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Voleibol femenino: elogio de la plata

Rosana Giel de cuba atacando en partido semifinal de voli en el cual Cuba derroto a USA, 3 set por 1, Panamericanos, Guadalajara. Voleibol Cuba-USA, Panamericanos de Guadalajara.  Foto: Ismael Francisco

Roxana Giel de cuba atacando en partido semifinal de voli en el cual Cuba derroto a USA, 3 set por 1, Panamericanos, Guadalajara. Voleibol Cuba-USA, Panamericanos de Guadalajara. Foto: Ismael Francisco

A mí me gustan los oros. Nada más. Pero si el equipo de voleibol femenino perdiera hoy contra Brasil, en la final de los Juegos Panamericanos, nada o muy poca cosa se le podría reprochar. La versión que hemos visto del conjunto, no debe ser, ni de lejos, la que acumuló sonados reveses a lo largo del año contra rivales muy inferiores, casi desconocidas.

Una derrota, entonces, no debiera alarmarnos. De hecho, no lo hará. Las cubanas, intrusamente, han ido contra la lógica, pues casi nadie le auguraba un puesto en la defensa del título. Están ahí, y pase lo que pase, suceda lo que suceda, ya cumplieron. Al menos conmigo. Uno porque me he deleitado como espectador. Dos porque han hecho que piense en Londres con bastante fuerza y con algo de candidez. Tres porque, si todo eso fuera poco, me han hecho recordar. Sidney 00´ y Río de Janeiro 07´.

Eso es lo bueno y también es lo imperecedero del deporte. Su capacidad de fijar referentes, o, en sentido contrario, de inventar tradiciones. El podio, o los lugares, a la larga no son más que fachadas. Si no que hable Lázaro Borges, o Hanser García, o en caso de que ambos sean tímidos, que hable el beisbol... ¡el del Clásico del 2006!, por supuesto.

Algo han demostrado, sin embargo, nuestros más recientes y sorpresivos medallistas de plata. Que el oro -Fito Páez- es solo una cuestión de actitud.

Borges ha traído de vuelta la garra, el empuje y la identidad. La garra y el empuje verdadero, no la garra y el empuje que se promulga a diario y que le endilgan sin más a cualquier conjunto o a cualquier golfista de dudosa procesión. Hanser, por su parte, ha traído la alegría, el talento, la desmesura. Borges nos ha recordado, garrocha más garrocha menos, a Javier Sotomayor. Y Hanser, a Rodolfo Falcón.

A través de sus segundos lugares, del inmenso placer que han reportado en la gente, uno puede ver cuánto le falta al resto del deporte cubano, cuánta mística le falta incluso a muchas de nuestras medallas de oro.

Borges y Hanser, abiertamente genuinos, se parecen a lo que una vez fuimos o a lo que todavía -quiero pensar- pretendemos ser. Y ese es, se me antoja, el club al que ahora mismo, por carácter, por carisma y por futuro, pertenece el voleibol femenino cubano. No habrá un oro de consagrados que nos regodee tanto como el 5.90 de Borges en Daegu, o como los últimos y febriles 25 metros de Hanser García en la piscina de Guadalajara, o como, ya de paso, un presunto duelo final en el que Cuba le vuelva a plantar cara a Brasil.

No creo, si me distancio un poco, que podamos vencer a las sudamericanas. Pero este es un criterio conservador. Sensato, pero gris. Porque en Sidney, tras dos sets perdidos contra Rusia, solo el deseo de sobrevivir nos mantenía en vilo. Y en Río de Janeiro, hace cuatro años, sucedió más de lo mismo. Un partido estremecedor, óleo sobre mondoflex para la posteridad.

Acusamos inexperiencia, es cierto, pero exhibimos un sexteto virtuoso. Sin fisuras ni jugadoras coyunturales. Todo lo que nos falta es carretera. Y todo lo que nos sobra es calidad.

Yoana Palacio es un portento. La muchacha salta, se cuelga de las vigas y baja misiles por las líneas, y por la diagonal. Roxana Giel, sin mucho revuelo, es pura eficiencia. Estilizada, además. Yanelis Santos: lo de siempre. Con fallas en el pase, pero gran atacadora y con un notable servicio. Yudisey Silié la complementa. Cede en el ataque, pero arregla balones inconcebibles, y para colmo de bienes, bloquea. A Kenia Carcacés ya la hemos visto. Innumerables veces. Nunca recibió bien y ya no lo hará. Por lo otro, lo único que le falta, en ocasiones, es algo de confianza, pero nada que a estas alturas parezca trascendente. A su vez, Giselle de la Caridad Silva ataca, bloquea y saca. Lo hace todo. Y todo lo hace bien. Y, por si no bastara, exhibe para las gradas un cuerpo escultural.

Yo digo que ese equipo, con algo más de cohesión, y de tiempo, puede llegar a ser el mejor del mundo. De cualquier manera, el partido de hoy contra Brasil, sea cual fuere el resultado, podría demostrar cuánto de descabellado -o no- tiene semejante idea.

No debemos ganar, ya lo dijimos, no son favoritas ni son, por el momento, mejor equipo que las brasileñas. Pero eso es lo bueno y lo imperecedero del deporte. Pura historia para empezar de cero. Pura estadística puesta en riesgo. Puro pronóstico en tela de juicio.

Si se compite como hasta hoy -léase con desmesura, sin temores- la plata me dejaría satisfecho. Pero yo, la experiencia lo dicta, voy a mirar el partido con recelo, como quien no quiere las cosas, porque al final el deporte es como es, y a mí me gustan los oros. Demasiado. Sobre todo los que nadie se atreve a predecir.