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Strike 3: El agosto de la indisciplina

Foto: Rafael Torres Escobar/ Bohemia

Foto: Rafael Torres Escobar/ Bohemia

En el congresillo que antecede a cada Serie Nacional, hay un punto que aflora de modo invariable: la disciplina en el terreno. Y siempre alguien sale a decir que "seremos estrictos, porque las actitudes antideportivas bla bla bla". Y luego siempre comprobamos que la indisciplina hace su agosto... y su septiembre.

Por estos días he visto varias perlas. Vi a Stayler Hernández cuando mandó a callar al coach de tercera con un gesto inconfundible de su mano. Vi a Yoenni Southeran lanzando "flores" contra Vladimir Baños. Vi, también, a Pestano entonando un concierto de injurias contra el árbitro de home, después de que éste lo ponchara par de veces con strikes incuestionables.
Así, imposible. Particularmente, no me gustan los peloteros de "sangre ártica", pero tampoco celebro la grosería ni el empeño por ridiculizar a los umpires. Y entiendo que si alguien está facultado para protestar una decisión arbitral, ese es el manager. Única y exclusivamente él.

En el terreno manda el árbitro, no importa si su trabajo ha sido bueno o malo. Eso se sabe, pero no se aplica. Por lo menos la mayoría de nuestros árbitros adolecen de permisividad, y dilatan demasiado el momento de enviar a las duchas a un atleta. E igual sucede con los cuerpos de dirección de no pocos equipos.

Somos latinos, y llevamos esa condición a los diamantes. Hasta ahí, todo bien. ¿Que a nadie le da gracia que cometan injusticias consigo? Por supuesto. ¿Que la pelota no es una función de ballet? Claro está. Sin embargo, eso no legitima los frecuentes desplantes de nuestros peloteros. Desplantes que presencian centenares de niños que van a los estadios a aplaudir a sus héroes del terreno.

Hace solo unas horas atestigüé el toque maestro de esta insana tendencia al irrespeto. Jugaban Villa Clara y Pinar, Aledmis Díaz conectó una línea que se internó en lo más profundo del outfield, le dio la vuelta al cuadro y, al parecer, se lesionó en el corring.

Minutos después, los Naranjas debían salir al campo. Lo hicieron todos, menos el torpedero. El principal se personó en el dogout villaclareño. Entre una explicación y otra, pasaron unos cuantos minutos. Y el público, a la espera. Y el choque, detenido. Al rato, Paret se puso el guante y entró como suplente.

Por momentos, dio la impresión de que habría que esperar por que Aledmis se recuperara. Y también pareció que no era aquel un desafío organizado, sino un pitén de barrio. De esos en que la autoridad brilla por su ausencia. Increíble, pero lastimosamente cierto.