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La Protesta de Baraguá, "de lo más glorioso de nuestra Historia"

La Protesta de Baraguá

La Protesta de Baraguá

Por Yolanda Díaz Martínez

“Precisamente tengo ahora ante los ojos ‘La Protesta de Baraguá’, que es de lo más glorioso de nuestra Historia”

No dejaba de llevar razón el Maestro al referirse a aquel memorable hecho acaecido el 15 de marzo de 1878 en los Mangos de Baraguá, territorio perteneciente a la antigua provincia oriental.

La Protesta fue el resultado de la sucesión de una serie de acontecimientos que habían conducido a la firma del Pacto del Zanjón en febrero de ese propio año.

Las circunstancias que habían llevado al pacto tenían sus antecedentes en los propios inicios de la Guerra de los Diez Años, pues muy pronto resultó evidente la falta de unidad revolucionaria la cual impidió a la guerra perder su carácter regional y pasar a ser nacional.

A la altura de 1877 algunos de los males que aquejaban a la revolución habían comenzado a profundizarse con preocupante intensidad.

Las contradicciones impedían el desarrollo de un plan único y coherente para lograr el triunfo definitivo. La falta de unidad y las sucesivas divergencias entre la Cámara de Representantes y el Presidente, así como entre este y algunos jefes militares había llegado, en ciertos casos, al resquebrajamiento de la disciplina.

Muy pronto se pudieron apreciar diferentes actitudes dentro del campo insurrecto: de un lado, la intransigencia y el espíritu inclaudicable de algunos jefes, cuya fidelidad a los ideales patrióticos constituía valladar para quienes veían la posibilidad del proceso de paz con los españoles sin que mediara el indispensable requisito de la independencia.

De otra parte, la dirección de la revolución comenzó a tambalearse en sus posiciones y la duda comenzó a ganar espacio.

De manera paralela la administración española incrementó su ofensiva militar con el ejército destacado en la Isla, en tanto desde el punto de vista  político ofrecía perdón y olvido a quienes se entregaran o depusieran sus armas y odios contra España.

En esas circunstancias, el Comité de Centro, --en representación de la autodisuelta Cámara de Representantes-- de común acuerdo con el general Arsenio Martínez Campos, firmaba en San Agustín del Brazo el ya mencionado Pacto que ponía punto final a la Guerra Grande.

Sin embargo, el patriotismo se mantenía dentro de las filas insurrectas, razón por la cual el hecho causó gran disgusto dentro de buena parte de las fuerzas revolucionarias, que no aceptaron la claudicación y se mantuvieron con disposición de luchar hasta el final.

Antonio Maceo, quien por su valentía y estatura militar había ganado reconocido prestigio, en un estallido de honor y dignidad intentó serena y maduramente reorganizar el movimiento revolucionario sobre la base de un hecho político que sirviera de punto de partida para rescatar a la revolución de la crisis en la cual se encontraba. Esto fue la Protesta de  Baraguá.

El 15 de marzo se realizó la entrevista entre los generales Antonio Maceo y Arsenio Martínez Campos y allí, entre halagos de su homólogo español, el cubano concretó su posición en pocas, pero precisas palabras:

“No estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones porque aquí no se aceptan”.

La trascendencia de este acto, expresión acabada del espíritu revolucionario de los cubanos, demostró que los jefes, oficiales y soldados que sobre sus hombros habían llevado el peso y las penurias de aquella guerra, no estaban dispuestos a renunciar y mantenían su disposición de continuar luchando en aras de lograr la victoria definitiva.

(Tomado de la AIN)