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Un hombre, un dardo, una medalla

Guillermo Martínez

Guillermo Martínez

Para ganar medallas importantes, Guillermo Martínez no precisa la casta de las megaestrellas. El hombre no es ningún fenómeno, como Zelezny, ni posee la estirpe de los jabalinistas nórdicos. Pero tiene coraje -nunca más adecuada la palabra- para contender. Quiero decir, que no se arruga.

En Daegu, Guillermo volvió a llegar al podio. Le puso lo que tenía al primer disparo, y el esforzado envío (84,30 metros) lo premió con un bronce memorable. El tercero de la delegación, que además suma una plata.

Como este moreno nos hacen falta gente en el deporte. Hombres armados de talento y de riñones. Tipos duros, de esos a los que nadie subestima en la pulseada.

Gracias a él, Cuba ascendió un peldaño en la clasificación por puntos, y ahora ancla novena con 38 rayas. Y lo mejor: todavía se puede subir un poco más, pues la última fecha verá en acción a Yipsi y los triplistas.

Eso sería magnífico. Digamos, un consuelo inefable. Porque si vamos a dejar Sudcorea sin obtener un título, al menos hace falta un lugar decoroso en la tabla por países.

¿Puede alcanzarse un oro? Ya lo escribí hace poco: no descreo de Yipsi, que es inmensa, pero la alemana Betty Heidler parece un Leviatán a día de hoy. Y tampoco reniego de mis saltadores, mas tendrán que lidiar contra Évora, Idowu, el formidable veterano Olsson, y la tradicional inestabilidad que, con indeseable frecuencia, los abate.

Ojalá que este párrafo quede en entredicho cuando el terreno dicte su sentencia.

LA VENGANZA SE SIRVE CON LAS PIERNAS

La penúltima jornada me dejó la mejor sensación de este Mundial sin cafeína. Un Mundial de marcas modestas, reyes muertos y oscuro calendario. Casi para el olvido, si no fuera por ciertos relámpagos que apagan el habla.

Me he emocionado poco. Aunque sí, Borges me puso al borde del infarto. Y Verónica Campbell, tan intensa en los metros decisivos. Y Carmelita Jeter, que merecía un título hace rato. Y esa australiana estratosférica llamada Sally Pearson, devastadora en el hectómetro con vallas.

Pero nada, lo admito, nada agitó mi corazón como un negro espigado de Jamaica. Usted sabe: Usain Bolt, el más grande de todos los que han sido.

Tanto sufrí su draconiana descalificación en los cien metros, que sentí como mío el desquite que tuvo en doscientos. Arrancó tarde, para no darle espacio a la IAAF y sus inventos, y así y todo desbarató el estambre imaginario con un tiempo de vértigo.

19.40 segundos le sobraron. A contrapelo de la lentitud para dejar los tacos de salida. A despecho de las acusaciones a la pista. Sin necesidad de que lo presionaran demasiado en el decurso. Inverosímil.

Vamos a ver si en Londres alguien puede correr la prueba reina en una marca próxima a los 9.70. Bolt va a hacerlo.