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Pinar tiene corriente

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Donald Duarte es una de las bujías pinareñas. Foto: Ricardo López Hevia

Por: Aliet Arzola Lima, estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana

En sus tiempos de jugador le llamaban "el relámpago de Bahía Honda"; tenía manos casi mágicas y fabulosa velocidad como guardián del segundo cojín de las novenas pinareñas. Adquirió dotes de maestro en la factura de doble plays y otras cuestiones defensivas, aunque también se recuerda por su vital aporte con el madero en las alineaciones vueltabajeras de los años 80.

Este es Alfonso Urquiola, hombre de pelota y uno de los máximos exponentes del orgullo veguero en nuestros clásicos, quien guarda un pasado lleno de gloria en los diamantes: 12 años en la selección cubana con cinco títulos mundiales, tres en citas continentales, igual cantidad en Juegos Centroamericanos y del Caribe y cuatro Copas Intercontinentales.

Tras colgar los spikes, su liderazgo y experiencia le permitieron convertirse en un caballero de los banquillos como sabio y exitoso estratega. Durante un lustro fue jefe de Desarrollo del Talento en la nación, dirigió cuatro años en Japón, dos en Italia y en 1997 debutó como manager en series nacionales al frente de Pinar del Río.

Sin preámbulos comenzó su particular relación con las mieles del triunfo y revalidó la corona obtenida por los vueltabajeros con Jorge Fuentes. De 1998 al 2000 guió a la escuadra nacional por senderos dorados en el Mundial de Italia, los Centroamericanos de Maracaibo y los Panamericanos de Winnipeg, con la irrupción de los profesionales, así como en el memorable tope con los Orioles de Baltimore.

Paseó su clase por los terrenos panameños desde el 2001 y regresó a los clásicos nacionales con un Matanzas en horas bajas. El pasado curso, su tierra natal lo reclamó y rozó la clasificación, pero las lesiones y el empuje final de Industriales le impidieron avanzar.

Esta temporada no muchos contaban con la tropa más occidental, pero contra viento y marea sortearon todos los obstáculos y Urquiola sacó lo mejor de cada pelotero, un don al alcance de no tantos estrategas, que a la postre contribuye para obtener triunfos al más alto nivel.

No hace mucho declaró que para convertirse en un buen director era necesario tener características de líder y conducir a sus jugadores con ética y profesionalidad, factores que agrupa en grandes porciones Urquiola, y le han permitido elevar su prestigio y moral.

Por si fuera poco, el estratega de Bahía Honda presume de una eminente preparación teórica y práctica, que le permiten poner en juego la táctica adecuada y alcanzar que el conjunto funcione "con dinámica de grupo, de colectivismo, solidaridad, combatividad, sentido de pertenencia y amor a la camiseta".

Esos valores los ha impregnado en lo más profundo de todo su plantel en la actual campaña, en la que son inesperados, pero merecidos protagonistas de la discusión del cetro nacional gracias a la consagración de Saavedra, la experiencia de Norlis, el coraje de Yosvani Torres, la garra de Quintana, el liderazgo de Duarte, la explosividad de Castillo o el aplomo de Julio Alfredo Martínez, un joven con aires de "Changa".

En todos ellos está la mano de Urquiola, quien con el más fugaz pero intenso relámpago parece haberle transmitido a toda su novena altas descargas eléctricas. Gane o no el título de la Serie de Oro es el principal candidato para tomar las riendas del equipo Cuba; virtudes le sobran, y las cuatro letras necesitan corriente ya. ¿Usted no cree?