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Voces silenciadas, imágenes escondidas

Palabras en la presentación del libro “Huellas del Terrorismo – sus víctimas hablan” de Keith Bolender, prólogo de Noam Chomsky, La Habana, Febrero 15, 2011)

Este libro es la versión en español del mismo texto publicado el año pasado por la Editorial Plutopress de Inglaterra (“Voices from the other side – an oral history of terrorism against Cuba”).

Comienza con una introducción de Noam Chomsky, ese excepcional intelectual norteamericano que ofrece en un texto breve pero insuperable el necesario contexto histórico para mejor entender las páginas siguientes. En resumen, Chomsky nos recuerda que el designio norteamericano de apoderarse de Cuba se remonta a Thomas Jefferson y al origen mismo del régimen republicano en el vecino del norte; fue una constante desde entonces durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX hasta que, con el triunfo de la Revolución en 1959, al alcanzar Cuba finalmente su independencia se transformó rápidamente en odio frenético, muchas veces demencial, contra el pueblo que había osado emanciparse.

Quisiera llamar la atención de ustedes sobre algunos aspectos que justamente señala Chomsky y que son claves indispensables para comprender la historia de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. La idea de que ellos poseen derechos especiales sobre nuestro país que han mantenido invariable desde Jefferson hasta Obama.

La han cultivado por igual demócratas y republicanos, liberales y conservadores; se ha fundado siempre en un desprecio profundamente racista hacia nuestro pueblo, que en su tiempo denunciaron Céspedes y Martí y que se expresó en el deseo de Theodore Roosevelt de hacernos desaparecer de la faz de la tierra y en el reconocimiento explícito tanto por la administración de Eisenhower como la de Kennedy, de que la finalidad del bloqueo económico era “hacer sufrir” al pueblo cubano, “causarle hambre y desesperación”; ha estado, en fin, profundamente enraizada en el pensamiento de quienes allá son capaces de pensar y ha sido además inculcada, con mañosa premeditación, entre aquellos que viven en total ignorancia, los cuales son, desgraciadamente, muchos.

Este libro es un intento por quebrar la ignorancia. Nos permite oír las voces de quienes no han sido escuchados. Muchas víctimas del terrorismo no pueden hablar pero otras sí, como son sus hijos, sus cónyuges, sus padres. En realidad lo han intentado muchas veces durante años de dolor y frustración pues sólo han encontrado, como eco, el silencio. Bolender rompe los cerrojos y les abre puertas cerradas por demasiado tiempo.

Es así que por sus páginas desfilan nombres rescatados del anonimato, seres humanos que debían haber sido conocidos y reconocidos antes. Nuestro aprecio y gratitud al autor que los ha salvado, a ellas y ellos, y a los suyos, de un olvido imperdonable.

En una hermosa obra de amor y solidaridad los niños de la Colmenita tratan este tema con un lenguaje que debería conmover las más duras rocas de la insensibilidad y el egoísmo. En Cuba, las víctimas de un terrorismo que no ha cesado en medio siglo, están en todas partes, en cada rincón, en el campo y la ciudad. Pero han sido condenadas al silencio. Surgen aquí algunas, casi todas por primera vez y Bolender aclara algo muy importante. Él deja expresarse a las víctimas por sí mismas con sus propias palabras.

Un vistazo al Diccionario de la Real Academia española nos permite comprobar la exactitud del título de este libro. “Huella” significa en una de sus acepciones: “impresión profunda y duradera”. Las heridas que el terrorismo ha dejado en sus víctimas son ciertamente hondas y perdurables, los acompañarán toda la vida.

Hay una herida que jamás cicatriza, está, sangrante, en cada capítulo, acompaña a todos los testimonios. Es la impunidad que siguen disfrutando los terroristas, la injusticia suprema que revelan los hechos relatados en el libro y la indiferencia de millones de personas que en el mundo sencillamente poco o nada saben de estas historias. Al leerlas es imposible no escuchar el reclamo de los niños de Abracadabra ¿Qué más podemos hacer?

Porque en el mentado Diccionario el vocablo “huella” tiene otra significación: “acción de hollar”. Y hollar es “pisar; comprimir algo con los pies; abatir, humillar, despreciar.”

¿Qué hacer para que estas huellas no sigan siendo holladas?

Este libro puede ser una contribución importante. Sobre todo porque, como ya indiqué, fue publicado antes en inglés que es la lengua utilizada por aquellos hacia quienes especialmente debe tratar de llegar el mensaje.

Pero tenemos que hacer mucho más en el terreno de la comunicación donde se libra una de las batallas más complejas del mundo contemporáneo. Para que la verdad se abra paso venciendo las barreras que levantan quienes sustentan su dominio en la manipulación de la información fomentando la ignorancia y la insensibilidad, para aislar a las personas y aplastarlas. Sólo así se explica que Orlando Bosch y Luis Posada Carriles hayan gozado de escandalosa impunidad y que en el vulgar sainete en El Paso se disfrace al peor asesino como a un viejito mentiroso.

El último capítulo aborda el caso de los cinco compañeros encarcelados en Estados Unidos por tratar de evitar crímenes como los aquí descritos.

Los llamados medios de información han sido instrumentos principales en el injusto proceso contra ellos. Han impedido que la gente se entere de lo que sucedió en Miami mientras que en esa ciudad “periodistas” pagados por el gobierno crearon una atmósfera de odio hacia los acusados y amenazaron y provocaron groseramente a los miembros del tribunal. Varias organizaciones de la sociedad civil norteamericana reclaman al gobierno que entregue la información que todavía oculta sobre este contubernio entre fiscales y “periodistas” pero hace ya cinco años que Washington se opone tozudamente.

Al mismo tiempo ocultaron y siguen ocultando evidencias que nunca presentaron al tribunal ni permitieron que salieran a la luz. Permítanme poner un ejemplo sumamente revelador que adquiere importancia especial ahora cuando el gobierno y la jueza de Miami deben pronunciarse respecto a la petición de Habeas Corpus a favor de Gerardo Hernández Nordelo.

Como se sabe, la peor y más injusta acusación contra Gerardo, es la de conspiración para cometer asesinato en primer grado, con motivo del derribo en aguas cubanas, el 24 de febrero de 1996, de dos avionetas de un grupo terrorista miamense.

Gerardo no tuvo nada que ver, absolutamente, con ese lamentable incidente. Pero, además, porque el hecho ocurrió en nuestro territorio era algo que ningún tribunal estadounidense podía examinar pues estaba fuera de su jurisdicción. En el juicio concluido en Miami en 2001 se conoció que las agencias norteamericanas que operan los sistemas de satélites poseían imágenes que habrían registrado dónde se produjo el suceso. Pero Washington se opuso a que fuesen suministradas al tribunal y la jueza accedió a tan extraña posición.

Han pasado diez años. La defensa de Gerardo continúa reclamando al gobierno que entregue las imágenes y el gobierno se sigue oponiendo tercamente ¿No les resulta sospechosa esa conducta? ¿Si sus registros probasen que el derribo ocurrió en aguas internacionales por qué ocultan esas imágenes?

La actitud del gobierno federal en esta materia es una prueba adicional, una más, de la absoluta inocencia de Gerardo, que es tan inocente como sus cuatro compañeros. Más aún es una prueba de que el 24 de febrero de 1996 no ocurrió delito alguno y que además los sucesos de ese día tuvieron lugar en el territorio soberano de Cuba en el que ningún tribunal norteamericano tiene competencia. Estamos hablando de un hecho que ocurrió hace quince años y fue usado como pretexto para intensificar con la Ley Helms-Burton, la guerra económica contra Cuba; un incidente que se convirtió en eje central del juicio más largo de la historia norteamericana. Ante el tribunal la fiscalía admitió la existencia de esas imágenes pero se negó a que fuesen presentadas como evidencias y mantiene desde entonces su negativa. Son imágenes que solo ha visto el gobierno de Estados Unidos y nadie más puede verlas. Si esas imágenes le diesen la razón a Washington ¿por qué persiste en esconderlas?

¿Puede alguien, a estas alturas, dar crédito a la posición norteamericana?

¿Y qué decir de los llamados medios de comunicación? Para ellos esta prolongada disputa no existe. Ellos, los medios que ocultan la verdad, son, aunque fuese involuntariamente, cómplices de los terroristas y culpables por los sufrimientos de sus víctimas.

En la obra de La Colmenita mencionada antes, los niños que sueñan con liberar a los Cinco se preguntan angustiados ¿qué más podemos hacer? Este libro debe ser un llamado a continuar la lucha por la verdad y la justicia. A multiplicarla sin descanso hasta que la verdad prevalezca y con ella, la justicia.

Regreso, para concluir, al Diccionario. Sigamos las huellas de los héroes, que es decir, sigamos su ejemplo.