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Por Hipócrates y por todos

Confieso con la mayor sinceridad que la celebración de los días dedicados a uno y otro sector y a los más disímiles asuntos habidos y por haber en este mundo me causa escozor. Es cierto que en nuestro caso favorecen el homenaje y el reconocimiento, pero es que por ser tan numerosos y hasta coincidentes, se diluyen en el marasmo de la repetición y pierden cada vez más interés, al menos informativamente.

Pero hay uno muy singular. Y que, al decir del buen cubano, ante él "me quito el sombrero". Se trata del consagrado a la Medicina Latinoamericana.

Casi imposible es para quienes tratamos en encausar el lenguaje en el noble y difícil afán de emitir criterios o encausar opiniones, resumir la enorme obra de quienes dedican sus vidas a cuidar y salvar las de otros muchos a lo largo del tiempo, sin pensar en horas, reconocimientos, pagos y homenajes.

Y lo afirmo con conocimiento de causa, no porque tenga cerca en mi familia a un galeno, enfermero, técnico o paramédico, sino porque tuve la oportunidad singular de convivir cuatro meses con la segunda brigada de colaboradores cubanos de la Salud que arribó a la maltratada Honduras después del paso devastador del Huracán Mitch, en octubre de 1998, y porque en más de una ocasión, como cualquier ser humano, he tenido que acudir a una consulta o cuerpo de guardia o acompañar a alguien cercano para recibir tratamiento.

De las proezas de esos hombres y mujeres escribí, no sólo de los niños salvados gracias a la presencia de un pediatra de la Isla donde nunca hubo uno, sino también de su permanencia en la selva, en el corazón mismo de la parte hondureña de la Mosquitia centroamericana, a donde solo se llega por aire o por el mar y los ríos, en aldeas de indios misquitos, siempre con el peligro presente de enfermedades contagiosas e inexistes en Cuba o hasta de la mordida de una serpiente Barba Amarilla, llamada también Tres Pasos.

En una ocasión visité al doctor holguinero Heriberto (no recuerdo el apellido). Estaba asentado en una pequeña comunidad indígena, al unos 500 metros del río Patuca, lejos de toda civilización. Dormía en una hamaca, amarrada en sus extremos a dos horcones de una destartala choza levantada sobre pilotes medio podridos por el tiempo y la humedad. Difícil le resultaba comunicarse con los misquitos, pues ellos tienen su propio lenguaje. Y a pesar de todo eso, sonreía. Me contó que sabía de la familia una vez al mes, por alguna carta o correo que le llegaba de mano en mano, desde Tegucigalpa, la capital.

Como yo había caminado algo más de medio kilómetro entre la selva virgen para encontrarme con él y la presencia de la Barba Amarilla podía ocurrir en cualquier momento, le pregunté si tenía en la reserva de medicamentos el antídoto para el veneno de ese tipo de serpiente. Respondió que los dos últimos frascos se los había aplicado a uno niño mordido por ese reptil hacía unas dos semanas y que estaba a la espera de que le llegaran más. Pero ni para él tenía.

No existe otra palabra en el diccionario que defina mejor la actitud de los trabajadores cubano de ese sector que consagración. Los ejemplos son muchos. De igual modo, en cualquier centro asistencial cubano cualquiera de ellos termina una guardia de 24 horas en un hospital o policlínico y no se va a su casa a descansar, sigue en las faenas de intervenir quirúrgicamente a un paciente, pasar visita en una sala, consultar o hacer el turno diario que le corresponde, sin reparos ni quejas, y sin tomar en cuenta si es sábado o domingo, día feriado o fin de año.

Es verdad que no todo funciona a la perfección en tan complejo sistema. Por eso, el Ministerio de Salud y el Sindicato Nacional de Trabajadores del ramo han emprendido un proceso de reordenamiento que busca acercar la labor a la perfección para elevar la calidad del servicio y dar, de nuevo, la mayor prioridad a la atención primaria, esa que está más cerca de la población.

Por muchas razones, hoy se hace preciso reconocer el trabajo y la entrega de quienes visten batas blancas y se acogieron al juramento hipocrático, en una profesión que tiene tanto de sacerdocio como de humana.