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La imagen prófuga de la esperanza

Por: Carlos Manuel Álvarez, estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana

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Nunca he visto a Silvio Rodríguez. Al menos lo que se dice ver. Porque lo cierto es que lo escucho desde niño. Con la pupila del alma. Y ya se sabe que los ídolos de la infancia son intocables. Esto no quiere decir que yo sea uno de esos fanáticos imprudentes o desquiciados que abundan en el Primer Mundo. Ni que pierda el sueño por su integridad física. Más bien soy todo lo contrario. Alguien que toma distancia. Uno de los tantos vigilantes que pueblan el arco de su música, el abanico débil de su voz fragmentada.

Aunque en honor a la verdad, una vez vi la silueta, el espectro de Silvio Rodríguez. Fue el 10 de septiembre de 2010, en el teatro Lázaro Peña de Centro Habana. Y ha sido el único concierto del trovador al que he asistido. Desde las últimas filas, poco antes del inicio, reparé en el escenario:

"Sobriedad. Todo denota la más calculada sobriedad. Cuatro o cinco sillas. Partituras. Una guitarra inclinada. Luz y silencio. Luz amarilla y escenario pulcro. Desde el fondo del teatro los rostros no se definen. Son solo perfiles recortados contra un oscuro telón de fondo."

Después dije que En el claro de la luna no había trascendido como un himno multitudinario, como una onda expansiva en el centro de las distintas generaciones, pero que era un buen tema para empezar, un hachazo oculto, una lucha personal, la mirilla roja sobre la frente. Y luego afirmé que Esta canción, donde uno se percata de que miente, de que siempre ha mentido, no sería famosa. Pasaba despacio, como pasan los trenes de provincia, las crónicas incompletas.

Y ahí mismo se me ocurrió que Silvio no era Silvio. O sea, se me ocurrió que el artista no era persona, ni música ni poesía, sino un significante que encerraba la matriz común de Sindo Garay y Walt Whitman, de Bob Dylan y Nogueras. De donde se deduce que proseguí con mi historia, y después de hacer un recorrido por todas las canciones del concierto, concluí con que el cuerpo de Silvio no se divisaba desde lo último del teatro; era un fantasma. Y al final pensé que los conciertos no servían para nada, porque existía un intento de atraparlo todo, pero eso nunca ocurría entre cientos de personas, rodeado de aplausos, porque el espectáculo se resumía en instantes demasiado veloces, y el pensamiento demoraba en llegar. Y también mencioné los boleros, y el pulso insondable de César Vallejo.

Pero todo fue truco, puro efectismo. Las últimas noticias obligan a alejarse de la metáfora, si esto fuera posible, si por su propia naturaleza la metáfora no estuviera alejada de sí misma, y el suceso no tuviera nada que ver con el relato del suceso; pues lo cierto es que un misterio existe hasta que alguien lo escribe, y los recientes conciertos de Silvio Rodríguez en los barrios marginales de La Habana son solo eso: conciertos de un trovador en barrios marginales. Y resulta que eso es la poesía. El resto, lo que podamos agregar, es oficio, hojarasca.

Y también creo que uno debiera reparar en las fotografías de los espectáculos. Rostros abiertos, señoras risueñas, muchachos recostados a barandas sin pintura. Multitudes a las que de golpe le han "invadido" el espacio. A veces bajo la sombra recta de la noche, a veces bajo el sol, a veces... un cielo plomizo, a veces la lluvia.

He perdido la cuenta de los lugares: La Corbata, Vista Alegre, La Güinera, La Hata. Personas extrañas, centradas en lo suyo. Personas que son el único rostro de lo popular, de lo legendario, de lo valedero. Nunca leerán esto, ni falta que les hace.

Lo cual me obliga, por supuesto, a reconsiderar la idea previa sobre los conciertos. Parece que en lugares así funcionan otros códigos. Señas innombrables.

Pregunto qué se cantará. Pregunto si Resumen de noticias, El necio, y Sea señora, tres canciones que probablemente se fijen como el signo de una época, serán escuchadas. Pregunto si el auditorio fotografiado sabrá que Playa Girón está hecha para ellos. Y pregunto por esto y por aquello, por Pequeña Serenata Diurna, por una luna roja, y por cómo le irá la vida a esos cubanos.

Detrás se oculta mi deseo de asistir, de escuchar a Silvio en la médula de la nación. Pero es casi imposible. Las actuaciones no se anuncian para que no aparezcan los intrusos. Aunque, ciertamente, hay que salir del Vedado, donde a pesar del bullicio y el tránsito poca cosa ocurre.

Por lo que ahora tendré que merodear las zonas aledañas, a esperar que el azar tienda su mano generosa. A esperar que la casualidad me privilegie, tal y como ha hecho con cada uno de esos lugares donde Silvio se aparece de repente y esgrime la guitarra y ofrece Días y Flores, y es como si golpeara un tambor y tocara una rumba.

Basta de élites, o de cualquier otro concepto peligroso y confuso. Estas actuaciones son tercamente reales, una burla contra el tiempo. Nada de donaciones millonarias, ni artistas maquillados recorriendo Haití, el África subsahariana.

Ahora barajo los posibles escenarios: el Cerro, los límites de Boyeros, algún rincón de Centro Habana. Preferiblemente el Cerro... y su llave. Ni Las Cañas, ni El Reparto, ni Carraguao. El Canal, el barrio famoso de la televisión. Quizás filmen otro video clip, y va y hasta salga entre las casas viejas y los solares estrechos, aplaudiendo y tarareando al lado del Insurrecto, el popular reguetonero, artista que es -según deducimos de sus improvisaciones- el otro gran bolígrafo de la República.

Sí, parece razonable. Me iré de intruso a algún rincón ilegal, si esto fuera posible, si por su propia naturaleza todos los rincones no fueran ilegales, y cada sitio extraviado no estuviera sujeto a la memoria, a incontables causas, a impredecibles azares.

Será como sentarse en una piedra a mirar una ola, una ola que avanza con su espuma apenas por cuarenta años o medio siglo. Tal vez un poco más. Tal vez menos.

Alguien puede inferir en lo anterior una metáfora del vacío. Pero de momento el vacío es otra cosa: multitud oculta, escenario del canto. Por lo que el rostro de cientos de personas anónimas debiera traducirse -según los últimos conciertos en La Habana- como lo escurridizo, como una voz a punto de quebrarse, como la imagen prófuga de la esperanza.

Lo otro, ya lo sabemos... lo otro es el silencio.