Francisco.
Seré breve. En definitivas cuentas, los foristas han atestado servidores refiriéndose a la sanción a Víctor Mesa. Pero siento la obligación de decir algo al respecto.
Aclaro: estoy plenamente de acuerdo con que ningún manager o jugador del mundo -ni aquí, ni en Grandes Ligas, ni en Groenlandia- goza de facultades para agredir a un árbitro. Y que echar un puñado de tierra a la cara del umpire, es una flagrante falta de respeto.
Por ende, comprendo perfectamente que la Comisión Nacional tenía que tomar cartas en el caso, y aplaudiré que en adelante semejantes procederes sean sancionados, inclusive, con más severidad.
Pero el desplante de VM32 es tan solo la punta del iceberg de un fenómeno extendido por todo el panorama beisbolero nacional. Y es tiempo ya de cortar por lo sano. Quiero decir, viajar al centro del asunto.
Para mí, la razón principal por la que vemos protestas acaloradas en cada uno de los juegos, está en los persistentes desaciertos de los árbitros de casa. Son humanos, verdad, pero yerran demasiado.
Pregunto: ¿qué le pasa a un bateador que, de tanto que falla, apenas aporta al colectivo? Que lo mandan al banco. Por muy humano que sea, se va al banco. Entonces, ¿por qué no se mide a los árbitros con el mismo rasero? ¿O será que determinar un out es más difícil que pegar un jonrón?
Tengamos mano dura con la indisciplina, pero también con el error.