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Palabras con dolor para el profe Julio, el Decano

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Una carta para mi Decano: Julio García Luis

13 de enero de 2012
7:56pm

Por: Rodolfo Romero Reyes

Profe, desde ayer necesito escribir algo, necesito zafarme un nudo que me aprieta el pecho y no me deja ordenar mis ideas con calma. ¿Se acuerda que ayer nos vimos? Yo estaba conversando con una muchacha de segundo año y usted pasó por mi lado, me miró y no quiso interrumpir, iba de salida y me dijo adiós con la mano. Le dije: ¿Qué tal, profe? Y sonrió con la misma sonrisa de siempre.

Unas horas después, cuando supe la noticia, lo primero que pensé fue en mi primera entrevista. Estábamos en primer año y usted nos recibió en su oficina, descolgó los teléfonos para que no nos interrumpieran y empezó a hablar de periodismo en Cuba. Era cómo si nosotros fuéramos periodistas importantes y usted nos premiaba con sus reflexiones. Tanta dedicación de su parte para una simple tarea de clases. ¡Qué detalle, verdad!

Cuando recibí el mensaje me puse muy triste. Pensé en la profe Hilda que tanto lo quiere y lo estima, y en cada uno de los profesores de la Facultad que siempre lo tendrán como su eterno Decano. Después imaginé a cada estudiante de la facultad recibiendo la noticia... Profe, solo quiero que sepa que todos sus estudiantes lo queremos mucho.

Nadie olvida sus clases de ética, llenas de modestia y sabiduría. Ni el día que descubrimos una foto de nuestro grupo como fondo de pantalla en su computadora. Por cierto, ahora mismo me pregunto ¿quién va a tomar las fotos de nuestras actividades estudiantiles? Un día dijimos que el alumno integral de FCOM sería el que más apareciera en sus fotografías, porque, profe, usted estaba en todo.

¿Se acuerda cuando aquel "explote" que hubo en la Facultad? ¿El de la Asamblea de la FEU? Dos días después interrumpimos una reunión de todos los profes con la gente del Partido para leer un comunicado. Todo el mundo pensaba que era una proclama de protesta estudiantil. Se quedaron boquiabiertos cuando dijimos que todo aquel alboroto era para celebrarle su cumpleaños, el 8 de diciembre. Usted se puso roooojoo y sonrió... Profe, vamos a extrañar mucho su sonrisa.

Hoy fuimos todos al cementerio, a su última clase. Allí aprendimos que el cariño y el amor pueden más que los celos profesionales y humanos, que la censura de idiótacras o que los reproches de un poder que nunca entendió su compromiso y su valentía. Todos escuchamos el discurso oficialista de despedida -cómo deben ser en los duelos, supongo- pero nos quedamos con el sin sabor de escuchar a algún estudiante o a algún amigo que hablara del Julio sonriente, tranquilo, del padre de diez generaciones de periodistas, del profesor que conocía el nombre de todos sus estudiantes, del que daba "botella" cuando iba o se iba de la facultad. Probablemente usted sea el único Decano al que no había que solicitarle un despacho o una reunión; bastaba con llegar a la oficina y usted enseguida nos mandaba a pasar. Le confieso que pensé en hablar hoy en el cementerio, pero realmente esa tribuna me quedaba muy grande.

Ahora pienso que además del Premio Nacional, debieron otorgarle un premio por prestar su carro para las actividades de la FEU, por firmar nuestras cartas y permisos, por desfilar en un bixitaxi en los Juegos Caribe, por abrazar a la muchacha que lloraba en un rincón de la Facu por problemas familiares, por cuidar celosamente nuestras "Copas de cultura" y por defender a sus estudiantes en cualquier trinchera y ante cualquier funcionario.

Solo le tengo un reproche: se fue muy pronto y sin avisar. Si nos hubiera dicho, le hubiéramos preparado una gran despedida con piñatas infinitas de agradecimiento, adornadas con serpentinas de mucho amor.

Pero no importa, seguiremos al pie de la letra su consejo: modestia, modestia y modestia. Trataremos de caminar por esa fina y tensa cuerda que es el periodismo cubano. Obraremos consecuentes porque usted nos enseñó que la facultad era lo primero y había que salvarla. Sabemos no le gusta tanto "bombo y platillo", pero su última clase será por estos días el tema de periódicos, noticieros, redes sociales... porque sin dudas usted es uno de los más grandes periodistas de Cuba y una de las personas más especiales que cualquier ser humano pudiera conocer.

Prefiero pensar que no se ha ido. Su clase solo se ha interrumpido; usted, tan cordial y generoso como siempre, nos ha dado cinco minutos de receso. De un momento a otro empezará su próximo turno, y profe, le prometo que no faltaré nunca más por andar en actividades de la FEU.

Un abrazo, y que no sea el último...

Rodolfo

(Tomado de Letra Joven)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

¿Qué es esto?

Por: Liliam Marrero Santana

..., dijo el profe canoso de mejillas y nariz rosadas y abrió las manos como si fueran a salir de las palmas pañuelos de colores. Y los estudiantes, incrédulos, se quedaron un par de segundos atentos a aquella circunferencia insípida en el centro de la pizarra.

-Esto es... ¡un periodista!... Y en medio de risas desorientadas, aquel círculo empezó a dividirse en fragmentos y a crecer. Y junto al periodista, apareció la sociedad, y el pensamiento, y las agendas de país y las esperanzas...

Julio es un decano de esperanzas, ahora lo entiendo bien. Porque sólo la esperanza rescata sonrisas en los momentos graves, sólo la esperanza puede sobreponerse a la soberbia o a la nostalgia, y sólo la esperanza hace que un beso en la frente sea el saludo de un maestro para sus muchachos, y sea, al mismo tiempo, el mejor consejo o el más acertado regaño.

Julio nos besaba la frente, o nos posaba sus manotas en la cabeza cuando entraba en la mañana por el Departamento apretado de la Casa de G, y con su gesto dejaba un cariño imperceptible, casi un agradecimiento.

Julio nos tiraba fotos todo el tiempo y nadie tiene más imágenes guardadas de los años más nobles de la Facu. -Profe, tírenos la foto de la asistencia-, le decíamos cada 1ro de Mayo, y cada 1ro de Mayo, o reunión, o conferencia, quedó registrado en su camarita y en nuestros recuerdos.

Julio se asomaba a nuestras conversaciones y sonreía ampliamente con las travesuras estudiantiles. Y a veces, en medio de los encuentros rutinarios de los viernes, salvaba la letanía con una frase entrecortada, pero vívida hasta despertarnos en una carcajada colectiva.

Y Julio, que es él mismo la esperanza, ama profundamente la Facultad. Creo que todo cuanto hizo, dijo, resistió, calló, construyó y advirtió, fue en nombre de un compromiso con la formación de periodistas que nunca llegamos a calibrar del todo. Y ama a Cuba, y a su nieta pequeña, a su familia, y a sus compañeros de años, a sus estudiantes.

La muerte es un golpe durísimo en cualquier caso, pero la muerte de Julio tendrá que ser sólo un intento fallido... La esperanza no descansa, no se vence, la esperanza es la más efectiva prueba de resistencia, es, por tanto, la más clara prueba de vida.

Hay un libro de Raúl Ferrer titulado "El retorno del maestro"... quiero aferrarme a ese regreso... Un día de estos, estoy segura, volverá el Dequi, tendré tiempo para besar su frente y agradecer...

(Tomade de El Aguacero)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

El DEKY no se fue

Por: Dayán García La O

Julio no se fue, aunque la muerte demuestre lo contrario. Lo supe cuando llegué en la madrugada a cierta funeraria capitalina y encontré varias generaciones de estudiantes, incrédulos, con el recuerdo del DEKY a flor de piel y reacios a aceptar que la más fulminante prueba física de su deceso estaba a pocos metros, en eterna posición horizontal.

Quiso el destino que fallara su corazón este jueves 12 de enero, en el DEKYMÓVIL de siempre, ese que adornaba el pasillo lateral de la casa de G 506. Dicen que horas antes había estado en la sede nueva de la Facultad en los antiguos talleres de Bohemia, con el mismo andar pausado, la mirada profunda, la dulzura en la palabra y esa parsimonia propia de aquellos que han hecho muchas cosas en la vida, y nada los apura.

Julio García Luis, Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2011, será siempre el Decano de muchos, con ese humanismo desbordado, y esa visión perfecta para entender a la juventud. Porque esa fue quizás la mayor de sus conquistas: estar a tono con unos estudiantes inquietos, rebuscadores, curiosos por excelencia, con preguntas y cuestionamientos para los que a veces no encontraba respuestas.

Creo que Julio permanecerá en la memoria como el Decano del SÍ. Siempre acompañaba a los alumnos en la gran mayoría de sus proyectos. En todo momento tenía una respuesta acertada para defender los intereses de sus muchachos, admirable resolución para estos tiempos.

El DEKY era de todos, del aplicado, del que faltaba al aula, del que se quedaba dormido en sus clases de Ética y Deontología, del negro, del blanco, a todos saludaba de la misma manera, con una sonrisa o a veces una palmada en el hombro, porque sabía que enseñaba con su ejemplo, con su historia, y eso nunca dejará de hacerlo.

Estoy seguro de que el mejor homenaje a este maestro de periodistas es precisamente que sus pupilos le dediquen unas líneas, él no necesita más.

Julio no se fue, aunque la muerte demuestre lo contrario...

(Tomado de El click del campesino)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julito el periodista o mi llamada telefónica pendiente

Por: Paquito el de Cuba (Francisco Rodríguez Cruz)

Todos los años repaso mi libreta de teléfonos en los días finales del año y me regalo la satisfacción de sorprender con una llamada de felicitación a las personas con las cuales a veces no hablo o les veo durante meses. Entre esas amistades de roce esporádico, pero siempre presente, nunca faltaba Julito, pero este 31 de diciembre no pude comunicarme con él, y ahora ya no podré hacerlo más.

La noticia de la muerte repentina de Julio García Luis me conmina a dar testimonio de cuánto afecto y simpatía, sin estridencias ni alardes inmodestos, mereció este colega a quien conocí cuando yo era apenas un mozalbete soñador que comenzaba a estudiar periodismo, mientras ya él era nada más y nada menos que el presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

Julito mantenía en aquella época una relación muy estrecha con la Facultad de Periodismo, y todavía recuerdo cómo todos los estudiantes queríamos merecer aquella máquina de escribir rusa que la UPEC destinaba para premiar al ganador del concurso periodístico durante las jornadas científicas, artefacto que a finales de los 80 a nosotros nos parecía una maravilla tecnológica.

Después de graduarme tuve el privilegio de compartir con Julito como colega, cuando él llegó a Trabajadores como simple periodista, luego de que lo liberaran de la presidencia de la UPEC, a pesar -si no recuerdo mal- de obtener una de las mayores votaciones -o la mayor- para el Comité Nacional de esa organización, en las elecciones a lo largo de todo el país.

Pero Julio siempre fue capaz de cumplir su deber sencilla y modestamente. En Trabajadores hizo historia en el periodismo cubano, con su serie de crónicas y comentarios a propósito de aquel amplio proceso de consultas populares que precedió a la reforma económica de los 90 y que recibió el nombre de Parlamentos obreros.

Todavía hoy en la redacción de nuestro semanario solemos mencionar aquellos trabajos periodísticos de Julito, como ejemplo de sensibilidad, enfoque polémico y un estilo propio que dotaba de belleza literaria algo tan árido como una asamblea.

De sus años más recientes, como decano de la Facultad de Comunicación, seguramente podrán hablar con mucha mayor propiedad sus alumnos y los profesores que le acompañaron en ese extenso periodo. Para mí, su arribo a la vieja casona de G significó hacer las paces con aquella institución de la cual me distancié durante bastante tiempo, casi desde mi graduación o incluso antes, y a donde solo volví a entrar -literalmente fue así- cuando supe que él estaba a cargo.

Desde fuera, y sin tener todos los elementos de juicio, tengo la impresión de que Julito retomó la extraña cualidad de una inusual escuela de decanos de periodismo -como lo fue Magali García Moré en su tiempo- que sentían mucho más compromiso y empatía con sus estudiantes, que con las usuales exigencias burocráticas de los niveles superiores.

Con la puerta de su oficina casi siempre abierta, aparentemente en calma incluso ante la situación más tensa, combinó su conocimiento práctico del periodismo con el rigor científico de la academia, y la valentía del revolucionario incómodo que -en mi criterio- siempre supo ser.

De hecho, su tesis de doctorado resulta una referencia obligatoria para cualquiera de nosotros, los periodistas cubanos, cuando tratamos de explicar los problemas existentes en nuestra prensa, en su relación con el Estado y el Partido. El Premio Nacional de Periodismo José Martí que le confirió la UPEC el pasado 2011, justo en el momento de su jubilación, fue un acto de justicia que nuestro fiel y vapuleado gremio aplaudió casi seguramente por unanimidad.

Cada diciembre al teléfono, Julito y yo intercambiábamos un breve y reposado saludo y nos deseábamos los respectivos parabienes -con cariño, aunque hasta casi como una formalidad o rutina que uno piensa que podrá repetir una y otra vez-, sin que nunca me atreviera a decirle ninguna de estas razones tan íntimas y cálidas que me hicieron quererlo y admirarlo tanto. Y eso es lo que más me entristece, que este año no insistí lo suficiente y me quedé, para siempre, sin poder felicitarlo.

(Tomado de Paquito el de Cuba)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio

Por: Iraida Calzadilla Rodríguez

Ha muerto Julio. Creo que no hay otra palabra que describa más el preciso sentimiento que siento: estoy consternada. No puedo creer que un hombre tan vital nos deje para siempre, que su presencia en la Facultad de Comunicación, en el Departamento de Periodismo, no inunde con su bondad los espacios de los pasillos y las aulas.

Julio García Luis es el paradigma de ser humano, profesional, teórico y maestro que todos deseamos alcanzar. Una buena y larga amistad me hacía decirle con desenfado que cuando yo fuera grande, quería ser como él. Nunca tomó en serio su gran sabiduría, su monumental cultura, su incalculable sapiencia. Era de esos seres que deslumbran no porque dijera lo que sabía, sino porque lo hacía sentir con modestia, como en un segundo plano, siempre dejando el primer puesto a otros, quizás más locuaces, mientras él, desde el reposo de su voz, de su dominio de lo humano y lo divino, abría los caminos de la comprensión y el conocimiento a todos.

Pensaba dedicarse a escribir mucho ahora en la jubilación aparente. Pero no iba con él el retiro del periodismo y de la docencia. Seguía igual de repartidor de síes a todos: lo mismo era tutor de una tesis de grado, de maestría, de doctorado, que daba una entrevista con la mayor seriedad a un alumno de primer año y sus balbuceos de incipiente reportero. Es que no supo decir nunca No a un pedido. Quizás por esa capacidad de ser flexible, comprensivo ante cualquier situación, buscador de soluciones rápidas cuando el mundo parecía caer, es que lo admirábamos tanto.

Estoy muy distante de La Habana, mi espacio natural, mi aire imprescindible. Pero me han llegado muchos correos de amigos y estudiantes. Todos con la misma tristeza ante este golpe de la vida, tan fuerte, como una vez escribió Vallejo. Y yo me quedo pensando, como Cortés, cuando un amigo se va...

(Tomado de Isla al Sur)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Telegrama tardío para el Dequi (más conocido por Julio García Luis)

Por: Sayli Sosa Barceló

Se me fue, Dequi, y no le dije que su clase de Deontología no era de las más queridas, pero a la postre resultó imprescindible. Asegurar que las esperábamos ansiosos sería mentir, porque, en honor a la verdad, esa materia era un poco cansona, aparentemente sin utilidad. Claro, solo aparentemente...

Usted, como pocos, sabía poner a la Ética en su lugar, sacarla del lodazal donde a veces se pierde, y devolverla, no sé cómo, pero inmaculada. Y nosotros, en ocasiones, malgastando su tiempo, conversando bajito de cualquier cosa, escribiendo pequeños mensajes en trocitos de papel, entre aquellas cuatro paredes que parecían hervidero, de tantas ganas de hacer y de tanto calor.

Me faltó decirle que fue, tal vez, el único profesor que no pretendió enseñarnos contando la historia de su vida. ¡Era el decano!, y parecía no importarle que el libro de texto llevara su nombre allí, justo debajo del título, en el espacio reservado para los mejores. Hablaba de otros como quien no acaba de aprender, como si fuera un novato, seducido por el talento ajeno.

No pude compartirle mi impresión aquel día en que nos dio botella en su diminuto Fiat rojo, de camino a la beca, tan pequeñito y que, sin embargo, podía cargar a toda la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Ese día, que ahora no recuerdo si fue jueves o lunes, porque da igual, porque no fue una sola vez, ese día, profe, usted creció, creció mucho, aunque nunca pasara de 1,60 metro de altura.

¿Sabía que uno de los mejores momentos de la Facu lo protagonizaba usted?, cuando, con su cara de gravedad y sonrisa socarrona, mientras esperábamos un discurso enardecido que abriera las puertas de los Interaños, saboreaba aquellas cuatro únicas, escasas, suficientes palabras: "Quedan inaugurados los juegos". Y se le veía entusiasmado en las gradas, claro que no tanto como para gritar o algo así, pero con una alegría sincera.

Ahora me acuerdo que nunca le pregunté por qué entre cientos de aprendices memorizó mi nombre, yo que nunca fui de las mejores en nada, ni de las peores en todo. ¿Cómo está Ciego de Ávila?, indagaba con un rostro amable y yo entonces no tenía qué decir. Ahora sí podría contarle, dequi, ¿cómo se le ocurrió morirse?, justo con Galeano en La Habana, después de tantos años, y con América tratando de cerrar sus venas, y Cuba ajustando sus coordenadas, y nosotros empeñados en acercarnos a la gente que nos lee...

¡Coño!, es que todavía no era tiempo, nos hace falta aún, porque el periodismo cubano no se parece a lo que usted defendió con tanta vehemencia y hay que romperlo, recomponerlo, cambiarlo, y no se me ocurre hacerlo sin que esté mirándonos, con los espejuelos en la punta de su redonda nariz, invitándonos a ir por más, a correr los límites, a andar.

Han dicho que fue un infarto y solo atino a mirar fijamente al conductor de la televisión, mientras el agua corre en el fregadero a perderse por los vericuetos de su ciclo, y entonces recuerdo su cara roja algunas tardes de pesar, pero no alcanzo a escuchar una frase colérica, hiriente. Será porque no las pronunció nunca delante de sus muchachos. Pienso que debió desahogarse alguna vez, Dequi, aunque fuera allá atrás, en el almacén de Jorge y Juan Carlos, para que no le subiera la presión y así los libros se impregnarían de las agallas y el coraje que, todos lo sabíamos, usted tenía.

Pero ya la Facu no está en la casona vieja del Vedado, porque también a ella se le ha detenido el corazón. Y será mejor así, que la lleven a otro sitio, con los nuevos que vendrán, porque, aunque lo quisiera, ya nunca sería la misma. A partir de ahora, faltará usted. Nos vemos.

(Tomado de Invasor)

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis. Foto: Luis Antonio Gómez

Julio García Luis, el Decano

Por: Esther Lilian González de la Fuente

Cuando conocí al Decano mi nombre figuraba en el registro de segundo año de Periodismo de la Facultad de Comunicación. Para mí ese hombre bajito, de piernas cortas, pero ágiles y de manos siempre a los espejuelos para acomodarlos resultaba otro personaje singular de la Casona de G y 21, que entonces aprendía a recorrer y hacerla parte de mi vida. Algunos comentaban: muy inteligente, tremendo periodista, un tipo brillante, ese es el maestro...

De él, lo primero, su sencillez. ¿Juan Carlos hay café?, y acto seguido mano a la cartera y el peso por la taza de aquel brebaje raro que se disputaban por igual estudiantes y profesores y como dije hasta el mismísimo decano. Aquello me parecía un vicio profesional, pero era el momento en que más cercanos estábamos todos, momento de consultas, de chismes políticos, de debate, de pelota, y de fijarse también si el carro del decano estaba parqueado.

Pero... de ese carro rojo del decano hay cada cuentos... En él se trasladaba cuanta cosa hiciera falta en la facultad: cuadernos, libros, cartones para el Festival de cultura, los títulos de graduados y hasta Yanet, una estudiante de mi año que un día la pillamos bajándose del carro del decano, la información de último minuto: el profe le había dado botella a Yanet cuando esta venía de la beca para la Facultad; Caballero no den chucho que ustedes saben que él es un viejito lindo, o mejor, como decía mi amigo Liomán un hombre por encima del bien y del mal.

Y realmente aunque intentó enseñarnos donde estaban esos extremos en las clases de Ética y Deontología del Periodismo nosotros nos metíamos en cada enredos... Pero siempre estuvo ahí... a veces callado, dejándola pasar, calmando las aguas o decidiendo ponerse del lado de la gente buena, sincera, arriesgada y trabajadora.

Y cuando tú lees su tesis de doctorado ahí sí que se te rompen los paradigmas, te caes para atrás y se te va solo: cuando yo sea grande quiero ser como él.

Ahora cuando evoco su presencia con nostalgia, recuerdo que tengo un legado suyo, que mi mamá está loca por poner en la sala de la casa, pero que yo guardo como resguardo en mi escaparate, para mirarlo cuando me entra la tristeza por la casona de G y los años allí vividos, el título universitario, que al final encima de una raya se medio que lee el símbolo que significa Julio García Luis, debajo de esta un rotulado que dice simplemente: Decano.

(Tomado de Radio Rebelde)