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Desembarcando en La Habana

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Carlos Manuel Álvarez, desembarcando en La Habana

Cuando yo llegué a La Habana, lo confieso, sin quitarme aún el polvo del camino lo primero que hice fue averiguar dónde vendían algo de comer. Traía, como todo inocente de provincia, un hambre atroz. Y más tarde –solo más tarde-, dispuesto a saciar las otras apetencias elementales, pregunté dónde enseñaban a escribir. (No pude hacer como Lezama: “el libro es el primer pan del hombre razonable. Después viene el cordero. Pero después viene el cordero. Inevitablemente”.) Obvio, se me echaron a reír en la cara. O eso creía.

Anduve varias cuadras, larguísimas y deslumbrantes cuadras, y llegué al Vedado. A la Avenida de los Presidentes. A la esquina de 23 y G. Y entré, como quien entra a una fiesta, a eso que le llaman un café literario. Repetí la misma pregunta. Pero allí nadie se rió. Todos extraviaron la mirada, apagaron sus cigarros, fruncieron el ceño lentamente, como si costara mucho trabajo, y no dijeron nada. Pensé que eran tipos tristes, a juzgar por sus rostros compungidos y el discurso lánguido y famélico de sus lenguas tropelosas a ex profeso. Hoy, naturalmente, pienso distinto, pero en aquel momento, al igual que han hecho otros tantos a lo largo de la historia con sus respectivas capitales, me dije: “hijo mío, esta es La Habana. No la sueltes.”

Y aunque el naufragio existencial y el snob lastimero del café terminaron por aburrirme en pocas horas, al menos me sirvió para encontrar un lugar donde enseñaban a escribir. Crucé la acera y di con una casa semiderruida y sucia de tejas verdes. Volví a preguntar y me dijeron que era la Facultad de Comunicación, y que allí, entre otras cosas, podía hacerme periodista. Entonces dije que no quería hacerme periodista, que solo quería escribir, nada más, y me dijeron que si yo quería escribir lo mejor que podía hacer, como cubano sensato, era mudarme para la Facultad de Artes y Letras y estudiar Filología, pero aquello me sonó demasiado difícil, con demasiado glamour académico, también con demasiada libertad sexual, y yo no estaba preparado para ello. Entonces tuve miedo. Tuve tanto miedo como en una noche estrecha del Período Especial, cuando me desperté en medio de un apagón y no había nadie en la casa, y lógicamente todo estaba oscuro, denso, un corredor de muerte, y a mi lado palpitaba un mechón rojo, agonizando al compás de los aires de la bahía matancera.

Hice el cuento en el portal del lugar. Y con mucho temor en el alma me desplomé. Caí redondo en pleno 23 y G, en el corazón del Vedado, y de ahí en lo adelante nunca he podido recuperarme. Fue un golpe demasiado duro, que solo encontró alivio cuando alguien, una voz de secretaria experta, zurció de un tirón la disyuntiva:

-¿Tú quieres ser un escritor de rango, o simplemente lo otro?

-Obviamente, señora, un escritor de rango.

-Entonces tienes que ir para Artes y Letras. No hay otro lugar.

Y ahí mismo le dije que no, que para ahí no iba, que yo me quedaba en esa casona semiderruida y con tejas verdes. En una facultad que evidentemente vivía del pasado, y que posiblemente esa era la cuestión por la que yo la estaba eligiendo, porque, recuerden, yo era un esperanzado muchacho de provincia, que casi desfallece en un apagón, que gustaba del mar cuando aún la literatura no lo había corrompido, y que, como todo buen y mal cubano, sentía especial predilección por las causas perdidas.

No sé por qué la gente se queja tanto, y arguye que deben franquear muchísimas y difíciles pruebas de una gran tensión, donde se puede cortar el aliento con un cuchillo de mesa. Creo que sobrevaloran. Y se inflan un poco los ombligos, y se miran sonrientes y satisfechos y vuelven a mirarse sin que medien palabras y se susurran con la vista henchida: “Somos nosotros, los elegidos, los que vamos a revertir en pocos años el cadáver de la prensa nacional, y a insuflarle a los diarios y a las emisoras toda la irreverencia magnífica de nuestra generación.” La verdad, a mí tomar la carrera de periodismo no me llevó ningún trabajo. El más mínimo.

La secretaria, con dura nobleza, me hizo firmar unos papeles, palmeó mi hombro, y sin examen ni formalidades ni presentación alguna declaró que yo era la nueva adquisición. Ciertamente, nadie lo notó mucho, porque todo el mundo es, en algún momento, el nuevo integrante de la carrera. Lo cual me hizo dudar de mis contemporáneos. Pues yo había digerido, en el interior de este país, diez caballerías de libros, y eso de alguna manera debía reflejarse en mi rostro, y ellos, de alguna manera, debían haberlo notado y haber hecho, al menos, una leve reverencia.

Pero no fue así, porque mis contemporáneos acusan de mucho ímpetu, de una vista corta y de mucha inexperiencia, y no se les puede dejar solos porque en tres segundos desarman años y años de labor paciente, de incorruptible y costosa arquitectura. Aunque, mirándolo bien, una construcción sólida no debiera temer mucho a las generaciones de demasiada y enceguecedora irreverencia. Por eso el Granma avanza y pide todos los años a tantos jóvenes para su redacción.
Pero bien, a lo que iba. Matrícula hecha y pupitre al fondo de la clase, sentí yo que tenía al toro cogido por los cuernos, al barco por la hélice, a la noticia por el lead, y que sin mayores contratiempos en pocos meses iba a estar recibiendo un famoso premio literario, para marcar diferencias desde bien temprano.

Pero la vida, que es bien injusta con los provincianos y les hace pasar el doble de trabajo e innumerables penurias, no lo quiso así. Y tuve que empezar por recibir nota informativa, y luego entrevista, y luego otra serie de géneros tan complicados como los primeros. Que si objetividad, que si imparcialidad, que si método Ulibarry, que si el hombre no puede hablar así, que si esa frase no me suena. Ya para ese tiempo había ganado algo de conciencia, y me dije con total inseguridad: “esta gente delira”. Y digo con total inseguridad porque es muy probable que el que estuviera delirando fuera yo, pecando de absoluto, de contestatario advenedizo, de fabulador introspectivo.

Y en todo ese largo curso nunca oí hablar de la literatura, ni de nada por el estilo. Tan solo una vez, casi al inicio, una barroca profesora se me acercó. Terminaba mi primera y sufrida entrevista, un caos total, pero a la profesora, vaya sorpresa, le fue gustando (o al menos eso creía yo), y se deshizo en elogios, como una margarita en otoño (no encuentro símil más exacto), y fue ensalzando el texto, y yo vislumbré, en un pestañazo, el “26 de julio” y el “Juan Gualberto Gómez”, y siguió y encontró imágenes de impacto, y yo agarré con modestia el Premio David, y leyó en voz alta, para toda el aula, nada más y nada menos que dos sinestesias y un hipérbaton excelentemente bien empleados, y no pude más y me salté el Cervantes y de plano me situé en Estocolmo, ante la Academia Sueca, recibiendo con rostro de café de G el premio Nobel y protestando por Borges y por Carpentier, y la profesora dijo que todo eso estaba m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o-e-s-p-l-é-n-d-i-d-o-d-e-s-c-o-m-u-n-a-l, pero que yo, infeliz ciudadano de remotos parajes, estaba suspenso. Tenía dos soberanos puntos. Un par de míseras unidades. Un ave anseriforme horrorosa (dígase un pato de tinta roja).

Y ese bochorno me ocurría a mí, que lo único que hacía era robar libros (ya no) y enamorar a mujeres con lecturas. Perdonar a los hombres con lecturas. Desentrañar a Cuba y al mundo con lecturas. Admirar a los muertos con lecturas.

Por supuesto, no dije nada, no mencioné las noches de insomnio, solo recosté el cerebro a la pizarra por unos segundos. Estaba desconsolado, y desde entonces, para descargar mis furias, y por elemental respeto a la profesora, me hice de una idea en forma de coraza, o de una coraza en forma de idea: los premios literarios son un cáncer. Será porque no he ganado ninguno importante. Pero igual, cuando gane alguno, si es que gano, los premios serán una cirrosis hepática, o una blenorragia.

Aunque en honor a la verdad, gracias a esa misma profesora, yo, que por notas no merecía ni un folletín efímero de la colonia, hice mis primeras prácticas laborales en Juventud Rebelde. Periódico que hoy no me parece nada, pero que en aquel momento era la gloria, con su olor implacable y su ajetreo nocturno y su Internet mediano.

Y ahí, en esas páginas -fuera de un adolescente poema en una revista matancera-, tuve mi primera publicación. Vi el nombre, la carga que llevo encima desde hace más de veinte años, en papel impreso. Llamé a la familia (muy sigilosamente, para no pasar pena ante mis colegas) y por un momento volví a soñar. Ahora con el Pulitzer. Fui, como siempre ocurre en estos casos, la sensación del barrio: el redactor maldito, Lucien de Rubempré, la brecha de la trascendencia colectiva.

Aquello a la larga fue una gran comedia. Hoy me río a solas, y vuelvo a repasar, con extrema benevolencia, mi primera y esmirriada nota informativa. Apenas diez líneas de un tema imposible. Verdaderamente, hubiera querido que el primer crédito periodístico respondiera a otro trabajo. Como haber narrado, por ejemplo, el temor que sentí de niño cuando me vi solo en medio de un apartamento con un apagón, con el signo de una época. O cuando miraba para el mar sin saber exactamente lo que era esa mancha molesta y seductora.

Pero claro está, eso es lo que yo hubiese querido. Y eso es lo que hubiese querido casi todo el mundo (incluso los lectores). Ahora he crecido un poco, y ya sé que no quiero nada (y que los lectores tampoco quieren nada), en apariencia, es cierto, porque uno en el subsuelo debe ser implacable. Y si se ausenta a clases, debe inventar una buena excusa.

Una buena excusa –naturalmente- es un familiar enfermo, una inesperada indigestión. Nunca confiese que usted cambia el aula por los libros, ni por los partidos de la Champions League, ni por el teatro El Público, ni por una tanda de Bertolucci en el Chaplin, ni porque se está rompiendo la cabeza, ahora que es joven y se le perdona, tratando de averiguar cómo se reinventa la estética del periodismo cubano sin que la burocracia perciba abominables fantasmas.

Tampoco es necesaria la pérdida del sueño. El sueño se pierde por cosas más triviales. Y al final siempre habrá –según leí recientemente- quinientos millones de chinos comunistas a los que todo esto les importe un comino.

Carlos Manuel Álvarez Rodríguez

Se han publicado 18 comentarios



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  • Omar Pérez Vidal dijo:

    No soy un literato pero me gustó su artículo, me gusta leer y en un momento de mi vida (corto) ejercí como periodista, quizas con los mismos contratiempos, me parece que puedes dedicarte a ser un escritor y al parecer no mediocre, sigue pálante como decimos en buen cubano.

  • Elizabeth dijo:

    A muchos nos pasa igual... solo que no hemos digerido las "diez caballerías de libros" (lo digo con envidia y tristeza). El sentimiento es el mismo...Un besote grande mi vida... y sigue desarrollando ese talento...

  • Sussette dijo:

    Perder el sueño sería renunciar...

    Esa idea es genial, ¿te iamginas que ocurriría si todos perdiésemos el sueño?........Gracias por el impulso, por darmme ganas ........

    Saludos...................

  • felipe dijo:

    Eso es periodismo. Como dices cosas. Ojalá tu pluma ayude a reinventar la estética del periodismo cubano. Que falta que nos hace.

  • Silvino dijo:

    Me dio gusto leer tu artículo. Tu pluma del lado de las causas justas, sin dudas, ayudará nuestro periodismo. Sigue adelante. ÉXITOS

  • Ahmed Omar dijo:

    No puedo evitar reirme con disfrute y un poco de nostalgia al leer esto que escribes. No me rio de ti, me rio de mi, otro provinciano (de Santiago de Cuba), que un día no hace mucho en la historia de la humanidad, viví mi propia aventura "delirante."
    Hoy (tan solo han pasado 5 años), no puedo más que reirme y recordarme que los que logramos llegar a La Habana e imponer (con todo el sacrificio que exige) nuestra impronta, ya estamos logrando nuestro primer Gran Premio, que es el de la voluntad y las agallas de salir a este mundo cruel y conquistar nuestros sueños sin importar el precio.
    Te felicito brother, pareces ser de los que triunfan.

  • Barbara dijo:

    Menos mal que te dieron un "pato" en aquel material...tal vez hoy no hubieras escrito algo tan real...
    suerte, en éste, un verdadero sacerdocio, con bajas y altas, pero bárbaro!!!

  • Celso Aurelio Brizuela (Chester) dijo:

    Cierta vez, en invierno austral de 2008, en una libroferia donde presentaba uno de mis libros de cuentos para jóvenes, unos estudiantes me preguntarón cómo se "hace" un escritor; a lo que respondí que hay que aprender a leer y luego a interpretar y comprender lo leído. "No hay fórmulas mágicas" les dije. "Hay que escudriñar las huellas de la realidad... y seguirlas en la dirección que vayan" (Así me inicié en periodismo, a los 43 años, tras haber sido dibujante).

    Ahora muchos de ellos son asiduos visitantes de mi pequeña biblioteca.

    Chester el lobo estepario

  • alain dijo:

    has probado a escribir en segunda o tercera persona? me choca ver tantos yo. el impetu esta bien, la humildad tambien es necesaria...

  • Agustín Dimas López Guevara dijo:

    Siempre La Habana resulta un desvelo para atrapar los sueños provincianos. Algunos logran con talento y constancia realizarlo. En ese minúsculo grupo puedes ubicarte, pero sin perder con el estropicio de la cuidad y sus trampas, la transparencia inquietante del provinciano, hasta “habanizarte”y hacer tuyas la ciudad de las columnas; ah y ojalá puedas y tengas tiempo para sacudirte el polvo del camino, y por qué no: hasta puedas llegar a Estocolmo, luciendo una guayabera. Éxito en tus empeños.
    Agustín Dimas López Guervara

  • José Molina Vidal dijo:

    Sigue pa´lante muchacho, y tirale a la ideología tambie. Suerte. Gracias Molina

  • José Molina Vidal dijo:

    ¡Pero estudia!
    Gracias Molina

  • nelson dávila dijo:

    la mayor riqueza del pueblo cubano. su facilidad para acceder al conocimiento, que envidia¡

  • tartufo dijo:

    Pareces un discípulo de Nara Mansur. Seguramente un Pionero Honesto, un Estudiante de la Enseñanza Media Destacado y un Universitario Ejemplar .
    Hay que reinventar la nueva estítica, no solo la del periodismo, también la del teatro, la del cine, y que paulatinamente se extienda a otros glóbulos.…Y ojala en mis palabras la burocracia no perciba abominables fantasmas.
    Sigue adelante, sin que te importen los 500 millones de chinos comunistas, sin esperanzas de ganar un “Premio”, para mi están viciados. Solo respétate a ti y solo así serás capaz de ganar respeto.
    PS: Buenas escusas para no asistir al aula….

  • BUh dijo:

    Primero leé a Julio Verne, sino vas a caer en los abismos del vuelo indiferente de las ideologías, principalmente la cubana...

  • Marianela Curbelo Ramírez dijo:

    Tu mayor premio es que los que hemos leído tu trabajo nos hemos visto en la necesidad de comentarlo. Es decir, ha dejado una huella en nosotros. Y quién sabe, tal vez algún día te lea alguno de los 500 millones de chinos comunistas y pase de un comino a un grano de canela y entre ese y tú, marquen alguna diferencia.

  • Ronald dijo:

    Tu historia, si es real, es bien común en esta ciudad donde muchos llegamos, algunos para quedarnos. No me habia interesado ninguno de tus escritos anteriores tanto como este, fijate que leí todos los que están en cubadebate. Ya estas escribiendo, la vida y el tiempo se encargarán de pulir tu virtud.

  • Lisandra dijo:

    Caramba, coterráneo , ¿eres de la misma Matanzas? Hace unos 5 o 6 años
    otorgamos un premio a un adolescente pero no recuerdo su edad ,el/ los poemas se publicaron en la revista Matanzas .Si eres el del perro del poeta, contéstame.

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Carlos Manuel Álvarez

Carlos Manuel Álvarez

Matanzas, 1989. Periodista y colaborador de Cubadebate.

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