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De Madre a Patria: Rubores de estrella

Impredecibles, los caminos del azar me han traído a la casa de Martín Montoya Torralbo, el lateral derecho que, según la opinión general, heredará los galones del gran Dani Alves en el Barça. Pero -siempre hay un pero- la mala fortuna se interpone en el encuentro...

"Es que dentro de algunos minutos debo irme a entrenar", dice Montoya en voz muy baja, casi a modo de excusa. Así que la conversación será muy breve, aunque a mí -estoy seguro- me bastará para sentir el infinito, eterno orgullo de haber departido en vivo y en directo con un futbolista azulgrana.

Con solo veinte abriles, Montoya vive a escasos peldaños de la gloria. Ha pasado por todas las categorías inferiores del club, desde aquellos comienzos en el Benjamín B hasta el debut inolvidable con el primer equipo.

"En septiembre de 2008 todavía militaba en el Juvenil cuando jugué con el Barcelona FC en una semifinal de la Copa Catalunya ante el UE Sant Andreu. Y un año más tarde fui titular en la final del Trofeo Joan Gamper, que perdimos 0-1 contra el Manchester City".

Por entonces ya se advertía fácilmente la progresión de un futbolista con pinta de estelar. Tanto, que en la temporada 2010/11 se convirtió en fijo indiscutible del Barcelona B en Segunda División -bajo las órdenes de Luis Enrique-, y en esa misma campaña se estrenó en Primera en el estadio Iberostar del RCD Mallorca.

Mientras hablamos a toda carrera, la abuela Carmen muestra una por una las fotografías del Martinillo, como le llama ella, y a Montoya no le alcanza su barba incipiente para disimular el sonrojo. "Para ya, abuela, para", le ruega, y uno nota enseguida que los humos no le han llegado arriba. No hay asomo en él de esa petulancia intestinal que atavía frecuentemente a las estrellas. Montoya es uno más. O mejor dicho, quiere serlo.

Montoya, celebrando el gol que le marcó a un club bielorruso durante su debut en Liga de Campeones

Montoya, celebrando el gol que le marcó a un club bielorruso durante su debut en Liga de Campeones

Sin embargo, mi trabajo es sacarle las palabras, desatar esos nudos marineros con que la timidez le ata la lengua, y le hablo de sus dos títulos europeos (sub-17 y sub-21), y del subcampeonato en el nivel sub-19. Mas el muchacho no se inmuta.

Prefiere, a todas luces, evocar veladamente el gol que le hizo al Bate Borisov bielorruso en su estreno en la Liga de Campeones, y declararse satisfecho con la renovación de contrato acordada recientemente con el Barça, que de momento se aseguró sus servicios hasta junio de 2014.

Montoya ha ido quemando etapas. Aún sin estar emplantillado en Primera, varios equipos como el Valencia y la Roma se han interesado en él, y el propio seleccionador de la Furia, Vicente del Bosque, lo convocó el año pasado para un amistoso versus Chile y un encuentro clasificatorio de la Eurocopa contra Liechtenstein.

El ADN barcelonista, ese que saben inocular en La Masia, está en su sangre. Lo delata, ante todo, su afán atacante. Se trata de un lateral de largo recorrido, presto siempre a desandar su banda sin fatiga. Un lateral como su ídolo, el brasileño Alves.

Los expertos afirman que siempre se proyecta con sobrado criterio, sin dejarse las espaldas descuidadas. Que su técnica y habilidad le permiten apoyar en el frente de combate, centrar, regatear y conducir con tino la pelota. Que goza de velocidad, resistencia y un fuerte disparo de media distancia. ("Soy derecho, pero de pierna izquierda chuto con más potencia", me confiesa).

Le pregunto qué le sucede últimamente al Barcelona, y él resume la causa de la sucesión de traspiés con una frase corta, pero incontestable: "Falta ritmo". Y a seguidas agrega que "supongo que haya un poco de cansancio".

Por desgracia, es hora ya de poner fin a la charla. Salimos a la calle, y antes de despedirnos indago por sus mejores relaciones en el club. "Los canteranos... Xavi, Cesc...". "¿Y Messi?". "Es un tío muy a su manera". "¿Y cuándo te juntas con ellos en el primer equipo?". "Debe ser en la temporada próxima". "Bueno, gracias por todo, Martín. Gracias y adiós". "Adeu", dice Montoya, y sonríe al mismo tiempo que me estrecha la diestra.

La verdad, me habría gustado no volver a lavarme la mano.

Por una de esas casualidades que no están escritas, la cámara fotográfica que debió dejar testimonio de este diálogo se descompuso justamente esa tarde. Vaya suerte la mía.