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Strike 3: Desliz y castigo

Danger Guerrero (bateando), receptor del equipo Habana, en el juego frente a Camagüey, en el estadio Cándido González de Camagüey, en la 50 Serie Nacional de Béisbol, el 29 de enero del 2011. AIN FOTO/ Rodolfo BLANCO CUE/

Danger Guerrero (bateando), receptor del equipo Habana, en el juego frente a Camagüey, en el estadio Cándido González de Camagüey, en la 50 Serie Nacional de Béisbol, el pasado 29 de enero del 2011. AIN FOTO/ Rodolfo BLANCO CUE/

Cada manager tiene su librito, y eso lo sabe el celebérrimo Bobo de la Yuca. Cada uno dirige a su forma. A la medida de su temperamento. Inclusive, a su antojo, que para eso el manager es el oficial al mando en un equipo. Pero hay cosas tan incontestables como que el Sol tiene manchas. O que la Luna, cráteres.

En un juego de pelota hay ciertas situaciones que demandan idéntica respuesta de cada director, sea cual sea su manera de entender el pasatiempo. Estrategias que son (casi) forzosas, capaces de acarrear grave castigo a quien ose despreciarlas.

Anoche se confirmó en el duelo Habana-Granma. Corría la parte baja del séptimo inning, y los Vaqueros ganaban por la mínima. Había dos outs, con corredores en segunda y la antesala. Al bate Dayán García, envuelto en la mejor de sus campañas nacionales (.342 con un centenar de indiscutibles).

Bastaba echar una ojeada al line up -o mirar hacia el círculo de espera- para advertir que detrás de Dayán correspondía su turno a Danger Guerrero, que atraviesa por un pésimo momento a la ofensiva (.265 con apenas cinco jonrones). Entonces, a la dirección de Granma no le quedaba otra que transferir al camarero para lanzarle al catcher y buscar el force out en cualquier base.

Pero el mando de los Alazanes no lo hizo. Decidió trabajar a Dayán, y éste impulsó a sus compañeros con un metrallazo sobre el primer envío. A seguidas -irónica lección- Danger cerró la entrada con un inofensivo rolling.

Fin de la historia: Granma llegó al octavo con desventaja de tres. Una desventaja que, de elegirse la opción indicada, bien pudo ser de solo una carrera.

No obstante, he de admitir que el choque me gustó. Acostumbrado a ver desfiles de lanzadores lentos -lentísimos, requetelentos...-, en la noche del miércoles escuché el lloriquear de las mascotas cuando lanzaban Miguel Lahera y Manuel Vega. Era una música inusual y fascinante, centrada en la percusión del cuero cuando la bola impacta en él a más de noventa millas/hora.

Sí, yo sigo añorando los rectazos de antaño...