Alfonso Urquiola demostró -o mejor, nos recordó- que se puede ganar y jugar bien a la pelota, una vez que la preselección cubana derrotó cinco carreras contra una a su similar de Puerto Rico en el primer encuentro del dual meet beisbolero que ambas novenas sostienen en el estadio Latinoamericano.
Las palmas, insisto, fueron para el ex camarero pinareño. Y eso que el bando nacional tuvo varios fogonazos impactantes, como el cuadrangular (casi) infinito de Alfredo Despaigne, o el corring desde segunda -con deslizamiento incluido- de José Dariel Abreu, o los disparos ultrasónicos de Arruebarruena a la inicial, o la inusual viveza de Rusney Castillo en bases.
Pero nada me satisfizo más que el rol del manager. No digo yo que hiciera algo extraordinario: digo, sencillamente, que respetó las normas que rigen en el béisbol, y que, tal como suele suceder, le salió bien.
Ojo: la novena visitante no es un trozo de queso en el platillo de la mermelada. Se trata de un equipo repleto de hombres cujeados, que a cien leguas dejan ver el oficio adquirido a lo largo de muchas y muchísimas horas en el terreno de pelota. Pero ocurre que Urquiola acertó -como mismo lo hizo en el campeonato doméstico, acertó-, y por ese camino le puso mordaza a los bríos del grupo borinqueño...
Sobre todas las cosas, me gustaron dos detalles. Uno es un viejo reclamo de este redactor, que entronca con la decisión de colocar a Frederich Cepeda como designado. El ambidextro espirituano dista mucho -por desplazamiento y brazo- de ser un outfielder ideal, y sin embargo nadie se había atrevido a limitarlo a los quehaceres ofensivos.
Pero Alfonso, que le conoce los secretos a "la bola" -así la llama mi colega y amigo Elio Menéndez-, no se anduvo con chiquitas a la hora de tomar esa determinación. Y a mí se me antoja que fue sabio, y también se me antoja preguntarme si fue necesario esperar tanto para que a un director se le ocurriera que Cepeda hace falta, pero única y exclusivamente con el bate.
No obstante, lo que más me impresionó de Urquiola fue el manejo que hizo del pitcheo (dicen los viejos que ese factor es el que diferencia a los managers buenos de los mediocres y los malos).
Dicho en pocas palabras: dispuso la mesa como es. Comenzó por el aperitivo, y acabó por el postre. No obvió ningún paso, y eso es de admirar entre nosotros, habituados a ver disparates y sinsentidos mil en ese complicado ajedrez que representa la baraja de los serpentineros.
Primero, instaló en el montículo a un abridor innato, Freddy Asiel. Varios capítulos después, lo reemplazó por Odelín, un tirador más lento cuya función es "caminar" a fuerza de la mezcla inteligente de los lanzamientos. Luego puso a un zurdo controlado -Norberto González- como preparador, y el noveno se lo confió a Pedroso, un derecho de rectas y rompimientos rápidos.
Algo así yo extrañaba hace rato en los equipos Cuba. Gane o pierda, salga Urquiola por la puerta más ancha o por la estrecha en la Copa del Mundo y los Panamericanos, me solidarizo con su filosofía armónica y moderna de entender el pasatiempo.
Mientras siga la línea que ahora sigue, me declaro su mejor partidario.