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Obama y Netanyahu chantajean a la UNESCO

Barack Obama (I), Benjamin Netanyahu (D)

Barack Obama (I), Benjamin Netanyahu (D)

El pasado 2 de Noviembre, Israel congeló su contribución de 2 millones de dólares a la UNESCO. Días antes Washington había anunciado exactamente lo mismo, reteniendo el desembolso adeudado por valor de 60 millones de dólares en represalia por el resultado de la votación de la Conferencia General aceptando la incorporación de Palestina a la organización como Estado número 195. En esa reunión, celebrada en la sede de la UNESCO en París, 107 países, entre ellos una mayoría de latinoamericanos votaron a favor de los palestinos; hubo 14 votos en contra, entre ellos Estados Unidos, Israel y la reciente adquisición de un Estado cliente de la Casa Blanca, Panamá; otras 52 delegaciones se abstuvieron, entre ellos el México del presidente conservador Felipe Calderón. Los palestinos necesitaban los votos de dos tercios de los países presentes y votantes para que la iniciativa impulsada por un grupo de gobiernos árabes fuese aceptada, cosa que finalmente se logró. Los recortes financieros decididos por Estados Unidos e Israel implicarán una sensible reducción en el ya insuficiente presupuesto total de aquella institución dado que sólo el aporte de Washington equivale a un 22% sus ingresos totales.

El sórdido maridaje de esos dos países (que, por otra parte, fueron los únicos que en la reciente Asamblea General de la ONU votaron a favor de mantener el bloqueo a Cuba) es una nueva prueba de la vocación extorsionadora y chantajista que anima a sus gobernantes. Ya en 1984 Estados Unidos se había retirado de la UNESCO y al año siguiente lo harían el Reino Unido y Singapur. La razón: el desacuerdo con la creciente ascendencia que por esos años había adquirido el “tercermundismo” y sus insolentes reclamos a favor de un nuevo orden informativo internacional ante lo que, con notable clarividencia, los países del Sur global representados en la UNESCO advertían como la peligrosa concentración de los medios de comunicación en manos de grandes oligopolios privados. En el contestatario clima ideológico de los alos sesenta y setenta –hijo de la descolonización de África y Asia, la Revolución Cubana, el auge de los movimientos de liberación nacional y el Mayo francés- también había crecido con fuerza la idea de establecer un nuevo orden económico internacional, ambicioso proyecto encaminado a modificar radicalmente las irritantes asimetrías de la economía mundial y que incluía, entre otras cosas, la sanción de un Código de Conducta al cual deberían someterse las operaciones de las por entonces nacientes empresas transnacionales. Huelga aclarar que todas estas iniciativas fueron barridas de la escena al calor de la contrarrevolución neoconservadora y neoliberal de los años ochentas, con Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II a la cabeza. Hoy, en lugar de un Código de Conducta que nos proteja del despotismo del gran capital lo que tenemos es el CIADI, un pseudo sistema judicial creado por el Banco Mundial para proteger a las transnacionales y sentar en el banquillo de los acusados a los Estados. Tanto como eso cambió el mundo en estos años.

Estados Unidos regresó a la UNESCO casi 20 años más tarde, en 2003. Poco después haría lo propio el lacayo favorito del imperio, el Reino Unido. En preparación a este triunfal retorno la diplomacia estadounidense logró imponer en 1999 como Director General de la UNESCO a un burócrata japonés, funcionario del Banco Mundial por largos años: Koichiro Matsuura. Fiel a su trayectoria ideológica, Matsuura introdujo significativas reformas en la organización, cambió sus prioridades, realizó los ajustes financieros y organizativos del caso para que, en su retorno, Washington se encontrara con un ambiente mucho más amigable y predispuesto a acompañar la agenda dictada desde el otro lado del Atlántico. Por eso la votación de días pasados fue una desagradable sorpresa para el imperialismo, y la reacción inmediata de la Casa Blanca fue cortar la asistencia financiera amparándose en dos leyes de los años noventa que, en principio, le prohíben a Washington financiar instituciones internacionales que acepten a quien no posea los "atributos de Estado reconocidos internacionalmente.” Tal es, según la Casa Blanca, el caso de la Autoridad Palestina, lo cual permite ratificar la impresión de que cuando el Consejo de Seguridad examine su candidatura el próximo 11 de noviembre Estados Unidos utilizará su poder de veto en ese antidemocrático órgano para vetar el ingreso de Palestina a la ONU como Estado soberano.

En todo caso, el episodio que estamos comentando revela por enésima vez que Estados Unidos e Israel apelan al chantaje como una práctica regular y rutinaria para promover sus intereses. Para Obama y Netanyahu, como para sus predecesores, la diplomacia es un interminable ejercicio de extorsión que se practica sea congelando sus aportes a los organismos internacionales que no se inclinan ante sus mandatos como cerrando el mercado estadounidense a las exportaciones de países díscolos o, simplemente, persiguiendo a empresas (propias o de terceros países) que operan con países sindicados como enemigos o adversarios, como ocurre principalmente con las que operan en Cuba, por ejemplo. Lo anterior no sólo ratifica el carácter predatorio del imperio y su polifuncional gendarme y sirviente en Medio Oriente, sino también su absoluto desprecio por los valores que ambos gobiernos predican hasta el cansancio. Su hipocresía es tan grande como su cinismo: dicen defender la libertad pero la conculcan con el chantaje del dinero o el estrago de sus armas. Se declaran amantes del pluralismo y proclaman su respeto a todas las voces de la diversidad, pero amordazan las lenguas y las culturas de los pueblos y se ensañan con los palestinos. Procuran convencernos de la pureza de sus convicciones democráticas pero hacen que dos votos en la Asamblea General de la ONU valgan más que 186; y en la UNESCO cuando sus preferencias son derrotadas por la mayoría actúan como los tahúres del Lejano Oeste, patean el tablero y comienzan a disparar. Signos, todos ellos, de un imperio en inexorable descomposición que en su decadencia arrastra también a sus sicarios y compinches, cómplices de sus fechorías. La UNESCO sobrevivió en el pasado a veinte años de chantaje anglo-estadounidense. Es más, fue precisamente en esos años cuando bajo el liderazgo de Federico Mayor Zaragoza esa organización se convirtió en un baluarte en defensa de la diversidad cultural y lingüística. El proyecto del imperialismo era convertir a esa agencia en un gigantesco ministerio de colonias cuya misión fuera homogeneizar al mundo imponiendo el inglés y ciertos valores de Occidente -convenientemente interpretados por los escribas del imperio, por supuesto- como el único patrón de la civilización. La dictadura del pensamiento único en economía requería su contraparte en el terreno cultural, y la UNESCO tenía que hacer en ese frente lo que el Banco Mundial y el FMI hacían en el de la economía. No obstante sus presiones y chantajes, los Estados Unidos y sus cómplices fueron derrotados. Hace unos días volvieron a morder el polvo de la derrota, por eso amenazan y atacan. Pero será en vano: la UNESCO sabrá capear este temporal y resurgir victoriosa como universal caja de resonancia de las identidades y culturas de todos los pueblos del mundo. Guste o no al imperialismo.