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Strike 3: ¿Pelotero? El Señor...

luis-giraldo-casanovaNo sé a usted, pero a mí me sacude la nostalgia cuando veo a mis ídolos de antaño. Es una sensación difícil de explicar mediante la palabra. Agridulce podría ser un término aceptable, aunque de todos modos inexacto.

Ocurre que, como mismo me pasa con el fútbol y con el ajedrez, las mujeres, el mar encrespado y Johnnie Walker, la pelota tiene la facultad de enternecerme. Me pone a hervir la sangre, pero a la par me aquieta el alma con sus cosas.
¿Y a santo de qué viene todo esto? Ya le explico: es que por estos días vi a Luis Giraldo por televisión, y el oleaje -conato de tsunami- subió dentro de mí.

LG fue el pelotero de mi infancia. El número 14 de Vegueros rompió el "emocionímetro" del niño aficionado que yo era, aquel niño que quiso emularlo en los diamantes y que, como es de suponer, un mal día entendió que no había recibido de Dios las mil y una virtudes que arroparon a Don Casanova.

¡Qué animal tan perfecto para encarar el arte físico del béisbol! Alguien que estaba facultado para colgarles sobrenombres a los otros, Bobby Salamanca, cortó un traje a la medida del moreno: "El Señor Pelotero", le dijo, y ni una sola voz se alzó en su contra.

Nadie puso reparos, porque nadie tenía argumentos para poner reparos. Casanova, el 14, LG, entraba a los terrenos con aura de elegido, y no importaba si el biorritmo andaba en horas bajas, o si tenía dolores en un dedo, o si en la tarde había bebido cuatro copas... en la noche, LG, Casanova, el 14 de los pinareños, le pegaba una línea -y un jonrón- a cualquier atrevido que escalara al volcán de los martirios.

Jamás he vuelto a ver, ni aquí ni en Grandes Ligas, swing igual. Y no exagero. Me alborotaba -niño febril, gritón, apasionado- cada vez que aquel negro "rompía" las muñecas haciendo un círculo perfecto y abría entonces los brazos, mientras la pelotita -pobre, pobre- viajaba sin costuras rumbo al cielo, y en las gradas gritaban los tirios y aplaudían con respetuosa pesadumbre los troyanos.

Yo, que tanto vibré con aquel swing inimitable, me estremecí por estos días cuando vi a Luis Giraldo por la televisión. Hace casi tres décadas que ya no soy el niño que quería imitar al número 14 de Vegueros, pero nadie -ni siquiera yo mismo- me lo puede sacar de su espacio en el altar de la memoria.

Ah, caramba, es que a veces la nostalgia echa a rodar...