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Osvaldo Martínez: Para criticar a los dueños del planeta, hay que conocerlos

Osvaldo Martínez en Casa de las Américas, hoy. Foto: La Jiribilla

Osvaldo Martínez en Casa de las Américas, hoy. Foto: La Jiribilla

Palabras de Osvaldo Martínez, Director del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, en la Sala Che Guevara, Casa de las Américas. La Habana, miércoles 14 de marzo de 2012.

En una de sus Reflexiones el Comandante Fidel Castro expresó: "la mayor contradicción en nuestra época es la capacidad de la especie para autodestruirse y su incapacidad para gobernarse".

El libro que hoy se presenta en La Habana y en varias ciudades del mundo, nace de nueve intensas horas en las que los intercambios del compañero Fidel con intelectuales e invitados a la 21 Feria Internacional del Libro Cuba 2012, se movieron desde las profundas meditaciones hasta la risa provocada por el fino humor, sin perder nunca la intransigencia frente al pesimismo.

La especie tiene la capacidad para autodestruirse, y para salvarse tiene que luchar para transformar el conocimiento aplicado a producir armas y envenenar el medio ambiente, en conocimiento para el bienestar y la convivencia pacífica en condiciones de justicia social. Solo así podrá la especie gobernarse a sí misma.

La amenaza de guerra nuclear es uno de los terribles ingredientes del desafío actual a la sobrevivencia de la especie. La guerra imperialista tiene resortes geoestratégicos y ambiciones hegemónicas bien visibles, pero también incluye sórdidos intereses de lucro empresarial que se alimentan del gasto militar y crecen en la medida que se calienta el escenario bélico.

Se gastaron en 2010 para producir armas 1,63 billones de dólares. De ellos el 43% fue gasto militar de EE.UU., sobrepasando en seis veces al país siguiente en la lista. El comercio de armas florece en medio de la crisis económica global que reduce el comercio normal, encarece los alimentos y empobrece a cientos de millones. Desde 2002 el crecimiento de la venta de armas ha sido de 60%, EE.UU. controla el 60% de ese mercado y son norteamericanas 44 de las 100 principales empresas que producen y comercian armas.

La producción y exportación de armas es un apetecible negocio. EE.UU., país que se rezaga en la competencia y acumula un cuantioso déficit comercial, compensa en parte esa desventaja exportando armas. Exportó 229,900 millones de dólares en armas en 2010, como corresponde a su condición de primer productor y exportador, mientras que solo tres de sus megaempresas bélicas (Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics) obtenían ganancias netas en 2009 por 7,590 millones de dólares.

Las megaempresas del armamento y de los medios son parte orgánica de un poder financiero global, verdadero poder planetario que sobrepasa el menguado poder de los políticos. El compañero Fidel nos decía en el Encuentro que para criticar a esos verdaderos dueños del planeta, hay que conocerlos.

Una rápida mirada para empezar a conocerlos nos revelaría que anclados en la riqueza se encuentran aquellos que poseen al menos 1 millón de dólares (0,001% de la población mundial) y que en conjunto acumulan 42,7 billones, 10 veces el PIB de la América Latina toda y en la cúspide de la élite hay 225 supermillonarios cuyo ingreso es equivalente al de 2,500 millones de seres humanos.

Para ellos el mundo tal como está, es dulce y grato. No les interesa luchar por un mundo mejor porque en él no tendrían cabida ni la explotación que los engorda ni el consumismo que los adorna.

Esta élite de la riqueza tiene en las empresas transnacionales los vehículos corporativos de enorme poder para extraer ganancias, sobornar conciencias y acorralar gobiernos.

Las 500 mayores empresas transnacionales obtuvieron ingresos equivalentes al 43% del PIB mundial en 2006 y sus ganancias netas fueron de 1,5 billones, más que suficientes para hacer desaparecer la deuda de los países dependientes, financiar todos los programas de Naciones Unidas sobre Desarrollo del Milenio, erradicar el hambre, la extrema pobreza y combatir a fondo los efectos del cambio climático para los países pobres que lo sufren sin provocarlo.

El masivo gasto militar de la mayor potencia bélica tiene un objetivo geoestratégico hegemónico y su lógica última es la guerra.

Después de 42 meses de estar hundido el país en la crisis económica, con 23 millones de desempleados totales o parciales, no pocos en EE.UU. creen en las virtudes de estímulo económico que una guerra puede traer. Recuerdan con nostalgia que la guerra hispano-cubano-americana, la primera guerra de la etapa imperialista, sirvió en 1898 para que EE.UU. escapara de la crisis económica de aquella década, insisten en que fue la Segunda Guerra Mundial la que finalmente ayudó a dejar atrás la Gran Depresión de los años 30 para abrir paso a los dorados años 50 y que la recesión insinuada a finales de los 40 fue superada con la ayuda de la guerra de Corea.

Esta nostalgia, que incrementa el peligro de una catastrófica guerra nuclear, ignora que aquellas guerras convencionales correspondientes a la época pre-nuclear podían actuar como estímulos anticrisis, pero la guerra nuclear actual ha perdido esa capacidad.

Las guerras con armas convencionales tenían dos virtudes como reanimadoras de la economía capitalista: mediante la producción masiva de armamento convencional para cumplir pedidos del estado en guerra, se generaba empleo en las cadenas fabriles de entonces, y también la guerra convencional aceleraba la destrucción de fuerzas productivas que la crisis económica había iniciado, y la llevaba al grado suficiente para impulsar la recuperación sobre la base de la reconstrucción de posguerra.

La destrucción era la suficiente para completar y acelerar el peculiar papel de la crisis económica, en tanto destructora de riqueza para iniciar después otra fase expansiva, y no era tanta como para amenazar la vida de la especie humana y del planeta. Era una lógica despiadada, pero funcionaba. Era posible entonces para el capitalismo no solo sobrevivir sino utilizar la guerra como tónico estimulante para la economía.

La guerra nuclear actual no sería estimulante frente al principal problema orgánico de la crisis que es el desempleo, pues ahora la tecnología sofisticada para fabricar armas utiliza muy poca fuerza de trabajo, pero su capacidad destructiva es tan infernal que lo destruido no serían plantas fabriles, capitales financieros o algunas ciudades, sino el planeta y la especie humana tras el cataclismo del invierno nuclear.

Para EE.UU., debilitado económicamente y con una cultura productiva declinante, el recurso de última instancia es la amenaza constante de guerra sustentada en el gasto militar. Pero, amenaza de guerra y gasto militar poseen una dinámica diabólica que tiende a realizarse en la guerra real, cuando convergen la mentalidad guerrerista, los conflictos por la hegemonía en petróleo, gas, agua, etc., disfrazados de razones humanitarias y la creencia fatal de que en la guerra nuclear puede haber vencedores.

La declinación de la economía de la mayor potencia militar plantea fuertes tensiones entre un poderío militar muy superior a cualquier otro, y por lo mismo, ambicioso de hegemonía, y una economía en retroceso, que ha exportado buena parte de su capacidad industrial, se ha sumido en el parasitismo financiero, se ha acomodado en el consumismo de lo producido por otros y ha perdido la cultura productiva que alguna vez fue relevante.

Algunos autores señalan que siguiendo esas tendencias, el país que al terminar la Segunda Guerra dominaba la economía mundial con su capacidad productiva, se encamina a terminar consumiendo los productos del exterior y a exportar solamente películas, espectáculos musicales, imágenes glamorosas de un consumismo insostenible y mortíferas armas.

El rezago competitivo norteamericano y las ambiciones hegemónicas generan tensiones que se manifiestan en las guerras en Iraq, Afganistán, Pakistán, en la amenaza de guerra nuclear contra Irán y también en los golpes e intentos de golpes de estado en América Latina (Honduras, Venezuela, Ecuador, Bolivia), y la creciente militarización en forma de despliegue de bases militares a escala global.

También ha sido puesta en escena una nueva doctrina de guerra que incluye, entre otras cosas, la peligrosa reconceptualización de las bombas nucleares "pequeñas" -pueden oscilar entre la mitad y hasta seis veces la capacidad de la bomba de Hiroshima- como armas que forman parte de un menú de opciones cuya utilización puede ser decidida por el comando en el teatro de operaciones.

Significa que un General en el teatro de operaciones dispone de una "caja de herramientas" para elegir, y entre las herramientas tiene disponibles minibombas nucleares que podría utilizar como lo haría con los blindados, la artillería, etc.
La relación entre crisis económica y tendencias políticas ha sido variable en el pasado siglo. Considerando solo las mayores crisis y su traducción en resultados políticos, estos han incluido un movimiento del péndulo hacia la izquierda en los años de la Primera Guerra Mundial y hacia la derecha en los años de la Gran Depresión.

La economía rusa de 1917 sufría los estragos de los años de guerra, pero también el impacto de la crisis económica europea. La crisis se asoció al triunfo de la Revolución de Octubre, aunque obviamente, ella sola no pudo generar ese triunfo histórico anticapitalista. Muchos otros factores interactuaron con ella, pero el resultado final fue que la extrema tensión a que la guerra, la autocracia zarista y la crisis misma habían llevado a la población rusa, fue interpretada y dirigida a la acción por una organización política que se proponía terminar con el capitalismo y construir el socialismo.

En los años 30 del pasado siglo la Gran Depresión fue la mayor crisis económica hasta entonces ocurrida, pero lo que predominó asociado a ella fue el fortalecimiento del fascismo. En Alemania la combinación de exageradas reparaciones pagadas a los vencedores en la guerra anterior, la galopante inflación, eliminada por políticas ejecutadas por el Estado fascista, la eliminación del desempleo por la ejecución de grandes obras públicas y el liderazgo de un fanático de derecha, dio como resultado el fascismo fortalecido y la Segunda Guerra Mundial.

En EE.UU., en Europa y en América Latina hubo en esos años movimientos de izquierda y hacia la izquierda, pero no alcanzaron victorias estratégicas. No existe una determinación mecánica por la cual el desempleo, la pobreza, la inseguridad que una crisis económica provoca, conduzca el péndulo hacia la izquierda.

La inseguridad e incluso desesperación que una crisis genera puede ser apropiada y conducida hacia objetivos políticos por la izquierda o por la derecha, en dependencia de la lectura correcta o incorrecta que hagan las fuerzas en pugna, de las acciones concretas y de la capacidad del liderazgo. Pero, esa lectura acertada no surge nunca de la contemplación resignada, sino de la lucha.

Hasta meses recientes, la reacción política frente a la crisis global parecía inclinarse más hacia la derecha que hacia la izquierda. En EE.UU. el Tea Party y en Europa movimientos fascistoides, eran más visibles que la reacción popular. Ahora, los Indignados y el movimiento Ocupa Wall Street han irrumpido con potencial capacidad para convertirse en fuerzas antisistema, si -como nos decía Frei Betto- se hacen de un proyecto que incluya no solo indignación, sino una propuesta movilizadora de raíces populares, de contacto con el pueblo.

El libro que hoy se presenta es un lúcido análisis y denuncia del capitalismo contemporáneo, pero es más que todo, una convocatoria a la lucha y un antídoto contra el desánimo.

Con Fidel hemos aprendido que para luchar por un mundo mejor, para dejar atrás al capitalismo, la especie humana tiene que sobrevivir y el planeta debe ser salvado.

Para que los humanos sobrevivan hay que parar la amenaza de guerra nuclear y para salvar el planeta debe cesar la depredación de mercado contra la naturaleza. Nuestro deber es luchar.

Galería de fotos de las presentaciones del libro "Nuestro deber es luchar"